30 abril 2014

'El gran cuaderno', la fraternidad en tiempos de guerra

Crítica publicada en Esencia Cine

En 1956 se publicaron por primera vez las memorias de Primo Levi con el título Si esto es un hombre. Con el paso de los años, la obra del escritor –antes químico– pasaron a considerarse una de las obras cumbres de la literatura del siglo XX. En sus páginas, el italiano, de origen judío, narraba su reclusión en uno de los campos de concentración pertenecientes al complejo de Auschwitz. Al contrario de lo que pueda pensar alguien que no se haya acercado al texto, el escritor no desprende odio ni visceralidad, sino todo lo opuesto. La apatía y la naturalidad con las que cuenta la historia –torturas, asesinatos, cámaras de gas, etc. – inundan todo ápice de emoción. Y la congoja invade al lector que asiste ojiplático a la devastadora narración. La mención a Levi no es casual, ni mucho menos; los primeros compases de El gran cuaderno, película de János Szász basada en la novela de Ágota Kristóf, recuerdan en cierto modo a las páginas del italiano.

En este caso el cuaderno lo poseen unos gemelos húngaros, que lo han obtenido de manos de su padre con la única indicación de que anoten todo lo que les ocurra, que recojan la verdad. En el último año de la Segunda Guerra Mundial, la madre de los chicos, guiada por el miedo y la desesperación, los traslada a la casa de campo de su abuela, una mujer de apariencia tosca y algo cruel a la que en el pueblo conocen como “la bruja”.

Estructurada a partir de los textos que los muchachos acumulan, El gran cuaderno cuenta la historia del crecimiento de unos niños que se ven forzados a aparcar su inocencia a un lado y endurecerse para sobrevivir a una época oscura. El horror y la muerte impregnan cada segundo del metraje, cada cruce de ese pueblo desconocido en el que dos hermanos tratan de salir adelante sin separarse nunca uno del otro. La hostilidad de la guerra lo devora todo. 


El director János Szász se acompaña de una fotografía que muta según la necesidad de la película para crear una atmósfera totalmente amenazante, así como de un gran derroche técnico (deslucido en los momentos clave como explosiones, minas y bombas) para contarnos la historia de estos dos chicos. Sin embargo, el guión, cargado de giros en cierto modo predecibles, no llega a conseguir que el público conecte con la historia de los niños. El gran cuaderno deja sin atar algunos cabos y descose determinados cebos –la historia de Labio Partido o la desconcertante escena sexual–, cuya vocación nunca queda del todo clara. Por otra parte, es cierto que el cineasta húngaro dibuja algunos planos de bellísima factura; la metáfora en la que una página del cuaderno repleta de insectos muertos hace pensar en un campo de exterminio es brillante. 

Sin embargo, la excesiva inexpresividad buscada para sus protagonistas, de semblante imperturbable ya vean muerte, sexualidad, amor u odio, se vuelve en contra de El gran cuaderno. El film no consigue calar tan hondo como pretende y se acerca más hacia una historia de violencia estándar que hacia el reflejo de una situación de conflicto. La guerra, a pesar de su indiscutible presencia, siempre queda latente al otro lado, simbolizada en una especie de alambrada-frontera que alcanza un devenir significativo en el final de la cinta.

El trabajo de Piroska Molnár, en el papel de la abuela, consigue elevar un peldaño la película en aquellos momentos en los que parece que empieza a desestabilizarse. Su actuación es fantástica y convence desde sus primeras apariciones. Quizás por eso el objetivo de Szász se detenga a menudo en su rostro, como si buscase la expresión definitiva de la crueldad o el olvidado amor. En el otro lado sorprende la escasa relevancia del personaje interpretado por Ulrich Thomsen, un oficial que, sin llegar nunca a jugar nunca un rol de importancia con respecto a los protagonistas, desaparece de la película sin más.

El gran cuaderno cuenta la historia de dos hermanos que tienen que abandonar su vida y aprender a convivir con una guerra que devasta todo lo que encuentra en su camino. Dos inocentes convertidos por las circunstancias –y la necesidad– en hombres duros. Un interesante drama sobre la fraternidad y la importancia de la lealtad, que a partir de la mitad comienza a perder fuelle y se agria bajo un estridente sonido de tambor tan reiterativo como inoportuno y molesto.

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