Crítica publicada en Esencia Cine
Sol camina bajo la lluvia que quiebra el cielo de Madrid. Una fotografía de tonalidades oscuras y la voz rasgada de una canción de blues la acompañan en su camino. Acaba de tocar fondo, pero según ella misma reconoce a su amiga cuando llega a casa, le gusta empaparse cuando está triste para “sentirse viva”. Tan fácil como arquetípico y pasado de fecha. Esta escena es un ejemplo bastante próximo a lo que muestra Por un puñado de besos durante todo su metraje. Una propuesta típica, historia de amor imposible en la sintonía de la infumable Tres metros sobre el cielo que, seguro, calará (nunca mejor dicho) en el público juvenil, pero que hace aguas por cada pliegue de la historia.
David Menkes, director de películas como Sobreviviré o Mentiras y gordas (cada cual que juzgue según sus criterios), adapta la novela Un poco de abril, algo de mayo y todo septiembre de Jordi Serra i Fabra con Martiño Rivas y Ana de Armas como protagonistas. Por cierto, el escritor catalán firma el guión, precipitado y, en ciertos sentidos, algo caótico y repleto de clichés.
Por un puñado de besos es frívola, insustancial, y juega en terrenos que, incluso, podrían resultar peligrosos teniendo en cuenta el público al que se dirige. “No sabes si te gusta un tío hasta que te acuestas con él” tal vez sea la perla más interesante que sueltan sus personajes. Ya veo multitudes de jóvenes probando suerte uno tras otro (¿o es ya así?). Con cierto tono de moralina, por momentos (ponte condón, tu vida vale mucho más que un polvo), la película se adentra en la relación que mantienen dos jóvenes que han sido diagnosticados con el sida. Sol y Dani comienzan una relación que, poco a poco, va ganando en consistencia. Pero, claro, como era de esperar, Dani guarda un secreto que complicará todo un poco. Un clásico.
La colección de frases tendenciosas es inmensa. La muestra de clichés, sencillamente inabarcable. Desde la visión de los periodistas (siempre villanos y carroñeros) hasta la relación del protagonista con su vecina (una Megan Montaner intermitente), con mensaje moralina incluido –esta vez sobre los embarazos–, la película transita por la relación entre sus personajes sin dejar nunca de lanzar advertencias frívolas ni de abrazar la superficialidad. No obstante, quizás en el tratamiento de las relaciones entre sus personajes se puedan reconocer los únicos fogonazos de buen hacer. El director entreteje una red de relaciones de amistad en la que los actores se desenvuelven sin excesivo brillo, pero cumpliendo su cometido. Ninguno está de maravilla (ni Martiño Rivas, ni Ana de Armas, que vuelven a trabajar juntos; ni tampoco Megan Montaner o Andrea Duro), pero tampoco son calamitosos.
El aspecto técnico del film recuerda irremediablemente al género televisivo e, incluso, al videoclip. Las transiciones con efectos, las transparencias y la superposición de escenas, así como la partición de la pantalla en varias, ofrecen unas determinadas posibilidades a la película, sí, pero a costa de su credibilidad y de su factura. El uso de la música, tediosa por momentos, contribuye a la creación de un ambiente propio del melodrama más barato e imberbe.
Por un puñado de besos es un alegato vacío, superficial, impostado, sobre la universalidad del amor (el “todos tenemos derecho a enamorarnos”). Un film con grandes dosis de frivolidad que trivializa un tema para nada baladí. Es, por tanto, una película plomiza, que pese a tener en su legión de fans adolescentes el público más fiel, jamás transcenderá, creo, más allá del tiempo que permanece en pantalla. Y tampoco merece hacerlo, si somos sinceros.
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