01 febrero 2012

Elemental y sublime, querido Sherlock

[Aviso: este artículo puede contener spoilers]

No soy de esos entusiastas adoradores de las adaptaciones. Y mucho menos cuando se trata de traer a un personaje clásico a nuestro tiempo. No soy uno de esos, y además suelo desconfiar de quiénes sí lo son. Pero en esta ocasión, válgame la rectificación para decir que con Sherlock me ha pasado exactamente lo contrario. 

Sherlock es una adaptación de la historia de Conan Doyle, pero a la vez es una serie que dista por completo de la obra. En el Londres actual, con cierto aspecto de geek a la victoriana, Sherlock Holmes es el primer detective consultor del mundo. Su método deductivo es de tal brillantez que la policía contrata sus servicios a menudo para pedirle consejo sobre los casos abiertos más difíciles. 

Sherlock y Watson
El Sherlock de Moffat y Gatiss también tiene su John Watson, un ex militar traumatizado y herido en la última guerra de Afganistán, al que le hace sentir vivo el peligro. El argumento clásico de Holmes, pero a su vez una importante reinterpretación de este genio del crimen. 

¿Por qué nos gusta Sherlock? Primeramente porque es un personaje que embauca desde su púlpito. La interpretación de Benedict Cumberbatch roza la maestría, dotando de vida con sus palabras y sus gestos a un Sherlock despótico, prepotente, sabedor de su superioridad sobre la humanidad y tan brillante como altivo y vago. Holmes es un tipo especial que disfruta viendo cómo los demás descubren que siempre tiene razón, poniendo su inteligencia por encima del resto. Cumberbatch consigue dar vida a un personaje perdurable, que en ciertas ocasiones se asemeja al doctor House, o incluso al hilarante Sheldon Cooper, el protagonista de The Big Bang Theory

¿Pero qué sería de Sherlock sin su fiel compañero de investigaciones? Nada. En este caso, también es la pareja lo que dota a la ficción de la frescura necesaria. Martin Freeman da vida a John Watson. ¡Y de qué manera lo hace! El personaje es tan completo que sin él la serie no tendría prácticamente sentido (de hecho la trama comienza con su aparición, aunque deducimos que Sherlock ya resolvía casos antes). Cuando una persona en común los presenta, comienzan a compartir piso y Sherlock involucra a Watson en sus investigaciones hasta que se integra como pieza clave del puzzle. 

Es evidente que la ficción británica es notablemente superior al resto. No cabe duda y creo que nadie podrá negarlo o poner cualquier otra por encima. A las pruebas (Downton Abbey, Skins, Misfits…) me remito. En este caso, el sello británico, y más concretamente el sello BBC (bendita BBC) también se hace patente. Moffat dibuja un Londres moderno, pero a la vez lo dota –sobre todo los interiores del apartamento de la señora Hudson en el que viven los detectives- de un aire antiguo y que huele a siglo XIX. 

Lara Pulver como Irene Adler
El resto de personajes secundarios sirven a los creadores para no dejar de lado los sentimientos y las relaciones personales de Sherlock, que, aunque demostradas en escasas ocasiones, existen. Queda patente sobre todo con dos personajes: la señora Hudson (Una Sttubs) y su leal Molly, un personaje trazado a la perfección y dotado de una credibilidad y un poso espectacular por Loo Brealey. También, aunque en menor medida, se muestra la peculiar relación del detective con personajes menos relevantes, pero no por ello peor interpretados, como su hermano Mycroft, alto cargo de la seguridad del Gobierno en el MI6, interpretado por Mark Gatiss, uno de los creadores, o Irene Adler, resucitada por una exuberante Lara Pulver, que borda su aparición. 

Molly Hooper es la más incondicional de Sherlock, pese a todos sus desplantes y el desprecio que a veces parece sentir hacia la forense. Finalmente veremos una actitud bastante distinta y sorprendente. Junto a la señora Hudson y Watson, ella es la única persona por la que Sherlock muestra verdadera preocupación, eso sí, en cuentagotas. 

Andrew Scott como Jim Moriarty
Sin duda, mención aparte merece el villano, que no podía faltar y del que se podría escribir un artículo único. Todo Sherlock ha de tener un Jim Moriarty, si no sería incompleto y carecería de esencia. La vida de Sherlock es Moriarty; la de Moriarty se basa en derrotar y quedar por encima de Sherlock. En este caso, el encargado de darle vida es Andrew Scott, que se come el papel en cada escena que rueda, resultando gracioso pero a la vez rozando el terror en su interpretación. No es nada raro que, después de ver cualquiera de sus apariciones más humorísticas, que son a la vez las más tensas (todo un mérito), no dejemos de pensar en la secuencia en cuestión. Si no, esperaros a ver la de su irrupción en la piscina. 

La serie creada por Steven Moffat y Mark Gatiss sorprende en cuanto a la crítica social que hace de la sociedad británica. A pesar de tratarse de la BBC –la cadena pública británica-, no hay estamento que no quede tocado, y casi hundido, en alguno de los capítulos: la Corona, la policía, la aristocracia, el empresario, los medios de comunicación… Incluso toca con bastante sentido del humor la corriente que siempre ha especulado con la homosexualidad de Sherlock y Watson. Los guionistas de la BBC están en todo y en cada capítulo mezclan sentido del humor, crítica y Sherlock en estado puro, creando algo con indudable sello propio. 

Sherlock tiene todos los ingredientes para ser una ficción que perdure, incluida una excelsa banda sonora y una realización final exquisita a la par que novedosa. De momento, vista ya la segunda temporada, se puede asegurar que es una de las sorpresas más agradables de los últimos tiempos, con capítulos que rayan la calificación de obras maestras, como el último emitido hasta ahora (2x03), de lo mejor que he visto nunca en televisión. 

Y después de verla, me pregunto –os pregunto-. ¿Se podría en España crear algo así? ¿Sería viable una adaptación del Quijote, por ejemplo, que no cayese en lo absurdo y lo surrealista? Yo creo que no. “Es que no tenemos la BBC”, esa frase que he escuchado tantas veces, es la razón de peso, entre otras, para que esto sea posible allí y no aquí.