22 mayo 2014

'Dom Hemingway', redemption song

Para el común de los mortales enamorarse de Emilia Clarke no implicaría demasiada dificultad; sería sencillo. Si, además, la vemos en el escenario, al fondo de un pub, mientras canta Fisherman’s Blues de The Waterboys, probablemente, el efecto sería inmediato. La escena en cuestión no es azarosa, sino, a mi juicio, la más importante de Dom Hemingway, la última película de Richard Shepard. En el momento en el que el protagonista mira a los ojos de su hija, a la que lleva doce años sin ver –los doce que lleva en prisión–, la redención y el enamoramiento es instantáneo.

La película de Shepard reflexiona sobre la soledad, la pérdida, las lealtades y, sobre todo, la redención personal. Y lo hace subyugando todos esos temas a una apariencia completamente gamberra, como si en realidad no quisiese reconocer los grandes temas que transitan por su cinta.

Cuando Dom Hemingway sale de prisión decide ir en busca del dinero que le debe un mafioso al que ha encubierto durante los doce años que ha estado preso. En el camino vemos a un personaje completamente roto, que a pesar de endosarse una importante fortuna –para su inminente pérdida–, no es más que un absoluto perdedor. En la temporada que ha permanecido entre rejas su mujer ha fallecido y su hija ha sido madre y le ha dado por perdido. Nada es como era antes.


El cineasta firma un guión que a veces se acerca a la locura y al minuto siguiente a la reflexión, una pieza equilibrada que resplandece tanto como cansa. Un Jude Law pasadísimo de rosca sostiene todo la obra con una de las interpretaciones más alocadas que se le recuerdan (el monólogo inicial es una prueba de ello). La fantástica banda sonora, con temas de Citizen Cope, The Alarm o los citados The Waterboys, acompañan el vaivén del personaje y la estética y actitud pseudo punk que parece envolverlo (esas patillas, esos polos estilo Fred Perry, esas borracheras…). Quizás sea demasiado tópico, pero funciona en el caso de Dom.

Dom Hemingway narra la evolución de un personaje que tiene que adaptarse a los cambios de una nueva vida tras doce años en standby. La estructura de la película contribuye a ese tránsito. En la primera escena Dom hace un monólogo sobre su pene mientras le practican una felación en la cárcel; a la mitad del metraje ve cantar a su hija y se produce el cambio; y en una de las últimas escenas, ya totalmente derrumbado, visita la tumba de su mujer buscando una redención que sólo él puede conseguir.

El film de Richard Shepard reflexiona, más allá de su aspecto gamberro e irreverente, sobre la culpa y la redención, sobre el pasado y las consecuencias de las decisiones. Las andanzas de Hemingway, sus borracheras y resacas, sus intentos de volver al mundo del robo y todo lo que le acontece en la primera parte de la película, sólo son el envoltorio de la idea central. Dom Hemingway es sucia, pero colorista por momentos; alegre y triste a la vez. Una película que no trascenderá, pero con momentos rescatables.

0 comentarios :

Publicar un comentario