04 abril 2014

'Frances Ha', lo mágico del cine

Crítica publicada en NoSóloGeeks

El blanco y negro de Frances Ha perdura en el paladar aun horas después de digerir su visionado. Y su música. Y su mensaje positivo y esperanzador. La nueva obra de Noah Baumbach, coescrita con Greta Gerwig, que además la protagoniza, es una chispa. Una pizca de magia que se apoya en una vocación formal que es en sí misma una declaración. 

Manhattan es el escenario. La ciudad, tan universal, antaño una de las más fotogénicas, se ha convertido también en una de las más cinematográficas. La representación que hace de ella Baumbach no la desmerece ni un ápice esta condición. Frances Ha deambula por los cafés, los apartamentos de solteros y las escaleras de incendios que se han visto en innumerables ocasiones en el cine y la televisión. Sin embargo, el espíritu que trasladan estos espacios aporta un poco más de nostalgia y universalidad. Lugares filmados una y otra vez que, en cambio, transmiten la sensación de ser completamente distintos y tener un aire nuevo.

Al ritmo de una banda sonora burbujeante, de gusto ecléctico, nos adentramos en la rutina de Frances, una aprendiz de bailarina que gasta sus días tomando clases de danza con la esperanza de llegar a conseguir un rol relevante dentro de su compañía. A punto de alcanzar los veintisiete años, comparte piso con su mejor amiga, Sophie, una moderna de gafas de pasta que trabaja en el mundo editorial, con la que, además de apartamento, comparte absolutamente todo. Sin embargo, cuando ella deja la casa para mudarse con su novio, la relación se tuerce y Frances se ve obligada a dar un nuevo giro a su vida.


El guión de Baumbach y Gerwig se vertebra a través de las constantes búsquedas de piso de Frances, que acaban por ser una metáfora de su propia condición interior. La historia puede sonar tópica: una persona que se busca a sí misma en mitad de la gran ciudad. La hormiga que busca sin cesar su hormiguero, alguien con quien compartir su existencia, sus idas y venidas. La historia de Frances Ha se ha contado en multitud de ocasiones, sin embargo la sensación que queda al concluir es que nunca nos la habían contado así. La forma está al servicio del contenido y viceversa. Los acordes de la película suenan en ocasiones a himno generacional. No obstante, pese a que, en ocasiones, la cinta se recrea en su hipsterismo y su fachada indie, la historia funciona. Si suscribe el pacto narrativo, el espectador no parará de bailotear hasta que los créditos se deslicen sobre el buzón de la protagonista. 

El jukebox de la obra alterna desde himnos del género disco –el Modern Love de Bowie o el Everyone’s a winner de Hot Chocolate– hasta piezas de música clásica que actúan como vehículo y estímulo para la actividad de Frances. Difícil olvidar las carrera y los bailoteos de la protagonista a lo largo de las calles neoyorquinas. Greta Gerwig enamora y ampara al personaje con su piel, edificando uno de esos protagonistas que se convierten casi al instante en un género en sí mismos.

Los homenajes se suceden a lo largo de la película. Tanto el uso de la banda sonora, el ritmo o la fotografía en escala de grises, remiten instantáneamente a otras corrientes cinematográficas –presentes y pasadas– y directores. Desde el cine mudo hasta el gran contador de Nueva York, Woody Allen, pasando por los cineastas de la Nouvelle Vague o el movimiento mumblecore (Funny ha ha), entre otros, se dan cita en la pantalla y fluyen con total naturalidad sin que resulte artificial.

El baile de Frances Ha durante todo el metraje, los vaivenes, las noches aquí y allá, entre fiestas, botellas de alcohol y cigarros, no son otra cosa que la representación de una edad, del peldaño en el que nos vemos obligados a dar un cambio –quizás a aceptar nuestras derrotas y fantasmas– para empezar a prosperar. Frances hace todo ello sin borrar nunca su optimismo ni su sonrisa, ni apartar a un lado sus convicciones ni la ternura. Esa idea del optimismo sobrevuela toda la película y se confirma en el capítulo final. El personaje de Greta Gerwig supone un canto a la personalidad, la perseverancia y el esfuerzo, la película de Noah Baumbach, un sincero y bellísimo canto al cine y, en lo más profundo, a su musa. Parafraseando aquel título de Cortázar: queremos tanto a Greta...

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