28 julio 2014

'Un toque de violencia', rabia contra la máquina

Crítica publicada en Esencia Cine


La violencia siempre tiene un origen, o varios, nunca llega porque sí. Es lo que parece subyacer bajo el argumento (o los argumentos) de Un toque de violencia, última película de Jia Zhang Ke. El director se sumerge en la raíz de un país viciado, corrupto en todos los sentidos y en el que la injusticia pronto se convierte en la chispa de la violencia. Y lo hace a través de cuatro vidas; cuatro vidas a cada cual más distinta, pero con un denominador común.

En una obra episódica acompañamos a cuatro personajes. Un minero que, cansado de la corrupción de los gobernantes en su pueblo decide hacer justicia a su manera. Una joven recepcionista que opta por terminar de raíz con los abusos que sufre de uno de sus clientes ricos. Una chica que trabaja en un complejo para turistas, vendiendo su imagen y su cuerpo. Y, por último, un emigrante que tiene en su arma su mayor aliada.


Jia Zhang Ke completa un fresco sobre la China contemporánea, uno de los países con mayores contradicciones en la actualidad. Con el hilo conductor de la violencia, el cineasta chino consigue que ella se convierta realmente en la única protagonista del film. Sin embargo, los cuatro episodios están vagamente conectados a través de un ritmo lento que resta consistencia a esa idea central. 

Mención especial merece la captura de los paisajes y los entornos exteriores por parte de del director de fotografía Yu Likwai. Su trabajo resulta brillante y conforma el único desahogo a las historias que vemos en pantalla. La labor fotográfica consigue que los grandes espacios abiertos, capturados con esa luz tan ambigua y desconcertante, nos remitan constantemente al agobio y el pesimismo que dominan la película. Sin duda, su labor es lo más destacable en esta obra.

Un toque de violencia consigue efectuar lo que se propone: narrar cómo y cuándo surge la espita de la violencia en la China corrupta y presente, aquella que no aparece en las guías de Lonely Planet. Zhang Ke completa un interesante retrato sobre lo que acontece en el país de los dragones. Sin embargo, lo hace de forma excesiva (el tratamiento de la violencia en sí misma está claramente descompensado con los dramas humanos de los que surge y que sólo son el vehículo para mostrarla), eterna (sus dos horas y cuarto son incomprensibles) y con una interconexión bastante débil entre las cuatro historias que la conforman. El resultado es una película con una idea central interesante que se vuelve plomiza por unos personajes sin apenas alma, que no logran cargar el peso de la historia salvo en contadas ocasiones. Posiblemente, al tercer episodio de la cinta a más de uno le dé exactamente igual lo que vaya a ocurrir con el próximo personaje. Y eso, además de un lastre, es el principal problema de una obra como esta.

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