09 mayo 2014

'En apatía', errático sonrojo

Crítica publicada en Esencia Cine

Con excesivo aspecto de teleserie de prime time, incluso el elenco es del tipo Física o química (¿por qué todos los actores jóvenes se empeñan en parecerse entre sí?), se presenta En apatía. La película de Joel Arellanes parece pretender contar el cambio, la metamorfosis, que experimenta un joven cuando la vida le golpea duro.

Detrás del presente y sus consecuencias irrevocables siempre se encuentra el pasado. Marcos ha crecido en una familia disfuncional, bajo la tutela bicéfala de una madre católica y un padre agnóstico hasta el extremo. Los desórdenes familiares le han llevado a ser un chico duro, sin interés ni vocación por nada. Ahora, en su juventud, gasta los días con su amigo Víctor en drogas y gambeteos varios. Sin figura paterna y con la madre ausente por completo, la soledad y la calle son las únicas educadoras del chico. 


En apatía cuenta una historia que, a priori, podía haber dado mucho jugo. En cambio, en seguida se percibe que no va a llegar a nada. La innecesaria necesidad de recalcar lo intenso de la propuesta –gritos, llantos, subrayados, etc.–, la sobreactuación de gran parte del reparto, así como un sonido sin apenas modular y unos abruptos cortes de montaje, entierran la cinta en un lodazal de desatinos. 

El guión, empeñado en buscar el giro único y final, deambula por infinidad de recovecos, suelta al azar multitud de temas (las drogas, la juventud, la crisis económica y de valores, la aceptación de la homosexualidad, la educación, la importancia del núcleo familiar, la religión, la irresponsabilidad…) sin llegar a profundizar en ninguno, pasando si acaso por la superficie de un par de ellos. Incluso suelta determinadas puntadas que quedan sin rematar (¿la escena inicial en la que se ve la matanza de una oveja?) a lo largo de la película. Durante todo el metraje la cinta está salpicada de cebos, migas de pan hacia el desenlace, tan evidentes (una multa por saltarse un semáforo, un suicidio con culpabilidad) que pierden toda gracia e interés.

En apatía, que lleva por subtítulo Secuelas del odio, se carga de significados de sobrada evidencia y pretenciosidad, sin llegar a calar hondo en ningún momento. La apatía (concepto generalmente mal utilizado en su significación, ya que termina por confundirse con agnosticismo) acaba por contagiarse al patio de butacas, que merodea errático por la pantalla buscando algún significado oculto o algún propósito que llegue a buen puerto entre metáforas insulsas de ángeles de la guarda, menciones al cielo y al infierno que sonrojan, fallos de raccord y una colección de planos temblorosos –se echa en falta el uso del trípode– sin rastro de tensión ni vocación narrativa.

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