Crítica publicada en Esencia Cine
Siempre he pensado que uno de los payasos tristes más conmovedores de la literatura es el suicida que falla en su intento. ¿Hay mayor fracaso que ese? El novelista Nick Hornby acumula una gran lista de personajes patéticos, payasos tristes y fracasados entre sus páginas. En Mejor otro día, adaptación de En picado, del autor británico, nos encontramos a cuatro de ellos.
Es nochevieja y Martin Sharp (Pierce Brosnan) ha decidido lanzarse al vacío y acabar así con el aura oscura que parece rodearlo. Su carrera periodística se ha venido abajo tras descubrirse una relación con una adolescente. Entonces, cuando está preparado para saltar, aparecen Maureen, una mujer católica con una compleja historia personal; Jess, una joven empapada en lágrimas a la que acaban de dejar; y JJ, un pizzero con pinta de rockstar venida a menos. Los cuatro han subido a tirarse. Sin embargo, al encontrarse, posponen su decisión hasta el día de San Valentín. El club está abierto.
La película de Pascal Chaumeil cambia su abrigo, vistiéndose de comedia o drama, según convenga a la historia, pero sin terminar de decantarse por ninguno de los géneros a lo largo del metraje. El cineasta conjuga bien los momentos cómicos con el desarrollo dramático de cada personaje, imprimido fundamentalmente en unos flashbacks a través de los que nos transporta a la situación actual, es decir, a la azotea.
Si bien es cierto que el film pierde credibilidad en determinadas situaciones, de una inverosimilitud evidente, el aspecto cómico y la química entre los personajes, destacando el juego en el que enredan durante toda la cinta Aaron Paul e Imogen Poots, compensan esos momentos de cierta duda. La actriz se convierte en uno de los atractivos más evidentes de la película, edificando un personaje a caballo entre la desesperación y la vulnerabilidad con el que consigue enternecer tanto al espectador como al resto del grupo.
El amor –y por extensión la amistad– como vehículo de subsistencia es uno de los mensajes que lanza la película. Este improvisado club de los suicidas funciona porque se cimienta en una extraña complicidad entre sus cuatro integrantes, una relación que, pese a estar revestida de una impostura más que palpable, funciona dentro de los mecanismos de la ficción. Fuera de este círculo, el amor sigue siendo mostrado como un motor de cambio. La joven Jess suspira por una pizca de amor paterno, JJ es un tipo solitario y aparentemente agrio, cuyo carácter verdadero se descubre cuando recibe el cariño de alguno de los personajes, mientras que Martin funciona como una especie de líder caparazón para el grupo, que a su vez ejerce una extraña protección para con él. Sin embargo, si alguna historia desprende amor por los cuatro costados es la de Maureen, una gran Toni Collette, que vive sola, quizás demasiado, cuidando de su hijo discapacitado al que profesa un amor casi milagroso, como demuestra uno de los giros más emotivos de la cinta.
El mecanismo narrativo de Chaumeil juega con la partición en breves capítulos, en los que cada personaje explica su historia, que se acoplan a la columna vertebral del guión, la historia del presente, en la que los cuatro permanecen unidos por su pacto. Dentro de este juego de narradores, el director se permite planos muy sugestivos en lo referente al apartado visual. Chaumeil nos obsequia con planos en los que la particular belleza de Imogen Poots rompe con el perfil de un Londres que amanece, u otros en los que el silencio dice mucho más de lo que parece (el baile de JJ con una desconocida mientras Jess permanece en el fondo de la escena mirando con los ojos vidriosos). El cineasta juega bien con las armas propias del género cómico, pero además incluye elementos dramáticos que desempeñan un papel primordial en el desarrollo de la historia. Mención especial, por la bella factura y el genial uso del fuera de plano, merece la manera con la que el cineasta francés desvela el giro argumental que da fin a la historia.
Mejor otro día es una película simpática, a caballo entre dos géneros contrapuestos, que deja un buen sabor de boca pese a lo inverosímil de su propuesta en determinados momentos. Una historia de payasos tristes que se apoyan los unos a los otros para salir adelante dando lugar a escenas de tono absurdo y surrealista, pero que enseguida adquiere un tono amable y divertido.
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