30 mayo 2014

'Dos madres perfectas', doble affaire con apuro

Crítica publicada en Esencia Cine

Si tuviese que definir Dos madres perfectas en una sola palabra, seguramente elegiría precipitación. Desde los primeros minutos el guión nos arroja a la historia a trompicones. Como prueba de ello, las primeras secuencias, en las que de pronto el tiempo avanza unos 20 años con unos abruptos juegos de montaje.

La historia, teñida de aires telenovelescos, es una de esas en las que desde el primer momento sabes que va a haber heridos. Lo único que hay que descubrir es a cuánto asciende el número. La fotografía cálida que parece indicar un perpetuo verano –el lugar en el que se desarrolla la acción se presta a ello– pronto da cobijo a una suerte de mecánica de enredos tan impostada como poco atractiva.

Lil y Ros son dos amigas que han crecido juntas y lo han hecho todo la una junto a la otra. Cuando el marido de Lil fallece en un accidente, ella se queda sola con su hijo. Por el otro lado, Ros también se queda viviendo sola con su hijo cuando su marido decide aceptar un importante trabajo en Sídney y mudarse. El germen de la historia está plantado. Pronto, la una se enamorará del hijo de la otra, y la otra del hijo de la una. Así de fácil y así de irreal.


La película, adaptación de la novela Las abuelas de Doris Lessing, se acerca al terreno del melodrama y la telenovela peligrosamente. La música y el exceso de intensidad en la propuesta así lo indican. Todo resulta impostado en la película de Anne Fontaine, desde el enamoramiento repentino de la primera, hasta la reacción de despecho de la segunda, que supone el primer acercamiento de la segunda pareja. 

Con líneas de diálogo que rozan el absurdo (“te veo en tu cuarto”, le dice uno de ellos a Ros; “y yo en el tuyo”, le contesta el otro a Lil, con esforzada cara de cabreo), Anne Fontaine nunca termina de discernir el género de su película, en la que no cuaja ni la comedia ni el drama. Todo resulta falso, de cartón piedra (prueba de ello es la conversación que mantienen en la playa en la que una dice a la otra: “míralos, parecen dioses”). 

Las interpretaciones de Naomi Watts y Robin Wright, aunque voluntariosas, no consiguen calar en ningún momento en el espectador (si acaso la maravillosa escena en la que una Naomi Watts bastante desfavorecida se mira al espejo e intuimos su miedo a la vejez). En los momentos en los que Anne Fontaine se centra en los temores y aprensiones de sus personajes la película gana enteros. El miedo a la vejez, a la soledad, al rechazo o al abandono dota a la película, y a sus personajes femeninos, de una profundidad que no tiene en ningún otro momento. En cambio, pronto la película desperdicia la oportunidad y termina por centrarse en el romance barato y novelesco que la vertebra de principio a fin.

Dos madres perfectas (Adore en su título original) es una película que ahonda en dos romances imposibles, dos relaciones cruzadas entre dos madres y sus respectivos hijos. Una película que habla de la amistad, el amor y las lealtades, cuyo signo más evidente es la precipitación con la que ocurre todo. Muestra de ello es el final, que vuelve a dejarnos con la misma duda después de llegar forzado y empujado a la pantalla.

0 comentarios :

Publicar un comentario