Crítica publicada en Esencia Cine
Cuando algo va mal desde el inicio es complicado voltear la situación y hacer que termine bien. De la misma forma, pero a la inversa, un buen comienzo no garantiza un mejor final. No se aceptan devoluciones, primer largometraje del actor Eugenio Derbez, comienza bien para terminar diluyéndose en su propia pretensión de abarcar demasiado espectro.
Valentín es un vividor, mujeriego y pasota, que gasta sus días en Acapulco tratando de llevarse a todas las turistas a la cama. La presentación del personaje, con un interesante juego de planos que muestra al protagonista con varias mujeres, da paso al nudo de la historia: la llegada de Julie, una turista de Los Ángeles, que le deja al cargo de una hija fruto de una de sus aventuras.
La historia es típica: un hombre alejado de todo atisbo de compromiso se ve, de la noche a la mañana, con una hija de la que encargarse. En cambio, decidido a encontrar a su madre y devolver a la niña, emprende un viaje a la ciudad californiana que le cambiará por completo la vida.
Pese a lo arquetípico de la historia, la primera hora de película se convierte enseguida en una ligera comedia, llena de chistes surrealistas y, en cierto modo, ágiles. El espectador ve cómo Maggie, la pequeña, va creciendo de la misma forma que lo hace la complicidad entre padre e hija. Por momentos, el film recuerda a Un papá genial (con guiño incluido a Adam Sandler) un poco descolorido.
Los azares del destino –y el primer acto de amor por su hija– llevan a Valentín a convertirse en especialista de cine en Hollywood. Quizás sea esta la broma más destacada –y destacable– de la película. El retrato que dibuja Derbez de los estudios, rodajes e incluso de algunos de los actores –ese Johnny Depp, ¿o Jack Sparrow? – es totalmente disparatado y grotesco.
Sin embargo, como decía al principio de esta crítica, un buen comienzo no garantiza un mejor final y No se aceptan devoluciones corrobora con creces dicha afirmación. Un giro en forma de diálogo enigmático –en exceso– en la sala de un doctor nos pone alerta de algo y a partir de entonces la película se desmorona sin clavo al que agarrarse. En el momento que sobrepasa la hora de metraje, la comedia queda aparcada para dar paso al más burdo de los melodramas. La madre de la niña, convertida ahora en abogada, reaparece para tratar de llevarse a la niña con ella –y su pareja–, llevando la película por derroteros más cercanos al drama de siesta que a la comedia que parecía iba a ser.
La segunda mitad de la cinta se convierte en una constante reiteración de chistes –la metáfora de los lobos como representación del miedo se termina por hacer cansina– y situaciones excesivamente intensas. La constante necesidad de remarcar una bondad y una malicia, sobre todo en la deriva que toma la relación del padre y la madre en la última parte, sugiere un ajuste de cuentas del director con sus personajes. Derbez convierte su película en un melodrama desesperante y conduce todo su esfuerzo narrativo hacia un final lacrimógeno que se intuye desde el primer giro.
No se aceptan devoluciones, película que se ha alzado como la cuarta extranjera más vista en Estados Unidos y la mejicana más vista dentro de sus fronteras, es un ejemplo de cómo convertir una agradable y prometedora comedia en un tedioso y lacrimoso telefilm sin ningún tipo de interés.
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