11 julio 2014

'La cueva', la inhumanidad de lo inhóspito

Crítica publicada en Esencia Cine


Alberto Montero revisita en La cueva un género bastante magullado: el survival psicológico. En su primera película nos adentramos en un entorno paradisíaco como Formentera para en seguida descender a un infierno oscuro e inhóspito a través de una cueva tan atrayente como peligrosa.

Los primeros minutos, más propios de ese anuncio de cerveza que se empeña en recordarnos lo bonitas que podrían ser nuestras vacaciones si tuviéramos dinero para permitírnoslas, cumplen su función de adentrarnos en la isla a través de viajes en moto, comidas, fiestas y cerveceos y las experiencias variopintas de sus protagonistas.

Todo cambia cuando el más explorador encuentra una cueva escondida y el grupo de treintañeros decide adentrarse y vivir una aventura. Lo que encontrarán ahí no es más que un infierno claustrofóbico en el que las circunstancias harán florecer su ruindad como seres humanos y los convertirá en monstruos desesperados por encontrar la salida.


La estética GoPro (un plano subjetivo de alguien que graba), sólo quebrada en la última escena del film, consigue transmitir la tensión y generar una ilusión de realidad que, de otra forma, sería inverosímil. El ambiente y la representación del espacio como entidad agobiante y claustrofóbica hacen el resto. La propia cueva se convierte en el monstruo al que imponerse, generando la angustia necesaria y creando un entorno hostil al que el espectador se ve empujado por la acertada perspectiva en primera persona.

El guión, estructurado con el esquema típico de este género, muestra cronológicamente la excitación por el nuevo entorno, la sospecha, el recelo, el encerramiento -en la primera mitad de la cinta-, para dar paso después a las reacciones, el agotamiento, las broncas y, en un giro inverosímil a todas luces, la aceptación de las decisiones más extremas. El espacio actúa como reflejo de la verdadera humanidad (o inhumanidad) de los personajes principales y de la bajeza moral de sus actos en las peores situaciones.

Montero se adentra en un drama psíquico y perturbador que va de más a menos. Un principio bastante solvente y una acertada amalgama de sensaciones, desde el desconcierto al agobio, fruto de la atmósfera cargante, se terminan disipando en un festival grotesco, de dudoso gusto en algunas secuencias, con una desesperante banda sonora de gritos y jadeos, acompañada por la música de Carlos Goñi (Revolver).

La cueva tiene su mayor virtud, por tanto, en la creación y disposición del ambiente propicio para la historia que cuenta. Sin embargo, la historia se termina por desvanecer, en torno a la mitad del film, y se descubre como una de esas cintas que hemos visto decenas de veces con algunos momentos de personalidad propia muy destacables.

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