19 marzo 2013

Bad, good, mad person

[Aviso: este artículo contiene spoilers de Homeland]

Probablemente, si has visto Homeland, ya hayas leído, o escuchado, o, incluso, rebatido con más o menos acierto, multitud de opiniones similares a la mía. Habrás leído miles de palabras sobre Carrie y Brody, sobre la contención y la ambigüedad que desprende él en pantalla, sobre la locura y la brillantez de ella. Habrás escuchado frases y frases sobre la frivolidad y la ambición de Jessica Brody, sobre la insulsez de sus hijos o sobre el pagafantismo del soldado Mike. Estoy seguro de que así es. 

Por eso no quiero hablar exclusivamente de todo esto, que ya está más que trillado, aunque es inevitable que termine por hacerlo; sin embargo, quiero hablar de la serie de Showtime desde mi propia experiencia y sensaciones con ella. 

Porque nada termina como empieza, ni nada empieza como después va a finalizar. Así es la propia existencia, que, como la energía, fluye. Y, como alguna mente brillante dijo –no sabemos en qué momento–, las apariencias engañan. ¡Y vaya si lo hacen! 


La realidad, en cuanto a mi experiencia, es que comencé a ver Homeland con cierto escepticismo. Es cierto que jugaba, teóricamente, con cierta ventaja. Tenía dos temporadas enteras para empacharme y degustarla, dos términos que, paradójicamente, no son incompatibles cuando hablamos de series. Mi recelo hacia la producción venía dado, fundamentalmente, por su temática. Nunca me han gustado en exceso las historias de espías, terroristas, o las moralinas sobre la guerra. Nunca hasta hace un tiempo, he de admitir. Desde entonces soy capaz de devorarlas sin ni siquiera plantearme ni una vez por qué lo hago. Supongo que, con los años, también nosotros cambiamos. 

Aún no soy capaz de decir con claridad cuál fue la primera impresión que me llevé de Homeland. Cuando vi el extenso piloto, que pese a durar alrededor de 90 minutos no se me hizo excesivamente largo, tuve que ponerme en situación y sentar las que iban a ser las piezas. Como si en un tablero de ajedrez se desarrollase, parecía que íbamos a tener dispuestas fichas blancas y negras. Posteriormente iba a comprender que en este caso eso no existía, que la partida era una especie de todos contra todos en la que ninguna parte iba a ganar o a perder totalmente. Nunca nadie lo hace. 

El planteamiento de la serie es esencial: el sargento Brody, que ha permanecido durante ocho años secuestrado en Iraq, es liberado y vuelve a los Estados Unidos como héroe de guerra. En ese preciso momento, una agente de la CIA, Carrie Mathison, es alertada de que un prisionero de guerra liberado ha sido convertido y planea un atentado contra su país. Sencillo y, por qué no, viable. 

A partir de entonces podemos ver la partida entre los que parecen dos equipos: el cercano a Brody y el afín a Carrie. Con el paso de los capítulos veremos que la partida no ha empezado en ese momento, si no que ya hay algunas piezas derribadas, y que, además, son piezas capitales. 

El primer personaje del que me armé una opinión fue Carrie, y la verdad es que no fue muy buena. Me agobiaba su obsesión con Brody, del que monitoriza su vida cual Gran Hermano. Mis sospechas sobre Carrie pronto se vendrían abajo y pasaría a ser, de largo, uno de mis personajes favoritos. Sus matices, sus pliegues emocionales, su situación personal y, sobre todo, su coraje cuando todo parece perdido para ella, me sedujeron de tal manera que mi juicio con ella iba a estar claramente condicionado para siempre. 

Fotograma de 'The weekend' (1x07)
Con Brody, en cambio, me pasó lo contrario: nunca tuve una opinión total sobre él. Su ambigüedad para con todo, incluida su familia, me hacía desconfiar de sus intenciones y sentimientos. Y mi desconfianza aumentaba con cada giro de su pasado en Iraq, del que los guionistas ocultaban partes de manera brillante, sometiéndolo a cambios constantes que hacían dudar al espectador. Brody tiene, a mi parecer, dos puntos de inflexión evidentes, uno en el pasado y otro en la actualidad. Siguiendo la cronología de la serie, el primero que vemos es el presente: el fin de semana que pasa con Carrie en el campo, cuando todo su mundo se está desmoronando. Es la primera vez que nos dejamos llevar por el personaje, que éste nos lleva hasta su terreno, igual que hace con la propia Carrie. El primer momento en el que parece tener sentimientos de verdad, pues ni siquiera en el reencuentro con su mujer, Jessica, aparenta ser feliz. Un periodo de redención. 

El segundo arco de inflexión ocurre en el pasado, en el periodo que el marine pasa retenido en Iraq, y modifica para siempre la mentalidad del sargento Brody, que nunca será el mismo que se marchó. Evidentemente hablo del ataque de los drones, ordenado por el vicepresidente, que se lleva por delante la vida de Issa, el hijo del terrorista Abu Nazir, al que Brody cuidaba y enseñaba inglés. Un niño, al fin y al cabo, víctima de una guerra que nunca llegará a entender. 

Ese es el momento en el que la serie nos enseña sus cartas definitivamente: no hay buenos totales, pero tampoco malos malísimos. ¿Se puede empatizar con el terrorista o, al menos, llegar a entender sus motivos? ¿No es terrorismo también el llevado a cabo por los denominados buenos? 

La empatía con el mal, que dicen muchos artículos. La empatía con el que nos han enseñado que es el mal, diría yo. Porque todo es, no sé si opinable, pero sí relativo. 

El argumento de la serie gira en torno a estas dos trenzas: ¿es Brody verdaderamente un terrorista? ¿Qué pasará con Carrie y él? Sabemos que Brody se ha convertido al Islam, sí, pero eso no significa nada en absoluto, él lo justifica la fe como el “clavo ardiendo” al que se aferró cuando creía que todo estaba perdido. Y, por otra parte, Carrie parece que va perdiendo poco a poco la cabeza por Brody, pero para contener su impulso está su “muro”, el agente Saul Berenson, uno de esos hombres con aura de buenas personas que la tiene como su protegida y cuida de ella casi como esa hija que, entendemos, nunca ha tenido. 


Saul Berenson, ese muro de carga que, a simple vista, pasa desapercibido, pero cuya ausencia provoca que todo se venga abajo como lo haría un castillo de naipes. Otro personaje singular, que muestra muchas arrugas; otro personaje que, por momentos, nos hace dudar de todo lo que habíamos creído a lo largo de la serie. Un personaje que es necesario, creo, reivindicar. 

No obstante, si hablamos de aquellos que podríamos incluir en esa categoría de “malos” –porque ya hemos dejado claro que ninguno lo es totalmente en Homeland-, no podemos dejar sin mención a David Estes y a Abu Nazir. El primero es uno de los hombres con poder en la CIA, un tipo ambiguo y con secretos, que parece interesado en desviar todas las sospechas de Carrie, y en boicotear todas las operaciones que solicita, más que en cualquier otra cosa relacionada con la agencia. El segundo, Abu Nazir, es el verdadero “villano”, el terrorista que planea todo desde la sombra. Un antagonista que acaba por no serlo tanto y que, como ya vimos anteriormente, tiene motivos suficientes para buscar la venganza contra el vicepresidente de los Estados Unidos. 

Con la segunda temporada llegan otros personajes, igual de indeterminados, oscuros, confusos, como la periodista Roya Hammad o el agente Peter Quinn, entre otros, que también nos hacen dudar de todo lo que hemos visto hasta ese momento. Pues si algo hace Homeland continuamente es sembrar dudas. El leitmotiv de esta serie se basa en la duda y en la sospecha. No terminarás la serie sin pensar sobre cada personaje, al menos una vez, “este es bueno”, “este es malo” o “este tío está loco”. Y sin retractarte de ello, al menos, otra.

13 marzo 2013

¿Por qué seguimos viendo ficción en la televisión?


"Los dioses se han marchado, nos queda la televisión."
Manuel Vázquez Montalbán


El otro día pensaba en la manera de ver televisión, cine o series, y en cómo ha cambiado en los últimos años. Es evidente que, desde la llegada de internet, la mayoría vemos las cosas cuando nos apetece y sin necesidad de esperar a la televisión. Este fenómeno, sobre todo, con las series. Antes esperábamos con ansia que cualquier cadena adquiriese los derechos de emisión de cualquier serie para poder disfrutar de ella. Eso ya quedó atrás con la libertad que da internet.

Sin embargo, y a pesar de esa libertad y de la posibilidad de hacer casi una televisión a la carta, la otra noche me sorprendí a mí mismo pensando: "Venga, apura y cena rápido, que empieza la serie." ¿Empieza la serie? ¿En la tele?

Pues sí, porque a pesar de que tengamos al alcance de la mano TODO y de una forma tan sencilla, en cuanto a televisión y cine se refiere -apartando por un momento temas de piratería, que no es la cuestión ahora-, aún nos seguimos emocionando/alegrando cuando vemos nuestra película favorita o una de nuestras series en la televisión. Me pregunto por qué ocurre esto. ¿Qué lo motiva?

Podemos ver las series en cualquier momento, a cualquier hora, eliminando incluso la publicidad -horrible inconveniente-; pero, a pesar de ello, a veces optamos por seguir pegándonos a la televisión. Hay quien dice que se debe a que antiguamente la televisión se erigía como el "centro social" de los hogares. Alrededor de ella se sentaba la familia, se hablaba o, simplemente, se pasaba un rato en compañía viendo nuestro programa favorito. Es interesante, aunque no sé muy bien qué pensar sobre esa afirmación.

Desde la llegada de los dispositivos portatiles, ese centro habrían pasado a ser estos, y no sólo hay uno, si no varios en cada casa. Algunas voces opinan que esa nostalgia de la televisión no es otra cosa que un intento de estirar el comportamiento social en familia: una especie de recordatorio de que, antes, alrededor de la tele se unían los hogares. Aunque, leyendo la siguiente frase, vemos que el dibujante Mingote no opinaba lo mismo cuando aseguraba: "La televisión ha acabado con el cine, el teatro, las tertulias y la lectura. Ahora tantos canales terminan con la unidad familiar."

¿Tú qué opinas?

Familia viendo la televisión reunida en North Carolina. Ed Clark / Getty Images, 1958