12 abril 2014

'The selfish giant', la sociedad de los gigantes avaros

Crítica publicada en Esencia Cine
Atlántida Film Fest

En el cuento de Oscar Wilde The selfish giant un gigante expulsa a unos niños que juegan en su jardín, haciendo así que la primavera no vuelva y que los árboles se cubran de nieve y hielo. Los niños pierdan de esta manera su lugar para jugar y, por tanto, el espacio que están destinados a ocupar en el escalafón social. La cineasta británica Clio Barnard se toma la licencia de adaptar la fábula de Wilde y trasladarla a nuestros días en su última película, de idéntico nombre que el cuento.

La directora, que sólo había firmado con anterioridad el documental The Arbor, mantiene a dos de los niños del cuento, aquí Arbor y Swifty, y los hace protagonistas dentro de un entorno hostil, ahora los suburbios que se encuentran en los márgenes de la gran ciudad. Los dos amigos se dedican a recoger y vender chatarra mientras se escaquean del colegio y tratan de sobreponerse a sus familias rotas y desestructuradas.

Barnard nos sumerge de lleno en las calles del barrio como si lo hiciese una novela de Alan Sillitoe. La cámara sigue las andanzas de estos dos chavales que, como los niños del cuento de Wilde, han perdido la inocencia de golpe y porrazo. En la adaptación de la cineasta sobre el cuento también hay gigantes egoístas, y no uno, sino muchos. Casi todos los adultos que aparecen en la cinta terminan por ser avariciosos y egoístas. Desde las familias de los chicos hasta los propios “empleadores” de la chatarra, que los engañan y utilizan, recogen perfectamente el testigo de aquel gigante triste y agrio que convirtió su jardín en un invierno constante. Sin embargo, uno predomina por encima del resto, Kitten, un chatarrero con el que la pareja de chicos entabla relación. La habilidad con el caballo de Swifty llamará la atención de este hombre, que lo reclutará para correr en las carreras ilegales (con apuestas, claro) que organiza. Esto desatará los celos de su compañero y accionará la espita de la tragedia, que, por otra parte, se intuye desde los primeros compases.


Con aspecto de cine social, The selfish giant se convierte pronto en una historia que denuncia la marginalidad y la pérdida de la inocencia de unos menores utilizados para tareas en las que no deberían ni siquiera pensar a su edad. Clio Barnard realiza un trabajo de aspecto dickensiano y completa un retrato panorámico, pero con multitud de detalles, de los niños y los hombres dedicados a la chatarra. La película de la directora británica se puede concebir como una crónica negra de los suburbios, de los márgenes olvidados y de los miserables que los habitan.

La disparidad de caracteres entre Arbor, diagnosticado con hiperactividad, y Swifty, un grandullón tranquilo y pausado, representa la dualidad propia de un entorno que aborrece a los niños (que los destierra de su jardín), pero a la vez se aprovecha de ellos para fines poco lícitos (no sólo el personaje de Kitten, también aparece otro padre que lleva a su hijo a robar y vender cobre).

Acompañada de una fotografía grisácea, propia de los ambientes neblinosos del Reino Unido, The selfish giant ofrece, entre tanto, una serie de imágenes de cierto calado lírico que enfrentan la naturaleza (los caballos pastando en el campo y los árboles) contra la acción humana (las centrales nucleares y las torretas de tendido eléctrico). Como si, por extensión, fuesen metáforas elaboradas sobre la inocencia, la libertad y la pureza, representadas en los niños, frente al egoísmo y la maldad, cualidades más propias de los adultos.

The selfish giant es una película dura, que cuenta una historia de marginación y amistad, con dos interpretaciones infantiles muy destacables (Conner Chapman y Shaun Thomas), y que confirma la irrupción de Clio Barnard como uno de los nombres a tener en cuenta en el cine británico.

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