16 mayo 2014

'Maniac', el reflejo en los ojos del serial killer

Crítica publicada en Esencia Cine


El narrador de Maniac queda determinado, sin dejar ninguna posibilidad a la duda, desde el fantástico primer plano en el que vemos caminar a una chica desde los ojos del protagonista, Franck, que la observa desde el coche (la secuencia es similar a aquella con la que Martín Cuenca abrió la fantástica Caníbal). Desde entonces, la cámara no será otra cosa que la propia mirada del personaje. 

Franck regenta una tienda de conservación y restauración de maniquíes, en la que además reside en un cuarto trasero. Su aspecto aparentemente afable y su cara de no haber roto nunca un plato se tornan en seguida en algo completamente distinto (¿qué tendrá Elijah Wood que, pese a su apariencia de buen tío, siempre acaban por darle papeles de perturbado, asesino o tipo ultraviolento?).


La cámara de Franck Khalfoun, convertida como decía en los ojos del protagonista, nos sitúa pronto en una coyuntura. Aquello que vemos no es otra cosa que la palpitación macabra de Franck, cuya apariencia esconde a un asesino obsesionado con las cabelleras de sus víctimas (a lo Inglorious Basterds), con las que “viste” a sus muñecas. Pero nos sentimos hipnotizados por el planteamiento.

Una banda sonora continuamente en suspense aporta tensión a los movimientos de cámara del cineasta, que persiguen la belleza de las mujeres con la única vocación de convertirlas en una pieza más de una colección tan macabra como espeluznante. Khalfoun sitúa al espectador directamente en la mente del asesino. No sólo en su mirada, desde la que contempla el mundo, sino en lo más profundo de sus pensamientos, con alucinaciones, visiones psicóticas y flashbacks a un traumático pasado en el que su madre cobra una importancia primaria y da una explicación (demasiado facilona) a la vocación criminal de Franck. Sólo abandonamos la mirada del asesino en una escena, la única en la que lo vemos desde un plano exterior. El resto de apariciones de Elijah Wood en el film se reducen al sonido de su voz o a su reflejo en coches, ventanas, espejos y todo tipo de superficies reflectantes.


La rutina de Franck se verá trastocada en el momento en el que Anna, una artista que trabaja con maniquíes, se acerque hasta su espacio y comience a trabajar en una nueva exposición que tendrá como centro temático a sus figuras. De esta forma descubrimos un lado oculto en la mente del asesino en serie, un aspecto diferente a la disfuncionalidad de su existencia anterior.

Maniac es el remake de la película de idéntico nombre que firmó William Lustig en 1980, a la que ésta rinde un homenaje, sobre todo con el plano que reconstruye el póster de aquella. Sin embargo, la película que dirige Khalfoun no aguanta el pulso narrativo durante demasiado tiempo. El aspecto técnico resulta fascinante por momentos (la coreografía en la que se convierte la imagen para recrear la mirada del asesino, el retrato de la belleza del horror), pero la cinta termina por resultar demasiado pretenciosa y cargante. Khalfoun se regocija en lo grotesco de las imágenes y convierte su film en una pieza presuntuosa y conscientemente desagradable para llegar a un final precipitado, delirante y, en cierto modo, previsible.

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