09 mayo 2014

'Snowpiercer', tren destinado a la locura

Los paisajes postapocalípticos son el cultivo perfecto para reflexionar sobre la sociedad y su idiosincrasia. Bong Joon-Ho firma en Snowpiercer (en español Rompenieves) una distopía brillante que gira en torno a la predestinación y a las castas o clases sociales. El mensaje que ofrece en su película no es para nada alentador. Estamos en 2031, diecisiete años después del fallido experimento para revertir el calentamiento global que casi acaba con la vida en la tierra. Los únicos supervivientes de la catarsis son los pasajeros del Snowpiercer, un tren que da la vuelta al mundo en ciclos de un año gracias a un motor de movimiento eterno.

El entorno en el que se desarrolla Rompenieves está perfectamente sustentados por los elementos clásicos de las distopías. Tenemos el desolador entorno (la tierra convertida en un árido y baldío territorio cubierto de hielo y nieve), el arca como único rescoldo de supervivencia (los vagones del tren), la separación clasista (en la cabecera y la cola del vehículo) e, incluso, el líder carismático, estilo Big Brother, en la sombra (el tal Wilford).

Con los ingredientes correctos y en su justa medida, al director sólo le quedaba ordenarlos y darles sabor. Y lo consigue. Con sus cámaras lentas y un uso del fuera de plano más que acertado, el cineasta coreano maneja la tensión de manera lúcida y nos adentra en un espacio viciado y violento en el que desarrolla la historia a través de una revolución. Porque siempre hay una revolución. Una insurgencia que sirva para comprender que todo da igual, que la predestinación y el encasillamiento en este tipo de sociedades es tal, que no importa luchar, acabaremos exactamente igual (ya lo hizo Orwell en el magnífico final de 1984).


La representación de la sociedad instaurada tras diecisiete años a bordo del tren es sublime y no deja de ser otra metáfora más de las sociedades autoritarias (¿las actuales?). De la cabeza a la cola, el Snowpiercer contiene un mundo completo (barracones, termas y piscina, sauna, zona residencial, prisión, salón de belleza, zoo y aquarium, colegio, etc.) representado con brillantez y adaptado con sobrada elegancia visual de la novela gráfica que da origen a la cinta, Le Trasperceneige, escrita por Jean-Marc Rochette y Jacques Loeb.

La predestinación revolotea sobre los personajes centrales a lo largo de todo el metraje y se convierte así en el tema central. Si has nacido en los vagones de cola, es muy probable que acabes muriendo allí. El régimen establecido inculca eso desde la escuela, además de un profundo amor y culto a Wilford (sublime escena del colegio con una gran Allison Pill).

Con una fotografía lóbrega y oscura, Kyung-Pyo Hong tiñe de oscuro cada recodo del tren; cada comparación que pueda hacer el espectador con las sociedades actuales será más lúgubre que la anterior. El ambiente se vuelve más sombrío a medida que avanzamos en la revolución hacia la cabeza del tren (escenas como la de los encapuchados dan fe de ello). La tirantez dramática entre personajes como la ministra Mason (una enorme Tilda Swinton, cada vez con papeles más pasados de rosca), los Gilliam y Wilford (John Hart y Ed Harris) o el trío protagonista (Chris Evans, Song Kang-Ho, Jamie Bell y Ah-Sung Ko) contribuyen a convertir el viaje en el Snowpiercer en un continuo temporal tenso y elástico a la vez. 

Rompenieves es una película brillante, pese a su oscuridad, que pivota en torno al apocalipsis como creador de un nuevo orden no demasiado esperanzador para la humanidad. Una metáfora sobre el destino del hombre, convertido en el más absoluto de los depredadores para su especie, con un final alegórico y ambiguo a partes iguales. Compren billetes para el Snowpiercer, el viaje es una fantástica locura.

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