Crítica publicada en Esencia Cine
A menudo el amor dispone todos los elementos de la guerra: la atracción inicial se rompe, hay desentendimientos, traiciones… El escritor Javier Marías utiliza la expresión “enamorarse contra alguien” para explicar esta idea en una de sus novelas. En Omar, la última película de Hany Abu-Assad (Paradise Now, Rana’s Wedding), el amor y los conflictos acaban por confundirse tanto que se funden en un solo cuerpo.
La práctica ha hecho que Omar sea capaz de saltar el muro y entrar y salir de la Palestina ocupada como si entrase y saliese de su casa (¿acaso no lo es?). A diario cruza al otro lado para ver a su novia, Nadia, con la que mantiene una relación en secreto. Más allá del muro es mejor no revelar ni mostrar amor. Abu-Assad consigue mostrar muy bien esta idea, escondiendo siempre a sus personajes para ofrecerse levísimas muestras de afecto. La violencia explícita del film contrasta con el amor prohibido, metaforizando el estado actual del territorio, eternamente en conflicto. En todo el metraje no hay más que un solo beso. Y muy furtivo, para más inri.
Omar no es más que un peón en la guerra por la liberación palestina. La encrucijada en la que se ve envuelto el protagonista –una lucha entre lo correcto y lo necesario– no hace sino reflejar la situación social en la que se desenvuelve. Capturado por la policía militar es obligado a colaborar bajo amenaza. Sus decisiones harán que la tensión entre él y todas las personas con las que convive se agigante. La traición asoma como elemento discordante entre ambas partes. El amor se convierte entonces en lo único capaz de justificarla.
La fractura en el grupo de amigos actúa como un espejo de la propia fractura social vivida en la sociedad palestina. La historia de amor pronto se verá envuelta en la misma sábana de confusión y sospecha. No obstante, pese al retrato territorial que desprende la película, Abu-Assad consigue que sus personajes tengan todo el protagonismo de la cinta. Los dilemas a los que se enfrentan o la violencia –explícita e implícita– que soportan otorgan a la obra una gran profundidad, explorada en un guión consistente escrito por el propio director.
Omar es un fantástico cruce de géneros: drama, romántico y thriller. Las persecuciones se mimetizan a la perfección con el desarrollo del triángulo amoroso que se conforma como línea central del film. Cuanto más espacio concede Abu-Assad a la psicología y reacciones de sus personajes, más brillante resulta la película. La tristeza y la melancolía que desprende cada uno de ellos aumentan de manera paralela al avance de la cinta y hacen crecer la historia. El mérito de que esto ocurra recae sobre los hombros de unos actores que no se intimidan y son fotografiados a través de unos primeros planos que continuamente buscan la reacción, la expresión y el reflejo de cada sentimiento. Las interpretaciones de Adam Bakri, Leem Lubany y Samer Bisharat son tan lúcidas como sutiles.
La película de Hany Abu-Assad no se limita a ofrecer juicios políticos de ningún tipo, ni siquiera un retrato más de un conflicto sobrenarrado. El cineasta hurga en la herida de unos personajes rotos, sin confianza en nada ni nadie, presos de la ambigüedad, para dotar de humanidad y realismo al drama que filma. Por si fuera poco, acondiciona el relato con algunas imágenes de una poesía desbordante. La escena en la que Omar bebe con un cuadro de París a la espalda, justo en el momento en el que se empieza a romper la promesa de futuro de la pareja (con la capital francesa como posible destino), demuestra su delicadeza. Abu-Assad demuestra con esta cinta que su mirada sigue intacta; Omar es uno de los títulos más desgarradores y tristes que se han hecho en los últimos años.
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