Crítica publicada en Esencia Cine
En 2009 un escritor desconocido irrumpió en la narrativa sueca, y por extensión nórdica, acostumbrada a destacar gracias al género negro, con una novela cómica titulada El abuelo que saltó por la ventana y se largó. Pronto el fenómeno alcanzó multitud de países y en el escaparate de cualquier librería del mundo aparecía el viejo con un petardo encendido. Cosas de la globalización. Ahora, cinco años después, llega a la gran pantalla la adaptación de esta obra por parte de Felix Herngren, cineasta casi debutante también (antes sólo había realizado Eso de ser adultos en 1999).
La historia es tan sencilla como simple (ojo, esto no siempre es necesariamente lo mismo). Un anciano se fuga del geriátrico en el día en el que cumple cien años. En el primer pueblo que alcanza se topa con un tipo mal encarado, que le pide que se quede con una maleta mientras utiliza el lavabo. Sin apenas darse cuenta, el viejo sube al autobús arrastrando la maleta, lo que provocará el comienzo de una persecución por todo el país. La maleta alberga nada menos que cincuenta millones en efectivo.
Lo que podría haber sido una película con mucho humor y vaivenes se convierte pronto en un batiburrillo de historietas que narra la vida del viejo a lo largo de sus cien años, entremezclado con la acción que ocurre en el presente, con una banda de moteros peligrosos pisando los talones del viejo, y los compinches que va haciendo involuntariamente en el camino.
No hay duda de que en los flashbacks de la vida del viejo radica lo mejor del film. Casi de forma involuntaria, el personaje central se ve envuelto en los giros más importantes de la historia del siglo XX. Las representaciones de Franco bailando flamenco, Stalin, la polka, o de Gorbachov y Reagan en plena Guerra Fría, son desternillantes, pero pronto se agotan en la repetición y la poca elaboración de los gags. El humor irreverente e incorrecto tiene su cumbre en una lúcida y sutil representación de la archiconocida fotografía de Robert Capa, El soldado caído, que sirve para ilustrar el inicio de la Guerra Civil española.
Pese a ello, la idea se extingue rápido por lo previsible y porque termina por ser un compendio de tonterías y bromas absurdas que no engrana de forma fluida con la trama principal, tampoco demasiado más atractiva, por otra parte. Felix Herngren se empeña en dotar de una insolencia juvenil a su centenario personaje, pero no consigue más que un tono de cierta condescendencia con la tercera edad.
La caricaturesca decisión de otorgarle los dos papeles del viejo, en el presente y el pasado, al mismo actor (Robert Gustafsson) contribuyen a un ligero desconcierto que no se disipa en todo el metraje. El abuelo que saltó por la ventana y se largó es, por tanto, un divertimento demasiado tontorrón al que resulta complicado asignarle un target objetivo.
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