11 julio 2014

'Borgman', las fracturas en la voluntad

Crítica publicada en NoSóloGeeks


Los primeros minutos de Borgman ya dan una muestra del desconcierto que va a dominar la totalidad de la historia. Un sacerdote y dos hombres, todos ellos armados, persiguen por un bosque a un hombre harapiento y sucio que se esconde en unas cabañas bajo la tierra. El perseguido advierte a otros, en su misma condición, de que tienen que abandonar sus guaridas.

La inquietud se convierte en seguida en la propuesta principal, lo que aumenta cuando el hombre, con apariencia de mendigo, llega a la vivienda de una familia evidentemente burguesa y pide si le pueden ofrecer un baño. A partir de ese momento comenzará una historia en la que la maldad, el desconcierto y la incógnita serán totales dueñas de la película y, por extensión, del espectador.

Con un estilo narrativo que por momentos rememora al Haneke de Funny Games, el director Alex van Warmerdam (que se guarda un papel en el film) se introduce en la vivienda y nos adentra en una suerte de infierno doméstico, o domesticado, del que nada sabemos. Durante todo el metraje el protagonista –fantástico el trabajo de Jan Bijvoet– se comporta de forma ambigua con la familia, que actúa como extensión del espectador, recibiendo todos sus cuestionamientos.

Una pregunta sobrevuela Borgman desde el principio: ¿quiénes son y qué motivos tienen para comportarse de esa forma? Pronto el protagonista se reúne con las demás personas a las que ha advertido en su huida y se instalan en la casa, bajo nueva apariencia, como equipo de jardineros. La familia, como anestesiada, o drogada, les deja hacer y deshacer a su gusto. No hay barreras; es la fractura de la voluntad.


El mundo onírico sobrevuela la cinta en todo momento; los personajes tienen la habilidad de introducir pensamientos e ideas en los sueños de la familia (aunque nada tiene que ver con la forma en la que lo vemos en Inception, por si pudiese sugerirlo). Las imágenes en las que Borgman aparece de cuclillas, desnudo, sobre la cama de matrimonio, mientras controla el sueño de sus huéspedes, son escalofriantes.

El espacio se convierte en seguida en un entorno hostil, claustrofóbico, un lugar que ha recibido al peligro con la estufa encendida. La muerte, el inframundo (esos galgos), las drogas y el abandono de la voluntad se dan cita dentro de la frontera de la vivienda familiar. El cineasta utiliza la fotografía y la estética propia del thriller para sembrar la duda, transmitir la sensación de angustia y el punto enfermizo de la historia con maestría.

La confusión dominante desde el inicio del film no llega a disiparse en ningún momento y alcanza su culmen con un final en el que una performance teatral da paso a una preciosa cámara lenta en la que vemos como el triunfo del mal es ineludible. Quizás sea ese el mensaje de la película, lo inevitable de la victoria de la oscuridad frente a la luz (la única batalla, como decía el personaje de Matthew McConaughey en True Detective). Por lo demás, Borgman es indescifrable, inclasificable, pero a su vez fascinante y atractiva. Una gran película para ver, y buscarle significados, varias veces; aunque tal vez lo mejor sea sólo dejarse llevar y disfrutarla.

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