13 noviembre 2012

Fringe: el amor y la teoría de los remplazos


[Aviso: este artículo contiene spoilers] 

Explica Javier Marías que el amor no es otra cosa que una constante sustitución de los afectos pasados. "Nos cuesta admitirlo porque pensamos que la última historia es la de verdad y porque nosotros mismos también somos sustitutos de alguien", dice el escritor en una entrevista. Podría empezar a hablar de Fringe tomando pie en esta afirmación. En su libro Teleshakespeare, más concretamente en el artículo dedicado a la serie, Fringe: bioterrorismo y amor, el experto en ficción televisiva Jorge Carrión se pregunta: "¿Cuánto tarda una persona, tras sufrir una experiencia traumática, en ser capaz de compartir de nuevo su cama con otra?"

La primera escena de Fringe es quizá la más íntima de toda la serie. La agente Olivia Dunham comparte su cama con Scott justo después de que hayan practicado sexo. “No deberíamos volver a hacerlo”, le dice. No sabemos aún si esa relación que mantienen es amor o sólo sexo, ni siquiera conocemos si tendrá importancia en el futuro de la serie. Con el tiempo descubriremos que sí, al menos en la primera temporada. Pronto veremos el duelo de Olivia por la repentina muerte del agente en extrañas circunstancias. 

A partir de ese momento sólo veremos una rueda de remplazos, no sólo en el caso de Dunham, sino también en el resto de personajes. Llegará Peter Bishop, como palanca para convencer a su padre, Walter, un científico brillante que se encuentra interno en el hospital psiquiátrico de St. Claire desde hace diecisiete años, de que ayude a Olivia a resolver la misteriosa muerte de su amante. 

Sin embargo, pronto veremos como Peter, que asegura que sólo se quedará hasta resolver el caso, se postula de manera muy sutil, sin querer, y sin que Olivia aún lo sepa, en el sustituto perfecto del agente Scott. Poco a poco, envueltos en una serie de casos extraños al más puro estilo Expediente X, veremos como cada personaje suple la ausencia de alguien. 

Esta teoría de los remplazos se ve reforzada por completo cuando, a partir del final de la primera temporada, conocemos la existencia de otro universo en el que hay alternativos de cada uno de ellos, salvo de Peter, cuyo alterno murió en brazos de Walter. Son muchos los momentos de la serie en los que una persona funciona como un sustituto o un contrapeso de otra; a veces siendo conscientes, en el caso de Olivia y su alter ego del otro universo, Altivia (Fauxlivia, Bolivia…), otras sin serlo como Peter y el agente Scott o el propio Peter como muda del hijo fallecido de Walter. 

Hay que hacer entonces un inciso para explicar que todo se debe al intento de Walter por salvar al otro Peter, cuando consigue la cura después de ver morir a su hijo, que acaba en un secuestro inter-universal. Es entonces cuando Walternate, igualmente brillante igual que su alterno en nuestro universo, con el añadido de haber llegado a convertirse en Secretario de Defensa de los Estados Unidos over there, emprende la guerra para tratar de llevar de vuelta a su hijo secuestrado. Debido a ese intento por viajar entre universos de uno y otro, los mundos se resquebrajan y poco a poco surgen los denominados eventos Fringe, que son los que estudia la división formada por Olivia, Peter, Charlie Francis, Walter, Astrid Farnsworth y el mando superior Philip Broyles. Estos eventos, entre lo paranormal y el terrorismo biológico, nos muestran conceptos propios de la ciencia ficción, que se mezclan con elementos más propios de la ciencia presente, como la jaula de Faraday, por mencionar sólo alguno. Ahí radica la que es, tal vez, la parte educativa de Fringe


Llegamos de esta manera a la lucha entre universos, que posteriormente pasará a ser una estrecha colaboración tras ver que el problema contra el que luchan es conjunto y que sin un universo el otro no sobrevivirá. Es entonces cuando se crea un juego de espejos entre las dos realidades. Un juego de reflejos en el que cada personaje evoluciona según los contextos en los que se ha desarrollado su vida y su universo. La frase “Yo soy yo y mis circunstancias” pronunciada por Ortega y Gasset cobra aquí todo su significado. 

Este juego de espejos y realidades paralelas se muestra de manera manifiesta en las diferencias entre Olivia y Altivia. Olivia, nuestra Olivia, como tendemos a conocerla cuando pasen los capítulos, se ha desarrollado en un entorno más difícil, ha tenido una infancia más dura que su alterna, ha sufrido la pérdida más cerca, y eso se refleja en su carácter y en las diferencias con la otra Dunham. Se muestra como una persona más introvertida, insegura y frágil, dedicada por completo a su trabajo, aunque bajo su caparazón alberga una empatía extraordinaria y una capacidad de sacrificio sin límite cuando se trata de los suyos. 

De esta forma, tenemos las tres bases sobre las que se cimenta la serie de J. J. Abrams: ciencia/bioterrorismo, universos paralelos y el amor en todas sus vertientes. El amor como búnker en el que aferrarse a la vida cuando tu universo se tambalea, como explica Jorge Carrión en el artículo citado anteriormente. En más de una ocasión he leído que uno de los temas capitales de Abrams es el amor, con referencias a Lost o Alias en otros casos. Habría que incluir, sin duda, a Fringe en ese inventario. En el sustrato más profundo, por debajo de la ciencia, el terrorismo biológico o la experimentación, entre otros temas, late con fuerza el amor como motor de todo acto. Incluso la mayoría de malos –o al menos los más memorables- lo son por amor a sus seres queridos. Recuerdo notables episodios como White tulip, Marionette, And those we’ve left behind o 6B, entre otros, en los que el villano de turno sólo busca volver a ver a un ser querido o cambiar el pasado para salvarle, y ese sentimiento de amor tan fuerte hace incluso tambalear los cimientos de los dos mundos. 

Pero sin duda, si hablamos de amor, no podemos obviar la historia que, desde finales de la primera temporada, advertimos entre Olivia y Peter. Una historia de amor que se supedita a las necesidades de la serie, a los casos Fringe o a los problemas generados por la interacción entre universos; una relación que se fragua poco a poco, sin ningún alarde ni escena ñoña, a lo sumo una o dos. Una historia de amor basada más en los diálogos, en las idas y venidas, que en los símbolos. Fringe es probablemente la serie en la que mejor se canaliza la tensión sexual entre los personajes, ya que sortea a la perfección el peligro de caer en el tópico y arrojar por la borda el conjunto de la historia. Algo que tiene mucho más mérito si cabe cuando la historia de amor latente –la de Peter y Olivia, por supuesto- es tan importante para el desarrollo final de toda la trama. 

Cuatro temporadas completas, con las que se puede cerrar perfectamente la trama –el final de la cuarta temporada es redondo-, a las que se añade la quinta temporada, un regalo para los fieles, en la que se incluyen nuevos personajes y el reloj avanza hasta el año 2036. La división Fringe luchará, en ese futuro inmediato, contra un ejército autoritario de observers, personajes del futuro que vienen a lo largo de toda la serie a contemplar hechos importantes de nuestro mundo. Personajes singulares que desde el principio tienen una importancia fundamental –todo empieza gracias a la intervención del más carismático de ellos, September-, que avanza a medida que la serie se aproxima al final. 

No podría concluir este artículo sin mencionar las soberbias interpretaciones, tanto de los personajes principales como de los secundarios. Fringe es una serie que iguala en un mismo plano la trama y el desarrollo psicológico de los personajes, enfocando ambos elementos hacia un fin común y estableciendo una simbiosis en la que ni la trama ni el tratamiento de los personajes prevalece por encima del otro. Los personajes principales son inolvidables, mientras que los aparentemente secundarios alcanzan un valor incalculable. Destacan entre ellos la agente Astrid Farnsworth (Jasika Nicole), un personaje carismático –en sus dos versiones-, sin duda el más tierno de la serie, que siempre vela por el bienestar y la seguridad de Walter; el imperturbable Broyles, interpretado por el gran actor Lance Reddick (The Wire, Oz, Lost) o uno de los personajes más misteriosos, Nina Sharp (Blair Brown), con un peso importante en la serie, pero sin llegar al nivel de los principales en muchas ocasiones. 

En el apartado de protagonistas, destacable la aparición de Leonard Nimoy –el famoso Spok- como William Bell, así como la solidez de Joshua Jackson interpretando, siempre de manera más que eficaz, a Peter Bishop. Sin embargo, todas las interpretaciones quedan a la sombra de las de Walter Bishop llevado a la pantalla por un gran John Noble, magnífico en todo tipo de registros; pero sobre todo del imperial trabajo de Anna Torv dando vida a la agente Olivia Dunham –qué mujer, qué voz, qué mirada-, hasta en cinco papeles distintos dentro del mismo cuerpo. Excelsa, matrícula de honor para ella. 

Fringe es una producción con multitud de referencias, auto referencias, con un peso importante de la literatura –sobre todo la de ciencia ficción, aunque no la única- y con un gran número de guiños al mundo del cine y la televisión. Una serie en la que nada queda sin atar. Hasta las cabeceras, siete distintas en total, nos dicen dónde nos vamos a situar y nos dan información del capítulo al cual preceden, o la banda sonora nos sitúa todavía más en la trama de la serie, como ocurre con el acertadísimo uso de Pale blue eyes de Velvet Underground o Riders in the storm de The Doors, para explicar –o remarcar- las situaciones vividas en ese momento de la serie. 

En definitiva, Fringe es una serie que permanecerá en el tiempo; enlazando con el título de este artículo: un idilio difícil de remplazar.