30 julio 2014

'Cómo entrenar a tu dragón 2', el valor de las segundas oportunidades

Crítica publicada en Esencia Cine


Dean DeBlois retorna este verano con la segunda entrega de su saga sobre los dragones. Cómo entrenar a tu dragón 2 comienza con una panorámica (bastante efectiva, por cierto) de Isla Mema, que vive la coexistencia de humanos (vikingos) y dragones. Cada uno tiene una bestia bajo su tutela y la agradable vecindad pasa los ratos apostando en las carreras de dragones como principal entretenimiento. 

Sin embargo, el protagonista, artífice de esa pacífica relación entre hombres y dragones, se dedica a explorar los confines del reino a lomos de su dragón, el único ejemplar vivo de una raza legendaria, y acompañado por su querido amor adolescente, Astrid. En una de sus incursiones se toparán con unos ladrones de dragones que trabajan para Drago Puños Sangrientos, un villano que pretende dominar el mundo y subyugar a la humanidad mediante un ejército de dragones.


La sorpresa llegará cuando, en una de sus exploraciones, después de conocer la presencia del malvado tirano, se topen con un misterioso personaje en una gruta secreta repleta de dragones. (La aparición del personaje en cuestión, enmascarado con una suerte de careta tribal, es misteriosa y de una belleza sugestiva.) Quizás lo más llamativo del film. Sorpresa, decía, porque el misterioso enmascarado resultará ser una mujer, y para más tambaleo de los personajes principales, la madre del protagonista, a la que él creía muerta tras un incidente cuando él era bebé.

A partir de entonces, el reencuentro dará pie a una reflexión que abrigará mensajes sobre las segundas oportunidades, la familia y el perdón. La secuela de Cómo entrenar a tu dragón indaga, por otra parte, en la resistencia del débil ante el poderoso, la derrota de la voluntad que supone la tiranía y lo importante que es luchar aun en las situaciones más desfavorables. Mensajes nada baldíos teniendo en cuenta el público infantil al que se dirige, en principio, la cinta. 

DeBlois se recrea en un artefacto visual atractivo y potente para acompañar a su ciclo narrativo, que continuará con una tercera película en 2015 (en principio). La película pivota sobre los grandes temas citados (resistencia, lucha, amistad entre extraños [dragones y humanos], la importancia de la familia…), a la vez que deja un espacio para el desahogo cómico y las gracias propias de este tipo de historias. 

Cómo entrenar a tu dragón 2 es, en definitiva, una secuela agradable, bien esbozada y con algunos mensajes muy interesantes dado su receptor principal. Entretenimiento puro y duro para hijos y padres que se convierte en una experiencia tan agradable como rápidamente olvidable.

28 julio 2014

'Anarchy: La noche de las bestias'; purgad (o sed purgados), malditos

Crítica publicada en Esencia Cine


Tal vez la saga creada el año pasado por James DeMonaco bajo el título La purga sea uno de los títulos con mayor potencial sociológico de los últimos años en la gran pantalla. Por eso mismo, quizás, moleste tanto que no llegue a terminar de alcanzar esa trascendencia que sí podría tener y relegue el aspecto social y/o político a un segundo plano, en beneficio del miedo más típico y trillado. 

Es cierto que la segunda parte, esta Anarchy: La noche de las bestias (curiosa coletilla que se ha añadido sólo en España, que cada cual haga sus lecturas), mejora un poco a la primera. Agotada la vía de la familia que se encierra en casa para sobrevivir a la noche, el director norteamericano decide sacar a sus personajes, otros distintos esta vez, a la calle y aportar otro punto de vista sobre el macabro evento. Ya saben, la noche del 21 al 22 de marzo el crimen está permitido por ley.

El cambio de escenario permite al cineasta indagar en varios frentes. Desde la parábola del pueblo oprimido y la diferenciación ricos-pobres que da lugar a la contraofensiva de nuevos movimientos insurgentes (desaprovechada aparición de Michael K. Williams en este sentido, aunque se espera que sea sólo su presentación), hasta la espectacularización de la violencia o la neblina moral que enturbia la visión de los personajes cuando sienten muy cerca el peligro.


DeMonaco se permite, además, la brillante introducción del gobierno como agente exterminador. “Si el pueblo purga poco, tendremos que hacerlo nosotros” parece ser una de las ideas centrales del film. La diferenciación de clases y el exterminio del débil se convierten en seguida en uno de los atractivos de la cinta. Especialmente aterradores resultan tanto ese grupo de jóvenes que se dedica a recoger a aquellos que se libran de la matanza, la explicación de cómo existen mártires pobres que sirven a la necesidad de purgar sin verse en peligro de las clases altas, así como el show-matanza teatral que se descubre en el clímax de la película y que pasa a ser, sin duda, lo mejor y más terrorífico de la misma. 

Sin embargo, lo que podría haber servido como un importante caldo de cultivo humanístico pasa a ser una mera evolución del slasher en el que la sociedad es el primer asesino. Con una fotografía más oscura que la primera entrega, Anarchy, se asemeja por momentos al gran arquetipo de la ficción sociológica contemporánea, la serie británica Black Mirror. No obstante, la relación y el reflejo de esta se mantiene exclusivamente hasta que James DeMonaco decide, otra vez, dejar la historia en manos de los golpes de efecto y de sonido, cayendo en el recurso fácil y olvidándose del potencial enorme que tiene su idea. Anarchy, por tanto, tiene las mismas virtudes y los mismos defectos que su primera parte, aunque el cambio de entorno y espacio le sienta bien y proporciona un componente sociológico y político más potente que los que ofrecía La purga.

'Sex tape', porno casero en la nube

Crítica publicada en Esencia Cine


La nube es un concepto difícil de explicar a alguien ajeno a las tecnologías. “Nadie la entiende. Es un misterio”, dice el personaje de Jason Segel en un momento de la película. Se puede decir que es un lugar “invisible” en el que puedes almacenar todos tus datos y sincronizar cada una de tus actualizaciones automáticamente e, incluso, hacerlo con varios equipos informáticos. Quizás sea muy metafórico, pero sirve para explicar el origen de Sex tape, a la que en España se le ha añadido la coletilla Algo pasa en la nube.

En un impulso por probar cosas nuevas y revitalizar su relación volviendo a la ajetreada vida sexual que disfrutaban cuando eran jóvenes, la pareja formada por el propio Jason Segel y Cameron Diaz decide grabar una película porno casera. Hasta aquí todo bien, incluso se podría decir que hasta cierto punto resulta típico. Sin embargo, cuando el aparato en el que la graban se sincroniza con la citada “nube”, el video alcanzará múltiples aparatos que permanecen conectados con el del protagonista.


Jake Kasdan, y sus guionistas Kate Angelo, artífice de la historia, Nichollas Stoller y el propio Segel, convierten entonces la película en una carrera por la recuperación de los videos en la que entran en juego un punto gamberro, el acento cómico y el regusto amoroso-redentor. Un clásico que, pese a lo típico de algunos giros, consigue sacarnos la sonrisa con sus metarreferencias al cine y las series (“estamos muy avergonzados, pero aún vamos por la primera temporada de Breaking Bad”, confiesan unos amigos de la pareja en un momento de la película). 

Sin embargo, si la película se sustenta es gracias a la química existente entre la pareja protagonista. Los actores Jason Segel, un seguro cuando se trata de comedia, y la veterana Cameron Diaz consiguen crear el vínculo necesario para que nos creamos su historia, su relación, su paternidad y su necesidad de mantener el video en el más absoluto de los secretos. Y si ambos destacan es gracias a esa química y a la consecución de la intimidad que consiguen; Rob Lowe, por su parte, destaca en el aspecto cómico. El actor aparece como futuro jefe de ella en un interludio. Y en menos de tres minutos consigue robar el film, o al menos llevarlo a su terreno con una interpretación de la comedia gansa que resulta desternillante y muy loca. Sin duda, su aparición nos trae los momentos más absurdos y divertidos de la cinta. A la zaga, pero no muy atrás, se queda Jack Black, que aparece como el dueño de la web YouPorn en otro de los momentos cumbre. 

Sex tape no es más que una comedia ácida y ligera, una agradable tontería que sabe perfectamente cuál es su liga y no se obsesiona con el ascenso de categoría. Es una película refrescante para disfrutar sin buscarle el sentido ni los tres pies al gato. Perfecta para el verano, no requiere del espectador otra cosa que su predisposición a entrar en una historia que, pese a sus fallos y clichés, permite pasar un buen rato al lado de esta pareja tan loca como, en el fondo, funcional.

'Un toque de violencia', rabia contra la máquina

Crítica publicada en Esencia Cine


La violencia siempre tiene un origen, o varios, nunca llega porque sí. Es lo que parece subyacer bajo el argumento (o los argumentos) de Un toque de violencia, última película de Jia Zhang Ke. El director se sumerge en la raíz de un país viciado, corrupto en todos los sentidos y en el que la injusticia pronto se convierte en la chispa de la violencia. Y lo hace a través de cuatro vidas; cuatro vidas a cada cual más distinta, pero con un denominador común.

En una obra episódica acompañamos a cuatro personajes. Un minero que, cansado de la corrupción de los gobernantes en su pueblo decide hacer justicia a su manera. Una joven recepcionista que opta por terminar de raíz con los abusos que sufre de uno de sus clientes ricos. Una chica que trabaja en un complejo para turistas, vendiendo su imagen y su cuerpo. Y, por último, un emigrante que tiene en su arma su mayor aliada.


Jia Zhang Ke completa un fresco sobre la China contemporánea, uno de los países con mayores contradicciones en la actualidad. Con el hilo conductor de la violencia, el cineasta chino consigue que ella se convierta realmente en la única protagonista del film. Sin embargo, los cuatro episodios están vagamente conectados a través de un ritmo lento que resta consistencia a esa idea central. 

Mención especial merece la captura de los paisajes y los entornos exteriores por parte de del director de fotografía Yu Likwai. Su trabajo resulta brillante y conforma el único desahogo a las historias que vemos en pantalla. La labor fotográfica consigue que los grandes espacios abiertos, capturados con esa luz tan ambigua y desconcertante, nos remitan constantemente al agobio y el pesimismo que dominan la película. Sin duda, su labor es lo más destacable en esta obra.

Un toque de violencia consigue efectuar lo que se propone: narrar cómo y cuándo surge la espita de la violencia en la China corrupta y presente, aquella que no aparece en las guías de Lonely Planet. Zhang Ke completa un interesante retrato sobre lo que acontece en el país de los dragones. Sin embargo, lo hace de forma excesiva (el tratamiento de la violencia en sí misma está claramente descompensado con los dramas humanos de los que surge y que sólo son el vehículo para mostrarla), eterna (sus dos horas y cuarto son incomprensibles) y con una interconexión bastante débil entre las cuatro historias que la conforman. El resultado es una película con una idea central interesante que se vuelve plomiza por unos personajes sin apenas alma, que no logran cargar el peso de la historia salvo en contadas ocasiones. Posiblemente, al tercer episodio de la cinta a más de uno le dé exactamente igual lo que vaya a ocurrir con el próximo personaje. Y eso, además de un lastre, es el principal problema de una obra como esta.

27 julio 2014

I wanna 'Jamming' with you

Jugar con los tópicos para alterarlos y parodiar los géneros de los que son propios requiere controlar a la perfección aquellos. Resumido en una frase más sencilla: para parodiar o transgredir una corriente o género hay que ser un experto en el mismo. Esta es una de las premisas centrales de Jamming, el espectáculo teatral de improvisación que ayer cerró su décima temporada en el teatro Arlequín de Gran Vía.

Un escenario, cuatro sillas, un equipo de música y mucho talento y humor (muchísimo en ambos casos). Esa es la lista con los ingredientes de la receta de Jamming. Y, por supuesto, el público, que interactua, propone temas, interviene y, sin duda, disfruta de un buen rato de mano de unos actores entregados al humor, la improvisación y la diversión (porque sí, se nota que ellos también se divierten mientras realizan su trabajo). No necesitan nada más.


De esta forma, los actores van recibiendo las indicaciones del público (mediante unas tarjetas en las que cada uno propone un título o frase que dé pie a una improvisación) y tienen que realizar un acto en un determinado género (también extraído por el público con las tarjetas de la imagen). Las combinaciones pueden ser infinitas. Desde teatro lorquiano o shakesperiano sobre las ventajas y desventajas de internet, hasta diatribas sobre si el pavo es o no fiambre con estilo africano, de terror, lenguaje de telenovela o como una comedia romántica. O a lo Torrente también, por qué no, o en forma de musical o como si fuese una película de Quentin Tarantino. Todo lo que se le ocurra al público tiene cabida en Jamming. Nada se queda fuera. 

El resultado es un espectáculo fresco en el que no parar de reír durante una hora y media. Un sinfín de chismes, situaciones absurdas y sátira. La intervención del público, además, proporciona el aspecto diferencial entre cada una de las funciones del espectáculo. Ninguna función es igual que las anteriores, cada noche de Jamming es única. Quizás por eso (porque permite al público repetir) se haya mantenido en cartel durante tanto, tantísimo, tiempo y siga, a su vez, atrayendo nuevo público.

Jamming es algo distinto. Un espectáculo sorprendente, en el que todo se combina y se retroalimenta, en el que no hay lugar para los tópicos, o sí, pero de una forma totalmente novedosa (por antitético que pueda parecer utilizar el término tópico para hablar de algo nuevo). El cliché se rompe, el público ríe, las tarjetas con títulos y situaciones vuelan hasta el escenario... Y Jamming se despide, otra temporada más, desde la noche madrileña. No es seguro que vuelvan, en teoría nunca lo es; sin embargo, si lo hacen (espero que sea así), tengan en cuenta la posibilidad de pasar una noche con ellos. No decepcionan, es una opción clara para pasar una noche muy divertiding.

Toda la información sobre Jamming en www.jammingweb.com

25 julio 2014

'Barbacoa de amigos', cuando la amistad también madura

Crítica publicada en Esencia Cine


Parece obvio que un ataque al corazón nunca es un suceso agradable en la vida de nadie. Sin embargo, cuando en su cincuenta cumpleaños la vida sorprende a Antoine, uno de los protagonistas de Barbacoa de amigos, con este regalo, todo cambia para él. La recomendación del médico es clara: tendrá que cuidarse un poco más que hasta ahora. Pero Antoine, cansado de la “buena vida”, decide que ya es hora de hacer lo que le apetece y cambia por completo sus hábitos. 

Eric Lavaine consigue dar pie de esta forma tan sencilla a los problemas y preocupaciones de una generación. Los protagonistas de su película son unos amigos que rondan la cincuentena (excepto uno), tienen familias, hijos y disfrutan de la vida en compañía los unos de los otros. Resulta importante en este aspecto la inclusión del fútbol (casi todos acuden al estadio del Olympique de Lyon cada domingo) como lazo de amistad.


La vida ha tratado a cada uno de una forma muy distinta, los caminos que han ido tomando han sido variopintos; sin embargo, cada verano la carretera y el afán de no perderse los unos a los otros les llevan a pasar las vacaciones juntos. La película retrata esas vacaciones veraniegas de grupo, pero el punto de inflexión que ha supuesto el ataque de Antoine, y su rebeldía adulta posterior, llevarán la incomodidad al resto de acompañantes. 

El director francés indaga en la problemática usual de la generación que retrata: divorcios, incompatibilidades de pareja, la quiebra de la empresa de uno de ellos o las dificultades para comunicarse con los hijos, entre otras. Barbacoa de amigos entra de pleno en ese terreno, pero lo consigue hacer con un humor sutil y fresco que ayuda a que la película se desahogue y toque de múltiples maneras al espectador.

Barbecue expone, mediante la contraposición de actitudes (Antoine y su mujer, el matrimonio divorciado, el matrimonio que discute continuamente), lo que supone la amistad y el amor cuando han pasado tantos años. Al final, el espectador descubre que todos los personajes tienen algún secreto. Con los años, parece ser inevitable. Y el cineasta consigue hacer llegar el mensaje de que la amistad consiste en callarse algunos de ellos por el bien de los demás. Por tanto, Barbacoa de amigos supone un retrato bastante agudo y ácido de la amistad cincuentona; de los amores y las pasiones, de cómo la vida nos hace cambiar de opinión y de actitud con el paso de los años, o de cómo es necesario sobrellevar todos los defectos de aquellos a los que amamos y nos rodean. Porque, al final del camino, resulta que nadie, absolutamente nadie, es perfecto.

24 julio 2014

'Las vidas de Grace', la emotividad no forzada

Crítica publicada en Esencia Cine



“Al final, cada vida tiene un drama humano”, le decía una mañana cualquiera de invierno una amiga a otra en el metro donde viajaban juntas. Nunca se me ha olvidado la frase en cuestión, ya que además me parece que tiene cierta verdad. Algunos dramas, evidentemente, son más llevaderos, otros más terribles, pero así suele ser, cada vida contiene al menos uno a lo largo de los años.

Destin Cretton parece haber entendido a la perfección, en la otra punta del mundo, el significado de la frase que aquella mujer decía, muy rotunda, a su amiga. Su nueva película, Short term 12, que en España es estrenada con el título Las vidas de Grace, alterna perfectamente los dramas humanos de los jóvenes que residen en el centro de acogida en el que sitúa la obra.

Con remembranzas de la reciente serie Orange is the new black, que cuenta la historia de unas mujeres que sobreviven en la cárcel, Las vidas de Grace nos adentra en un mundo que, pese a no ser tan restrictivo, puede llegar a ser tan exasperante y anulador como el de la serie de Netflix. Todos los jóvenes que conforman el reparto coral de la propuesta están en una peligrosa situación de vulnerabilidad (incluidos los que están al cargo, con algunos problemas a sus espaldas) y tienen traumas de los que escapar. La terapia, entonces, sólo puede ser conjunta. 

Entre todos destaca la propia Grace, que trata de hacer mejor (o más llevadera, si eso es posible) la estancia de los adolescentes. El trabajo de Brie Larson es absolutamente admirable en la construcción del personaje. La actriz, que comenzó a destacar en la serie United States of Tara, completa un papel entregado y brillante tanto en su lado más luminoso como en las esquinas de oscuridad. Su trabajo es respaldado por el también televisivo John Gallagher Jr. (The Newsroom).


Cuando entra en el centro Jayden, una joven tan inteligente como rebelde, Grace se enfrenta a un doble problema. La joven le recuerda su pasado, la sitúa frente a las cuerdas, mientras que a su vez el presente le golpea de una forma totalmente inesperada. Es entonces cuando la película resplandece con mayor fuerza. Las vidas de Grace sabe hacer avanzar simultáneamente las turbulentas relaciones personales de Grace con su vida laboral dentro del centro. El director consigue que la línea entre lo personal y lo laboral se difumine exactamente en los momentos en los que la historia lo precisa, sin perder ni un ápice de interés, ni dejar de lado el aspecto formal (el montaje de la película es destacable a este respecto).

Short term 12 es una de esas pequeñas sorpresas que nos regala el cine independiente estadounidense cada tanto. Una película que comprende que emocionar al público está bien, pero que no es necesario forzar la lágrima. Es un film emotivo, conmovedor, en el que cada personaje tiene algo que aportar y enseñar. Una historia que desnuda a sus personajes sin ambages, pero con una sutileza excepcional. En definitiva, un regalo en forma de pequeña y delicada gran película.

23 julio 2014

'The extraordinary tale', una rara avis valiente y extravagante

Crítica publicada en Esencia Cine


The extraordinary tale es una rara avis en casi todos los sentidos. Escrita por José F. Ortuño y dirigida por él mismo junto a Laura Alvea, ambos españoles, ha encontrado hueco en el circuito internacional (se estrenó en Estados Unidos el 10 de julio) antes que en España. Protagonizada por dos actores que entremezclan nacionalidades: Aida Ballman, canaria de origen alemán, y Ken Appledorn, norteamericano afincado desde hace muchos años en Sevilla; el idioma en el que se ha rodado ha sido el inglés. Y, por si fuera poco, la película es una rareza en sí misma, tanto narrativa como visualmente.

Bordeando los límites del realismo mágico, ese que tan bien pintó Gabriel García Márquez en su obra ya inmortal, la película se sitúa en su totalidad en dos habitaciones de una casa, en la que vive una chica. Sus problemas para comunicarse le llevan a escribir numerosas cartas a desconocidos con el deseo de que alguien le conteste y puedan llegar a conocerse. De esta forma llega él, un hombre con el que en seguida conecta y con el que comenzará una vida en común, tan apasionante como claustrofóbica.


El guión de Ortuño reflexiona con una buena pizca de mala baba sobre los problemas de incomunicación de nuestra sociedad (brillante resulta el hecho de que se comuniquen a través de una máquina de escribir en una suerte de símil con aquellos que sólo saben comunicarse vía móvil), las incompatibilidades del mundo laboral y la familia o el tedio en el seno de la pareja según avanza el tiempo.

Con un planteamiento interesante, y dos interpretaciones maravillosas en unos papeles muy especiales, la película discurre entre lo absurdo y lo metafórico. Todo son símbolos en esas dos habitaciones: la comida, las conversaciones, las cartas o el niño. Y esas alegorías son la vía central de desarrollo de la película, con el desconcierto que eso ocasiona en determinadas ocasiones.

El espacio juega un papel primordial en el film; apoya la sensación de agobio y encerramiento de los protagonistas, y contribuye a que la cinta pueda llegar a ser, incluso, demasiado agobiante. A todo esto se suma la decisión de los cineastas de hacer gritar a sus personajes en demasía. 

La estética, un cruce entre Amelie y una remembranza de Wes Anderson, sobrecarga el espacio de colores y el guión de frases inconexas y miradas singulares. En The extraordinary tale la forma está muy por encima del contenido, a pesar de tener éste un trasfondo muy interesante y con mucho más potencial de desarrollo. Es una de esas obras en las que lo formal fagocita el mensaje, tanto que, con el paso de los meses, probablemente se recuerde más el cómo que el qué de la misma. Y ahí radica su principal problema: si te atrae su aspecto y su fachada, bien; si no, igual nunca entras en la historia. Pero merece la pena darle un hueco y una oportunidad, aunque sólo sea por su valentía y extravagancia.

18 julio 2014

'El amanecer del planeta de los simios', fábula humanista

Crítica publicada en Esencia Cine


Se dice del arte, y por extensión de la literatura, el cine o las series, que reflejan mejor el periodo histórico en el que son creadas que aquel en el que se emplazan. En el comienzo de El amanecer del planeta de los simios nos situamos unos años después del final de su predecesora, El origen del planeta de los simios, cuando una devastadora gripe del mono ha reducido la raza humana a unos pequeños campamentos de supervivientes. 

Con el fin de generar energía suficiente para asegurar su supervivencia, un reducido grupo de científicos se adentra en el bosque para llegar hasta una presa que permanece cerrada. Es entonces cuando tiene lugar el conflictivo primer encuentro entre humanos y simios. A partir de ese momento, la película de Matt Reeves estará vertebrada por una silenciosa guerra fría que posteriormente se convertirá en una guerra abierta con tres frentes combatientes.

El derroche técnico, la acción y los maravillosos efectos especiales de la cinta embellecen una historia en la que, además, se citan los grandes temas de la literatura. El guión, coescrito por Rick Jaffa, Amanda Silver y Mark Bomback, deja en un plano secundario a los humanos para otorgarle el protagonismo absoluto a la comunidad de simios y a su líder Cesar. En este sentido, resulta espectacular el trabajo de Andy Serkis en la creación de la identidad de Cesar a partir de la nada.


Dawn of the Planet of the Apes alberga en su trama a grandes nombres de la literatura, pero si hay uno que se alza por encima de todos es el de Shakespeare. La traición, los celos y las relaciones entre simios, recuerdan a la dramaturgia del de Stratford-Upon-Avon. Por otra parte, la película pivota en torno a la existencia del otro, al recelo que nos ocasiona el concepto de la otredad. Siguiendo la estela de muchas de las ficciones contemporáneas más exitosas, sobre todo televisivas (Juego de tronos, 24, Perdidos o Homeland, entre muchas otras), el miedo a lo desconocido, al otro, ocupa gran parte del mensaje del film. Es ahí donde mejor se refleja la sociedad actual, pese a situar la historia central en un tiempo futuro incierto. 

La desconfianza, por tanto, es uno de los pilares de Dawn of the Planet of the Apes. Y ya no tanto la desconfianza entre humanos y simios, sino también la sembrada en cada uno de los bandos hacia sus similares. Uno de los aciertos, cada vez más extendidos, de la ficción contemporánea es la ausencia de barreras entre el bien y el mal: el triunfo del matiz y de los grises. La obra de Reeves se circunscribe a esta tendencia, eliminando el concepto de buenos y malos tan obvio que sí existe en otros de los blockbusters de carácter similar. “Siempre pensé que el simio era mejor, ahora me doy cuenta de lo mucho que nos parecemos”, reconoce el propio Cesar en uno de los momentos más emotivos de la cinta. 

Aquellos espectadores que fuesen a obviar la película por considerarla un simple taquillazo veraniego pueden repensar su decisión. Pero los amantes del blockbuster tradicional también la disfrutarán. Y mucho. El amanecer del planeta de los simios es un gran blockbuster, con todos y cada uno de sus elementos y con una banda sonora destacable a cargo de Michael Giacchino. Además se permite el lujo de tocar temas contemporáneos de cierta profundidad socio-psicológica, como el liderazgo, la diplomacia, la política y la independencia. Y sale airoso de esa contienda. La película de Reeves es una fantástica continuación a la anterior de Rupert Wyatt, El origen del planeta de los simios, en la que se apoya y a la que mejora. Y, por cierto, un gran reflejo de la sociedad actual, guiada en muchas ocasiones por el miedo al extranjero, al otro y en perpetua guerra fría.

'El amanecer del planeta de los simios', monos muy humanos

Crítica publicada en NoSóloGeeks

Desde hace años las series de televisión vienen reflejando el contexto sociopolítico y socioeconómico en el que se crean de una forma mucho más reseñable que cualquiera de las otras artes. Producciones como Homeland, Lost, Touch o, pese a circunscribirse en periodos históricos o fantásticos, Juego de tronos, entre otras, sirven como espejo de la sociedad en la que vivimos, dominada por el miedo al otro y la paranoia terrorista. Tal vez la que mejor refleje el mundo post 11-S sea la serie de ciencia ficción Battlestar Galactica.

Podría parecer complicado que una película destinada al gran público, un blockbuster de pies a cabeza, como es El amanecer del planeta de los simios alcanzase estas cotas de representación de la realidad en la que es creada (no de aquella a la que se circunscribe su historia). El miedo al extranjero, el recelo que nos ocasiona la figura del otro, la diplomacia, la política internacional o el liderazgo, son algunos de los grandes temas que toca (y no de pasada, precisamente) la nueva cinta de Matt Reeves, que cuenta en el guión con Rick Jaffa, Mark Bomback y Amanda Silver.


Con unos efectos especiales y un apartado técnico y visual maravillosos, el director da continuidad a su predecesora, ya bastante buena, El origen del planeta de los simios. El guión otorga todo el protagonismo de la cinta a los simios, dejando en un plano secundario a los humanos. Y lo hace porque en su manada está el verdadero jugo de la cinta: las rencillas, los brotes de miedo, los celos o la traición. Durante todo el metraje, la dramaturgia de William Shakespeare sobrevuela la historia central del film.

Tanto la guerra fría como el inicio de la batalla quedan fielmente reflejados en el transcurso de la obra, en la que el actor Andy Serkis completa un trabajo espectacular, dotando de una identidad reconocible y propia al líder simio Cesar, realizando su trabajo a partir de apenas nada. La equiparación de bandos –en ambas filas hay tanto partidarios de la convivencia como de la exterminación de la raza contraria– proporciona un acercamiento más fiel, sin condicionantes, a la historia humana (porque incluso todas las líneas protagonizadas por los monos no hacen otra cosa que retratar a la raza humana) y a las relaciones que vertebran la película.

El amanecer del planeta de los simios es un blockbuster –contiene todos sus elementos– muy inteligente, que se permite el lujo de adentrarse en terrenos impropios normalmente de este tipo de historias. Sin duda, estamos ante la película taquillera del verano, y probablemente ante la mejor cinta de la saga.

Yes, the massacre will be televised

En la década de los 60 el movimiento del Black Power adoptó un lema que, con el paso de los años, se convertiría en un icono. Posteriormente se popularizó en canciones, poemas y todo tipo de manifestaciones, hasta seguir vigente hoy en muchos casos (aunque hoy en día ya no tiene mucho sentido).

"The revolution will not be televised".

Anoche reflexionaba sobre esta frase. La revolución no será televisada. El espíritu del mensaje es claro. Sin embargo, pese al paso de los años, sigue en vigencia total. Las recientes revueltas en multiples países (Ucranía, Egipto, incluso los movimientos del 15M en nuestras fronteras) han sido silenciadas sistemáticamente por los medios de comunicación de turno. Al final, el miedo es libre y cada uno lo enfrenta como considera que sale más beneficiado.  


Sorprende que sea una de las pocas coyunturas que no se televisa en riguroso directo. No ocurre así, por ejemplo, con las guerras. Días atrás me sorprendía al ver repetidas hasta la saciedad (¡qué horror!) las imágenes de los niños palestinos asesinados por Israel en la playa. Algunos argumentarán la necesidad de mostrar las imágenes tal cual son, otros serán partidarios de no hacerlo. La ética periodística es cuestión de mentalidades y, en este caso, nadie está cargado de razón.

Pero, ¿demandamos como audiencia ese tipo de contenidos informativos? Efectivamente. Esta semana estaba leyendo mi timeline en Twitter cuando, en la vorágine de actualizaciones que llegan por la noche, me sorprendieron varios tweets que anunciaban un servicio de streaming (televisión online en directo) en el que se podían seguir con todo detalle los bombardeos y ataques del ejército israelí. Discúlpenme, pero no conozco la fuente de la que partían las imágenes, ni siquiera quise abrir el enlace; sin embargo, me hicieron reflexionar. ¿Hasta ahí hemos llegado? ¿La violencia se ha convertido en algo tan sumamente enorme que se ha vuelto algo pequeñito?

Cuando en el año 2011 se estrenó la película La purga (The purge) escuché varios comentarios sobre lo lejos que quedaba esa historia que en la película se sitúa en 2022 (ojo, no está tan lejos ni es tan descabellado). El argumento en cuestión transcurre en una noche en la que se permiten todo tipo de crímenes por parte del gobierno con el fin de aliviar y mejorar el país (Estados Unidos). "No es posible que eso llegue a ocurrir", "es imposible", "no es creíble", escuchaba. Reconozco que hasta ahora no había visto la película. Con el pretexto de tener que ver la segunda, he visto la anterior. La sorpresa ha llegado cuando, además de comprobar que no es tan mala como la pintan, tiene un trasfondo sociológico importante. Y ese aspecto sociológico se vertebra en dos hilos: cómo actuaría una persona en esa situación y el papel de videntes pasivos que jugamos en la sociedad.

A lo largo de la película se ven y escuchan varios informativos en los que se pueden seguir las matanzas en directo. La noche de las bestias es un atractivo más para el que está dentro de sus casas. Acertadamente, el guionista y director incluye tertulianos, opositores y personas favorables a la noche de la purga. Y análisis de cómo ha transcurrido que se esbozan al final de la película (casi de la forma en que nuestros programas analizan la última jornada de Liga: número de muertos-goles, tendencias con respecto a la purga-temporada pasada, postpurga-postpartido...). En definitiva, la espectacularidad del crimen. Mientras lo veía no podía dejar de pensar en aquellos que apretasen el botón de "Ver" desde la butaca de su escritorio para observar desde la comodidad de su posición las barbaridades perpetradas por el ejército israelí la otra noche.

¿Cómo de lejos estamos de eso? ¿Es tan descabellado pensar que alguna vez pueda ocurrir algo como lo que ocurre en la película de James DeMonaco? ¿No ocurre ya algo parecido, al menos en la  tendencia a la espectacularidad, la banalización y el morbo que producen el crimen y la violencia? Se ha hablado mucho del tema, pero no deja de sorprenderme por más que se analice. Y lo único que siento es pena. Parece ser que al final la humanidad era esto...

"The massacre will be televised".

12 julio 2014

'El abuelo que saltó por la ventana y se largó', batallitas prescindibles

Crítica publicada en Esencia Cine


En 2009 un escritor desconocido irrumpió en la narrativa sueca, y por extensión nórdica, acostumbrada a destacar gracias al género negro, con una novela cómica titulada El abuelo que saltó por la ventana y se largó. Pronto el fenómeno alcanzó multitud de países y en el escaparate de cualquier librería del mundo aparecía el viejo con un petardo encendido. Cosas de la globalización. Ahora, cinco años después, llega a la gran pantalla la adaptación de esta obra por parte de Felix Herngren, cineasta casi debutante también (antes sólo había realizado Eso de ser adultos en 1999).

La historia es tan sencilla como simple (ojo, esto no siempre es necesariamente lo mismo). Un anciano se fuga del geriátrico en el día en el que cumple cien años. En el primer pueblo que alcanza se topa con un tipo mal encarado, que le pide que se quede con una maleta mientras utiliza el lavabo. Sin apenas darse cuenta, el viejo sube al autobús arrastrando la maleta, lo que provocará el comienzo de una persecución por todo el país. La maleta alberga nada menos que cincuenta millones en efectivo.

Lo que podría haber sido una película con mucho humor y vaivenes se convierte pronto en un batiburrillo de historietas que narra la vida del viejo a lo largo de sus cien años, entremezclado con la acción que ocurre en el presente, con una banda de moteros peligrosos pisando los talones del viejo, y los compinches que va haciendo involuntariamente en el camino.


No hay duda de que en los flashbacks de la vida del viejo radica lo mejor del film. Casi de forma involuntaria, el personaje central se ve envuelto en los giros más importantes de la historia del siglo XX. Las representaciones de Franco bailando flamenco, Stalin, la polka, o de Gorbachov y Reagan en plena Guerra Fría, son desternillantes, pero pronto se agotan en la repetición y la poca elaboración de los gags. El humor irreverente e incorrecto tiene su cumbre en una lúcida y sutil representación de la archiconocida fotografía de Robert Capa, El soldado caído, que sirve para ilustrar el inicio de la Guerra Civil española.

Pese a ello, la idea se extingue rápido por lo previsible y porque termina por ser un compendio de tonterías y bromas absurdas que no engrana de forma fluida con la trama principal, tampoco demasiado más atractiva, por otra parte. Felix Herngren se empeña en dotar de una insolencia juvenil a su centenario personaje, pero no consigue más que un tono de cierta condescendencia con la tercera edad.

La caricaturesca decisión de otorgarle los dos papeles del viejo, en el presente y el pasado, al mismo actor (Robert Gustafsson) contribuyen a un ligero desconcierto que no se disipa en todo el metraje. El abuelo que saltó por la ventana y se largó es, por tanto, un divertimento demasiado tontorrón al que resulta complicado asignarle un target objetivo.

11 julio 2014

'Borgman', las fracturas en la voluntad

Crítica publicada en NoSóloGeeks


Los primeros minutos de Borgman ya dan una muestra del desconcierto que va a dominar la totalidad de la historia. Un sacerdote y dos hombres, todos ellos armados, persiguen por un bosque a un hombre harapiento y sucio que se esconde en unas cabañas bajo la tierra. El perseguido advierte a otros, en su misma condición, de que tienen que abandonar sus guaridas.

La inquietud se convierte en seguida en la propuesta principal, lo que aumenta cuando el hombre, con apariencia de mendigo, llega a la vivienda de una familia evidentemente burguesa y pide si le pueden ofrecer un baño. A partir de ese momento comenzará una historia en la que la maldad, el desconcierto y la incógnita serán totales dueñas de la película y, por extensión, del espectador.

Con un estilo narrativo que por momentos rememora al Haneke de Funny Games, el director Alex van Warmerdam (que se guarda un papel en el film) se introduce en la vivienda y nos adentra en una suerte de infierno doméstico, o domesticado, del que nada sabemos. Durante todo el metraje el protagonista –fantástico el trabajo de Jan Bijvoet– se comporta de forma ambigua con la familia, que actúa como extensión del espectador, recibiendo todos sus cuestionamientos.

Una pregunta sobrevuela Borgman desde el principio: ¿quiénes son y qué motivos tienen para comportarse de esa forma? Pronto el protagonista se reúne con las demás personas a las que ha advertido en su huida y se instalan en la casa, bajo nueva apariencia, como equipo de jardineros. La familia, como anestesiada, o drogada, les deja hacer y deshacer a su gusto. No hay barreras; es la fractura de la voluntad.


El mundo onírico sobrevuela la cinta en todo momento; los personajes tienen la habilidad de introducir pensamientos e ideas en los sueños de la familia (aunque nada tiene que ver con la forma en la que lo vemos en Inception, por si pudiese sugerirlo). Las imágenes en las que Borgman aparece de cuclillas, desnudo, sobre la cama de matrimonio, mientras controla el sueño de sus huéspedes, son escalofriantes.

El espacio se convierte en seguida en un entorno hostil, claustrofóbico, un lugar que ha recibido al peligro con la estufa encendida. La muerte, el inframundo (esos galgos), las drogas y el abandono de la voluntad se dan cita dentro de la frontera de la vivienda familiar. El cineasta utiliza la fotografía y la estética propia del thriller para sembrar la duda, transmitir la sensación de angustia y el punto enfermizo de la historia con maestría.

La confusión dominante desde el inicio del film no llega a disiparse en ningún momento y alcanza su culmen con un final en el que una performance teatral da paso a una preciosa cámara lenta en la que vemos como el triunfo del mal es ineludible. Quizás sea ese el mensaje de la película, lo inevitable de la victoria de la oscuridad frente a la luz (la única batalla, como decía el personaje de Matthew McConaughey en True Detective). Por lo demás, Borgman es indescifrable, inclasificable, pero a su vez fascinante y atractiva. Una gran película para ver, y buscarle significados, varias veces; aunque tal vez lo mejor sea sólo dejarse llevar y disfrutarla.

'La batalla del año', el b-boying más previsible

Crítica publicada en NoSóloGeeks


En 1977 fue fundada en el Bronx la RockSteady Crew por los b-boys Jimmy D y JoJo. En Manhattan fue Richard Colón, más conocido como Crazy Legs, el encargado de extender el grupo, que durante años trasladó el breakdance a todas las esquinas neoyorquinas. Los ritmos de Dj Kool Herc engarzaban perfectamente con ese baile, que se dividía en cuatro tipos de movimientos: toprocks, downrocks, freezes y powers. La década de los ochenta fue la que supuso el auge del b-boying, uno de los cuatro elementos que configuran la denominada cultura hip-hop (junto a rap, djying y graffiti).

En La batalla del año, última película de Benson Lee, el b-boying es el gran protagonista. La cinta nos sitúa en la actualidad, en la empresa de un magnate del hip-hop preocupado por la caída de ese tipo de baile en las últimas décadas. Estados Unidos ha cedido el testigo a países como Francia, Alemania o Corea. Evidentemente, el orgullo patrio norteamericano tiene que quedar intacto.

Para ello, el magnate, interpretado por Laz Alonso, acude a un viejo amigo que atraviesa una situación complicada. El antiguo entrenador de baloncesto, llevado a la pantalla por el actor de Lost Josh Holloway, pasa una situación complicada entre botellas de alcohol. Primer cliché: antiguo entrenador alcoholizado a causa de la pérdida de su familia. No será el último.


El entrenador, todo un experto en crear grupos, llega a la empresa con la misión de crear un Dream Team que represente a la nación en la gran competición de breakdance: la BOTY de Montpellier (batalla real organizada cada año en Francia). El acontecimiento centra toda la trama de la película. Como era de esperar, lo que se encuentra es un grupo de grandes b-boys que quieren ser los mejores, pero cuyo comportamiento y actitud deja mucho que desear. “Es como Fama, pero con pandilleros”, dice el ayudante del entrenador (Josh Peck). Segundo cliché: el entrenador tendrá que conseguir que formen grupo y sientan pertenencia a un equipo y además encontrar una redención para él mismo.

A partir de entonces la cinta se convierte en una sucesión de topicazos de todas las historias de deportes de las últimas décadas (charlas, broncas, rencillas del pasado entre compañeros, un miembro tiene problemas familiares…). El film de Lee está excesivamente telegrafiado y nunca llega a contrastar el aburrimiento a pesar de la frenética actividad que le añaden las escenas de baile. Por si fuera poco, el metraje se convierte en el perfecto catálogo (poco disimulado, por cierto) de marcas comerciales como Puma, MTV o la propia Sony (que produce y distribuye la película).

Sin embargo, hay que agradecerle al director situarse en un entorno que conoce. No en vano Benson Lee dirigió y produjo el documental Planet B-Boy (con mención en esta), uno de los más reconocidos sobre este fenómeno. En La batalla del año ofrece un retrato fiable (aparcando a un lado interpretaciones y aspectos técnicos del film) del b-boying y este tipo de eventos como la Battle Of The Year (BOTY). Las batallas, las coreografías, las mecánicas de puntaje, así como los duelos entre países y la elección de las nacionalidades rivales, son creíbles y acertados. En este sentido, la narración adquiere, por momentos, cierto tono documental. Donde falla la obra es en el resto: guión telegrafiado, dirección titubeante, interpretaciones anodinas (siendo Chris Brown, nominado a los Razzie, el que se lleva la palma en este sentido). Al menos, pese a la previsibilidad con la que todo se sucede, el final guarda un cierto atisbo de cambio, aunque pronto vuelve a disiparse. Igual que lo hará la película en la memoria del espectador.

'La cueva', la inhumanidad de lo inhóspito

Crítica publicada en Esencia Cine


Alberto Montero revisita en La cueva un género bastante magullado: el survival psicológico. En su primera película nos adentramos en un entorno paradisíaco como Formentera para en seguida descender a un infierno oscuro e inhóspito a través de una cueva tan atrayente como peligrosa.

Los primeros minutos, más propios de ese anuncio de cerveza que se empeña en recordarnos lo bonitas que podrían ser nuestras vacaciones si tuviéramos dinero para permitírnoslas, cumplen su función de adentrarnos en la isla a través de viajes en moto, comidas, fiestas y cerveceos y las experiencias variopintas de sus protagonistas.

Todo cambia cuando el más explorador encuentra una cueva escondida y el grupo de treintañeros decide adentrarse y vivir una aventura. Lo que encontrarán ahí no es más que un infierno claustrofóbico en el que las circunstancias harán florecer su ruindad como seres humanos y los convertirá en monstruos desesperados por encontrar la salida.


La estética GoPro (un plano subjetivo de alguien que graba), sólo quebrada en la última escena del film, consigue transmitir la tensión y generar una ilusión de realidad que, de otra forma, sería inverosímil. El ambiente y la representación del espacio como entidad agobiante y claustrofóbica hacen el resto. La propia cueva se convierte en el monstruo al que imponerse, generando la angustia necesaria y creando un entorno hostil al que el espectador se ve empujado por la acertada perspectiva en primera persona.

El guión, estructurado con el esquema típico de este género, muestra cronológicamente la excitación por el nuevo entorno, la sospecha, el recelo, el encerramiento -en la primera mitad de la cinta-, para dar paso después a las reacciones, el agotamiento, las broncas y, en un giro inverosímil a todas luces, la aceptación de las decisiones más extremas. El espacio actúa como reflejo de la verdadera humanidad (o inhumanidad) de los personajes principales y de la bajeza moral de sus actos en las peores situaciones.

Montero se adentra en un drama psíquico y perturbador que va de más a menos. Un principio bastante solvente y una acertada amalgama de sensaciones, desde el desconcierto al agobio, fruto de la atmósfera cargante, se terminan disipando en un festival grotesco, de dudoso gusto en algunas secuencias, con una desesperante banda sonora de gritos y jadeos, acompañada por la música de Carlos Goñi (Revolver).

La cueva tiene su mayor virtud, por tanto, en la creación y disposición del ambiente propicio para la historia que cuenta. Sin embargo, la historia se termina por desvanecer, en torno a la mitad del film, y se descubre como una de esas cintas que hemos visto decenas de veces con algunos momentos de personalidad propia muy destacables.

'La batalla del año', clichés deportivos

Crítica publicada en Esencia Cine


Los clichés sobre películas deportivas se suceden uno tras otro en La batalla del año. El último título de Benson Lee reúne todo lo que ya hemos visto en las últimas décadas: charlas de motivación, grupos rebeldes que acaban por formar equipo, entrenador problemático-alcohólico que busca una redención para reiniciar su vida…

El director utiliza la excusa de la Battle Of The Year (BOTY), acontecimiento anual que reúne a los mejores b-boys (gente que baila breakdance) del mundo, que representan a sus países en el mundial de breakdance. La idea de un magnate del hip hop de recuperar la hegemonía perdida en favor de otros países como Francia, Corea del Sur o Alemania (hay que recordar que el lugar de nacimiento del hip hop fue las calles de Estados Unidos) le lleva a buscar ayuda en un antiguo amigo, cuyas circunstancias le han golpeado, un ex entrenador de baloncesto, antiguo b-boy, al que da vida Josh Holloway (Perdidos).


Si existe una virtud destacable en La batalla del año es que el cineasta se circunscribe a un terreno que conoce y domina. Ya en el año 2007 produjo y dirigió el premiado documental Planet B-Boy –con mención especial en ésta–, que analizaba el movimiento desde la perspectiva de la BOTY de 2005. Se agradece su conocimiento a la hora de plantear las batallas, coreografías, rivalidades (seguramente alguien que no estuviese enterado no hubiese situado a Corea como gran rival a batir), los puntajes y las mecánicas de competición.

Sin embargo, la película resulta fallida en todo lo demás, desde un guión excesivamente telegrafiado (con la salvedad de un breve giro final que rompe por unos segundos la previsibilidad) hasta unas interpretaciones mediocres y bastante olvidables (como la del rapero Chris Brown, nominado por su papel a los premios Razzie). Por si fuera poco, la decisión de convertir la cinta en un catálogo comercial de Puma, MTV, la propia Sony (productora y distribuidora internacional del film) y otras, resulta, como poco, debatible.

La batalla del año supone, por tanto, un acercamiento al b-boying que utiliza la plantilla clásica, mil veces utilizada, de los acercamientos cinematográficos al deporte. El espectador puede tener la sensación de haber visto la misma historia mil veces antes. Y podrá verla mil veces después, pues en la memoria tiene una caducidad muy corta.

10 julio 2014

'Ahora y siempre', más de lo mismo

Crítica publicada en Esencia Cine

No sé bien qué razón sociocultural, socioeconómica o de cualquier otro tipo residirá tras la decisión de estrenar en un periodo tan corto de tiempo dos películas con temáticas idénticas: la enfermedad juvenil. Evidentemente me refiero a Bajo la misma estrella (estrenada en nuestro país la semana pasada) y Ahora y siempre, título que nos ocupa en esta crítica.

Las similitudes entre ambas son múltiples. Como la película de Josh Boone, la cinta de Ol Parker también adapta una novela para adolescentes, Before I die de Jenny Downham. Si el hecho de que la segunda fuese de nacionalidad británica podía hacernos sospechar una cierta diferencia en la manera de abordar el tema o de desarrollar la historia, para mejor, nos equivocamos en nuestras sospechas; es más de lo mismo.

Now is good, título original del film, es puro melodrama. Se podía esperar, suele pasar en este tipo de películas, pero hay maneras y maneras de abordarlo. Sobre todo cuando, al principio de la película, se intuye una especie de crítica sobre el morbo de un locutor de radio que entrevista a la chica enferma, y al final la obra acaba por ser igual, o más, de morbosa.


En lo referente a la historia, lo cierto es que nada tiene demasiado sentido. La frivolidad, quizás el comportamiento propio y característico de la edad de los protagonistas, se adueña de la cinta y declina pronto en favor de un dramón pasteloso y poco carismático, como sus personajes, que además propone una carga emocional tan excesiva como innecesaria para su desarrollo.

Dakota Fanning no consigue generar una identidad para su personaje y completa una interpretación fría, sobria y con poco que destacar, pese a lo emocional del papel. La decisión de situarla en el rol protagonista sorprende mucho. Y lo hace porque en el resto del reparto encontramos a magníficas actrices como Kaya Scodelario (que nunca pensé que estaría desaprovechada en uno de sus trabajos) o Rose Leslie, que aquí no hace más que un cameo simplón y poco lustroso.

El desastroso guión se vertebra mediante la lista de deseos de la protagonista antes de fallecer antes de convertirse en una especie de “sexo, drogas y rock and roll” absurdo. Repleta de giros imprevisibles, con personajes carentes de carisma, el espectador crítico sólo encontrará consuelo, visual y narrativo, en un par de planos y bellos contraluces que nos regala Parker. Por lo demás, más de lo mismo.

06 julio 2014

'Open windows', los espejos negros

Crítica publicada en Esencia Cine


Se suele hablar del espejo negro para hacer referencia al reflejo que queda los segundos posteriores a que apaguemos la multitud de pantallas a través de las que nos relacionamos en la actualidad. El teléfono móvil, la Tablet, la televisión, el ordenador… las pantallas negras han tomado una relevancia en nuestra vida que era impensable hace años. Vigalondo incorpora este auge de las pantallas a su nueva película, Open Windows, con un sorprendente e irregular resultado.

Tras un prólogo tan desconcertante como lúcido, el cineasta nos adentra en la historia de un tipo (Elijah Wood) que va a cumplir su deseo de cenar con la actriz del momento (Sasha Grey). En cambio, en el último momento recibe la llamada de un hacker tremendamente hábil que le informa de la cancelación de la misma por parte de la estrella. A cambio le ofrece acceso a todas las cámaras de los dispositivos de la actriz (móvil, ordenador, cámaras de vigilancia del hotel…). Evidentemente, nada podía ser tan idílico y el protagonista se verá envuelto pronto en un juego macabro de secuestros, ajustes de cuentas y violencia.


Vigalondo realiza una reflexión sin tregua sobre las posibilidades de internet, los peligros de la sobreexposición y la fama en una cinta que no da tregua ni un momento. Open Windows está narrada a través de las pantallas; la cámara va de una escena a otra, pero sólo se mueve en el terreno comprendido por el portátil. La narración a través de las cámaras, videollamadas y mensajes permite generar una tensión que va in crescendo y no permite apartar los ojos de la pantalla.

El director se sirve de la gamification para desarrollar su trama e implicar al espectador en el avance de la misma. A través de primeros planos (siempre a través de las cámaras y las pantallas), de recorridos sobreimpresionados y recompensas, por momentos el protagonista de la película toma el punto de vista de que los que están viendo el espectáculo (o al revés). En este sentido, Open Windows reúne los mecanismos de desarrollo de videojuegos como Watchdogs y los argumentos y postulados de series como, por ejemplo, Black Mirror. La miscelánea de géneros hace transcurrir la película del terror (con un villano que, hacia el final, recuerda por un momento al de la saga Saw) al thriller vertiginoso, con el alivio de los puntos cómicos y sarcásticos y mucha, muchísima, acción. 

Open Windows es un buen ejemplo de la inclusión de las tecnologías de la información en el cine. Cierto es que al final, entre tanto giro, la película se enreda un poco y pierde algo de fuerza, pero el conjunto y el mensaje que subyace tras el mismo hacen que sea perdonable. Vigalondo ha firmado una película muy recomendable sobre el papel de las tecnologías cuando caen en manos equivocadas. Un juego violento de identidades con un guión solvente, giros inesperados y una música tan adecuada como irritante como la que componen los Suicide.

'Mil maneras de morder el polvo', otro gran festival de irreverencias

Crítica publicada en Esencia Cine


El western ha sido siempre caldo de cultivo para hombres duros, bravos y valientes. Cualquier película que se englobe en el género así lo demuestra. Esa es la primera convención que rompe Seth MacFarlane en su nueva comedia, Mil maneras de morder el polvo, traducción libre del original A million ways to die in the West, colocando como protagonista a un cowboy pastor de ovejas profundamente cobarde y alérgico a los duelos y las armas, al que interpreta él mismo.

El director vuelve tras Ted con su característico tono, el mismo que le sirvió para auparse a la cumbre de la comedia televisiva irreverente con obras como Padre de familia o Padre Made in USA y ocupar el espacio vacío de South Park. Porque sí, Mil maneras de morder el polvo es la enésima gamberrada del cómico. Si te gusta lo que suele hacer, disfrutarás con su escatología y su humor políticamente incorrecto; si no, probablemente salgas huyendo a la primera de cambio.

MacFarlane consigue aunar todos los tipos de comedia (romántica, escatológica, de golpes, absurda, grotesca…) en un western alocado y sarcástico. El hecho de que el personaje central sea todo lo contrario al arquetipo permite al director jugar con los clichés del western y hacer que anoten a su favor (quizás el ejemplo más claro sea la pelea en la cantina).

Entre tanto, el irreverente creador consigue que la historia de aprendizaje, primero, y de amor, después, despierte el interés del espectador, fundamentalmente gracias a Charlize Theron. La actriz da vida a uno de esos personajes con los que todos querríamos pasar una noche: una mujer impetuosa, rebelde, misteriosa, pero a la vez divertida, cariñosa y enamoradiza.


Los cameos y referencias cinéfilas (Regreso al futuro, Django desencadenado, además de los múltiples guiños al género) y seriéfilas (el fantástico guiño de Neil Patrick Harris a su inmortal personaje en Cómo conocí a vuestra madre) son una ventana de aire frente a las bromas incómodas y escatológicas que se suceden a lo largo de las secuencias. A día de hoy cualquiera sabe que MacFarlane no es para nada un tipo delicado, pero por si acaso se empeña en seguir demostrándolo en cada trabajo, fiel a su estilo y a sus instintos.

Mil maneras de morder el polvo ofrece, ni más ni menos, lo que se espera de ella. Una sucesión de momentos cómicos y absurdos, con altas dosis de provocación, de mano de uno de los creadores que más odios y alabanzas generan en nuestros días. Y un reparto de estrellas ilustres (Charlize Theron, Liam Neeson, Neil Patrick Harris y Amanda Seyfried, entre otros), que saben adaptarse e incluso reírse de todo. Si te hacen gracia los chistes sobre enfermedades venéreas, putas, mierda y guarrerías varias, tu apuesta es sobre seguro. Si no eres de los que lo pasaban en grande con las aventuras de Peter y Stewie Griffin… allá tú, pero no te aseguro el buen rato.

05 julio 2014

'Omar', humanidad a flor de piel

Crítica publicada en Esencia Cine


A menudo el amor dispone todos los elementos de la guerra: la atracción inicial se rompe, hay desentendimientos, traiciones… El escritor Javier Marías utiliza la expresión “enamorarse contra alguien” para explicar esta idea en una de sus novelas. En Omar, la última película de Hany Abu-Assad (Paradise Now, Rana’s Wedding), el amor y los conflictos acaban por confundirse tanto que se funden en un solo cuerpo. 

La práctica ha hecho que Omar sea capaz de saltar el muro y entrar y salir de la Palestina ocupada como si entrase y saliese de su casa (¿acaso no lo es?). A diario cruza al otro lado para ver a su novia, Nadia, con la que mantiene una relación en secreto. Más allá del muro es mejor no revelar ni mostrar amor. Abu-Assad consigue mostrar muy bien esta idea, escondiendo siempre a sus personajes para ofrecerse levísimas muestras de afecto. La violencia explícita del film contrasta con el amor prohibido, metaforizando el estado actual del territorio, eternamente en conflicto. En todo el metraje no hay más que un solo beso. Y muy furtivo, para más inri.


Omar no es más que un peón en la guerra por la liberación palestina. La encrucijada en la que se ve envuelto el protagonista –una lucha entre lo correcto y lo necesario– no hace sino reflejar la situación social en la que se desenvuelve. Capturado por la policía militar es obligado a colaborar bajo amenaza. Sus decisiones harán que la tensión entre él y todas las personas con las que convive se agigante. La traición asoma como elemento discordante entre ambas partes. El amor se convierte entonces en lo único capaz de justificarla. 

La fractura en el grupo de amigos actúa como un espejo de la propia fractura social vivida en la sociedad palestina. La historia de amor pronto se verá envuelta en la misma sábana de confusión y sospecha. No obstante, pese al retrato territorial que desprende la película, Abu-Assad consigue que sus personajes tengan todo el protagonismo de la cinta. Los dilemas a los que se enfrentan o la violencia –explícita e implícita– que soportan otorgan a la obra una gran profundidad, explorada en un guión consistente escrito por el propio director.

Omar es un fantástico cruce de géneros: drama, romántico y thriller. Las persecuciones se mimetizan a la perfección con el desarrollo del triángulo amoroso que se conforma como línea central del film. Cuanto más espacio concede Abu-Assad a la psicología y reacciones de sus personajes, más brillante resulta la película. La tristeza y la melancolía que desprende cada uno de ellos aumentan de manera paralela al avance de la cinta y hacen crecer la historia. El mérito de que esto ocurra recae sobre los hombros de unos actores que no se intimidan y son fotografiados a través de unos primeros planos que continuamente buscan la reacción, la expresión y el reflejo de cada sentimiento. Las interpretaciones de Adam Bakri, Leem Lubany y Samer Bisharat son tan lúcidas como sutiles.

La película de Hany Abu-Assad no se limita a ofrecer juicios políticos de ningún tipo, ni siquiera un retrato más de un conflicto sobrenarrado. El cineasta hurga en la herida de unos personajes rotos, sin confianza en nada ni nadie, presos de la ambigüedad, para dotar de humanidad y realismo al drama que filma. Por si fuera poco, acondiciona el relato con algunas imágenes de una poesía desbordante. La escena en la que Omar bebe con un cuadro de París a la espalda, justo en el momento en el que se empieza a romper la promesa de futuro de la pareja (con la capital francesa como posible destino), demuestra su delicadeza. Abu-Assad demuestra con esta cinta que su mirada sigue intacta; Omar es uno de los títulos más desgarradores y tristes que se han hecho en los últimos años.

04 julio 2014

'The kings of summer', la madurez andersoniana

Crítica publicada en NoSóloGeeks


La nueva película de Jordan Vogt-Roberts, The kings of summer, es tan agradable y simpática como inverosímil. La historia no se sustenta en los parámetros de la credibilidad, pero consigue embaucar por otros motivos totalmente ajenos. Tres niños, hartos de sus padres y su férreo control, deciden huir y montar su propia casa de madera en mitad del bosque.

A través de las aventuras y desventuras de los chavales, el director consigue lanzar su mirada hacia las diferencias generacionales, un tema siempre explotable, entre unos padres que cada vez son más mayores a la hora de tener hijos, y esos hijos, que nada tienen que ver con aquella infancia que vivieron sus mayores. The kings of summer es una obra sobre la adolescencia, y la rebeldía propia de esa etapa vital, firmada por un cineasta que todavía tiene no muy lejos esa época de su vida, pero que, sin embargo, ya se ha distanciado lo suficiente como para poder elaborar un retrato maduro de la misma. 


Vogt-Roberts se apoya en un elenco cómico-televisivo (en el que destaca Alison Brie, famosa por series como Community o Mad Men, pero en el que también se encuentran Thomas Middleditch, protagonista de Silicon Valley, y Mary Lynn Rajskub, recientemente en 24 o Californication). Sin embargo, el autor concede todo el protagonismo a los tres actores jóvenes: Gabriel Basso, Nick Robinson y Moises Arias. La jugada le sale a pedir de boca, ya que el trío completa un trabajo excelente junto a Erin Moriarty, que se une al grupo en uno de los giros del guión.

Precisamente será su personaje el que cause mayor controversia y provoque la ruptura de la armonía creada en el grupo. Vogt-Roberts introduce el amor y los celos en la historia, gracias a un triángulo entre la joven y los dos mejores amigos, que le sirve para hacer una ligera reflexión sobre las lealtades y la traición y cómo son percibidas desde los ojos de un adolescente.

La insubordinación, el amor, los celos y los pasos hacia la madurez vertebran una película con un guión sólido, firmado por Chris Galetta, que también tiene algunos deslices. Las efectistas cámaras lentas se funden con las imágenes de la naturaleza en lo que supone una especie de metáfora sobre la rebeldía –el lado salvaje– de estos chicos que, una vez pasada la aventura, no volverán a ser los mismos niños inocentes que eran antes. 

The kings of summer es, por tanto, una cinta tocada por una especie de realismo mágico, tanto en lo visual como en el destacable apartado musical. Un cóctel que podría haber sido inspirado por el cine de Wes Anderson (Moonrise Kingdom o Rushmore se perciben como posibles referencias), pero que sin embargo adquiere una voz clara y distintiva.

03 julio 2014

'Bajo la misma estrella', llorar y llorar

Crítica publicada en Esencia Cine


Antepongo al escribir esta crítica que no he leído la novela de John Green que la inspira y que por lo tanto sólo, exclusivamente, hablaré de los méritos de la película dirigida por Josh Boone. No hará falta que os diga que la película trata de una adolescente diagnosticada con un cáncer fatal que conoce a otro joven con igual suerte. A estas alturas, habréis visto el cartel, tráiler y/o anuncio de la película (y el libro reeditado) innumerables veces. 

En 2012 se publicó en España el libro póstumo de Christopher Hitchens, Mortalidad, en el que describe su enfermedad y reflexiona sobre la idea de la muerte con total naturalidad y, por momentos, humor. El tono cínico que siempre caracterizó al analista se adueña en seguida de sus páginas. Bajo la misma estrella (la película, ya saben) parece que quiere empezar, salvando las distancias, con un tono de cinismo y sarcasmo parecidos, pero pronto se diluye. 

La cinta comienza con una sucesión de chistes, bromas y momentos cómicos para después caer en el más profundo de los melodramas, donde todo lo anterior no tiene ya cabida. El gran problema de Bajo la misma estrella es que adolece de una indefinición profunda desde su principio hasta sus créditos. Boone no consigue darle un tono homogéneo a la película, que siempre está pendiendo en un punto de desconcierto un tanto tramposo.


La colección de frases, entre positivas y profundas, acompañadas de una jerga médica innecesaria para la historia, que sólo consigue despistar al espectador, deja paso a un melodrama pretendidamente lacrimógeno. Todo está pensado para provocar el llanto. La música (una playlist para ponerte en bucle en el peor de los días de tu vida), las frases de los protagonistas (siempre elocuentes), los giros del guión… Absolutamente todo. Y una cosa es provocar el llanto de forma natural y otra buscarlo constantemente, casi obligando al espectador a que llore.

Bajo la misma estrella es una cinta previsible en todos sus movimientos. Los giros del guión están tan telegrafiados que cualquiera que haya visto tres películas conseguirá adivinar lo que va a pasar varias escenas antes de que suceda. Josh Boone ha creado un aparato perfecto para el lucimiento de su protagonista, una Shailene Woodley que está brillante en un papel que se antoja difícil de llevar a cabo.

Sin embargo, tal vez sea ella lo único que termina de funcionar en la película, que nos regala unas cuantas dosis de drama y llantina facilona. La película no deja de ser la historia romántica de dos adolescentes, sí, y por momentos se adentra por ese camino, dejando a un lado sus difíciles circunstancias, pero en seguida retorna al dramatismo, sin permitir que el público se enjuague siquiera las lágrimas.

'El extraordinario viaje de T. S. Spivet', la pequeña odisea

Crítica publicada en Esencia Cine


La melancolía y la ternura se citan en la última película del director Jean-Pierre Jeunet, El extraordinario viaje de T. S. Spivet. Lo que nos ofrece el cineasta, reconocido por Amelie, entre otros títulos, es una dosis de aventuras protagonizadas por un niño que viaja a lo largo de Estados Unidos en busca de un premio científico. 

Jeunet realiza una reinterpretación de géneros, haciendo confluir el western, la road movie o el género odiseico, en una película que nunca esconde su marcado acento familiar (incluso infantil por momentos). Sin embargo, bajo esta apariencia, el guión del cineasta, escrito en compañía de Guillaume Larant, esconde el mensaje sobre una familia que viaja hacia la luz tras la muerte en accidente de uno de sus hijos. 

Las aventuras de T. S. Spivet a lo largo del país vertebran la película en pequeños capítulos. El pequeño conoce a personas, generalmente viejos, de los que aprende lecciones importantes, pero también huye de las autoridades que lo persiguen. El Smithsonian es el lugar en el que debería recibir su premio si es que se lo permiten, pues cuando acepta acudir se guarda la información sobre su edad.


Lo que vendrá después no es más que una reinterpretación del clásico viaje de iniciación, de reminiscencias homéricas, salvando las distancias, del chico. Jeunet parece querer decir que el genio no depende de la edad, que hay que disfrutar el viaje, independientemente de la edad que nos sujete en cada momento.

Helena Bonham Carter y Callum Keith Rennie (que brilló en su papel televisivo como Lew Ashby en la serie Californication) introducen al jovencísimo actor Kyle Catlett (también conocido por su rol televisivo en The Following). Catlett completa un trabajo interesante y se carga el peso de la película pese a su corta edad. El jovencísimo actor consigue sacar sonrisas y emocionar a partes iguales.

El extraordinario viaje de T. S. Spivet es por lo tanto una película familiar para todos los públicos. Un derroche de imaginación, rodado en 3D, que adopta los códigos de varios géneros para aderezar su receta principal, a la que acompaña una exquisita fotografía (remarcable trabajo el de Thomas Hardmeier al frente). Una experiencia agradable, que guarda ciertos mensajes con profundidad bajo su apariencia simplona y fácil, y que, pese a ser muy efímera, deja con un buen sabor de boca.