22 abril 2014

'Melaza', retrato con sacarina

Crítica publicada en Esencia Cine
Atlántida Film Fest

En el imaginario colectivo tendemos a reducir Cuba a la ciudad de La Habana. Si apuramos, quizás también alcance hasta Varadero. El cine que llega de la isla, o aquel en el que Cuba es protagonista, ayudan, a menudo, a que identifiquemos todo un país con su capital. Dos ejemplos de esto podrían ser la reciente Una noche, de Lucy Mulloy, o la más antigua Habana Blues, dirigida por Benito Zambrano. Melaza se distancia de esas propuestas y se adentra en la otra Cuba, aquella que no es protagonista nunca, el equivalente a lo que en España podría ser la España rural o, más coloquialmente, la España profunda.

La ópera prima de Carlos Lechuga nos traslada al pueblo de Melaza y nos invita a acompañar a una pareja, Mónica y Aldo, que trata de sobrevivir cuando cierra el molino de azúcar que daba trabajo a los alrededores. Los dos tratan de refugiarse en su amor, buscando las alternativas –no siempre legales– para sacar adelante sus propias vidas, pero también las de la niña de Mónica y la de su madre.


“Aquí aprendes a bailar o te mueres en la pista”, espeta ella en una escena del film. Y así es. La frase en cuestión refleja exactamente lo que muestra la obra de Lechuga. Personas tratando de adaptarse a un nuevo entorno hostil. A partir de la primera secuencia, una sucesión poética de imágenes acompañada de una canción, la situación de la pareja se enturbia poco a poco –multa, deudas, etc.–, por lo que tendrán que buscar soluciones no siempre agradables. 

El problema de Melaza viene dado por la falta de pulso narrativo y, por momentos, de tensión. Los personajes tratan de buscar remedio a su problema, se adentran en situaciones peligrosas, salen de ellas, discuten, hacen el amor, o conversan, sin que en ningún momento lleguemos a empatizar con ellos. La frialdad y la distancia que se siente hacia los protagonistas hacen difícil que lleguemos a sentir sus vaivenes. Sólo en un instante en el que los dos apartan a un lado sus problemas y bailan a la tenue luz de un pequeño bar, sólo en ese momento, consiguen trasladar su sentir más allá de la pantalla.

Es cierto que su búsqueda de la felicidad, de la prosperidad más bien, es interesante. También lo es que está bien narrada. El retrato de la Cuba más profunda y desoladora está bien dibujado, pero la cinta es tan sobria que en ningún momento logra traspasar la pantalla. Melaza es un panorama de la Cuba más devastada, más desoladora, más terca y repetitiva (ejemplo de ello es el mensaje que se repite durante varios momentos, que incita a los habitantes del pueblo a acudir a la protesta junto al Gobierno). Carlos Lechuga no trata de adoctrinar, ni siquiera de ofrecer una visión política de un problema; el cineasta se reduce a crear un ambiente para su pareja protagonista, en la que centra absolutamente toda su vocación narrativa.

Melaza es, por tanto, una película centrada en sus personajes. Una dura historia sobre el amor y las relaciones y sobre la adaptación a los terrenos hostiles. Un film que, pese a ser interesante, no termina de convencer en su intento de adentrarnos en la psicología de las relaciones personales. Una ópera prima, solvente y sin alardes, que deambula con pesadez por los recovecos de la esperanza de una pareja por salvar su pequeño mundo.

0 comentarios :

Publicar un comentario