Crítica publicada en Esencia Cine
El tono de Big bad wolves se patenta perfectamente en la siguiente sucesión de secuencias. Primero, en un sótano de una vivienda aislada en mitad del campo, un hombre tortura a otro, con el fin de que sufra las mismas penurias que las niñas a las que supuestamente secuestró y asesinó. En la escena hay golpes, mutilaciones, quemaduras… todo tipo de burradas. En la siguiente, el mismo hombre sube a la planta de arriba y comienza a cocinar un pastel mientras la voz inconfundible de Buddy Holly entona la simpática Every day. Instantes después de terminar la tarta, el tipo vuelve a estar en el sótano rompiendo dedos. Magnífico. Ese es el tono que lleva la película de principio a fin, un maravilloso cruce de la comedia más negra con el thriller más violento.
Precedida por un resplandeciente prólogo, un ralentí acompañado de una música inquietante que nos presenta el espíritu central de la historia, la película israelí ahonda en temas como la venganza y la violencia desde el punto de vista más sádico y amoral. No es extraño que para Tarantino Big bad wolves haya sido la mejor película del año pasado; la cinta israelí se puede entender como un homenaje al cine del director, con el que comparte esencia y apariencia. Sin embargo, no son los únicos nombres que se rememoran durante el visionado: el cine de otros ilustres como los Coen también sobrevuela la historia en determinadas ocasiones (sobre todo en los desahogos cómicos que tienen a los judíos como centro).
La historia reúne a tres personajes: un policía negligente retirado del cuerpo, un exmilitar judío y padre de la niña y el supuesto secuestrador, torturador y asesino de las niñas. El lugar, fundamentalmente, una casa que alquila el padre de la víctima para llevar a cabo su plan. A partir de ahí, la locura se apodera de la idea original. El guión completa una brillante ejecución de los tiempos y una dosificación de las certezas y las sospechas que mantienen al espectador con la pregunta rondando la cabeza durante todo el metraje. Por su parte, la fantástica banda sonora acompaña los momentos más cruentos y también desahoga la propuesta cuando lo requiere, mientras que el trabajo de fotografía acentúa el carácter claroscuro del film, desahogando o acrecentando según lo precise la escena.
Aharon Keshales y Navot Papushado dirigen con carácter, personalidad y lucidez una película que tiene en la ambigüedad y la constante incertidumbre una de sus bazas. Los directores, que también firman el guión, mezclan la comedia y el drama con las proporciones exactas para que ninguna predomine en exceso sobre la otra. Resulta soberbia, en este sentido, la aparición del padre del ejecutor de la venganza y como en seguida se ha convertido en una auténtica bestia despiadada contra el ejecutor de su nieta.
Big bad wolves es un ejercicio de estilo deslumbrante y con una estética apabullante. Un film con unas actuaciones que rozan lo sublime, en la que los personajes se ven envueltos en un ambiente tosco y viciado en el que la violencia se respira, se palpa e, incluso, se puede llegar a disfrutar. Poco a poco, la historia llega hasta un final sorprendente, ambiguo, que para muchos no resolverá nada y para otros todo. Lo importante es el camino, podría decir, y ese está lleno de golpes y perrerías, hachazos cómicos y giros sorprendentes. ¿Quién es el lobo más feroz?
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