Crítica publicada en Esencia Cine
La belleza decadente de Lisboa inunda cada plano de Tren de noche a Lisboa. La última película de Bille August transita las calles del Bairro Alto, la Alfama y el centro lisboeta de la mano de un profesor de instituto interpretado por Jeremy Irons. La historia comienza cuando Raimond, el protagonista, encuentra a una joven portuguesa que se va a lanzar al vacío en un puente. Preocupado por ella la lleva al colegio en el que trabaja, pero poco después se marcha y sólo quedan el abrigo y un libro que guarda unos billetes a Lisboa.
Raimond deja la clase a medias y decide embarcarse en el tren nocturno a Portugal. Algo ha llamado la atención en las páginas del libro: Amadeu de Prado plantea las cuestiones que, desde hace años, inquietan a este profesor de latín. La búsqueda de la joven acabará resultando en la investigación de la historia del propio Amadeu y su cuadrilla de amigos, pertenecientes a la Resistencia, en los años de la dictadura de Salazar.
Las primeras secuencias, en las que se ve una Berna asolada por la lluvia, de fotografía grisácea y nubosa, dan pronto paso a la claridad de Lisboa, la denominada ciudad de la luz. Las conversaciones de Raimond con la gente que conoció al escritor vertebran la película, junto a la propia historia del escritor fallecido. El pasado y el presente se engarzan a través del libro, que se convierte en el hilo conductor de ambas historias.
Tren de noche a Lisboa se queda en mucho menos de lo que podría ser. El guión, basado en una novela de Pascal Mercier, cae continuamente en el arquetipo, la plantilla de este tipo de historias se hace evidente en cada uno de los giros. El misterio, la muerte, el pasado tormentoso e incluso las historias de amor o atracción (en el pasado y el presente) que se narran en la cinta están revestidas de cierta impostura y no resultan del todo creíbles. Como tampoco la utilización del idioma inglés. Lisboa reclama a gritos el portugués, casi como si no pudiese entenderse la una sin el otro. Durante la película sólo se escucha el idioma luso un par de veces. Todos los personajes, da igual de dónde provengan, manejan el inglés con fluidez incluso entre portugueses. Inexplicable.
El pasado actúa en la cinta como una especie de catalizador de las emociones del protagonista, un Irons excesivamente disciplinado y metódico que, sin estar mal, no brilla como se hubiese esperado. Las palabras del escritor vertebran la historia y ponen voz a los estados de ánimo del protagonista. La novela, representada en flashbacks, da pinceladas de lo que fue la dictadura de Salazar en Portugal, presentando a personajes del pasado afines al régimen autoritario, enfrentados a aquellos que luchan contra la tiranía.
Las relaciones entre los personajes resultan demasiado previsibles. Las colaboraciones entre miembros de la resistencia y colaboracionistas, los favores que se crean entre unos y otros, el amor y la traición entre compañeros, se intuyen y recuerdan a algo que hemos visto en multitud de ocasiones. Incluso la relación que se crea entre el protagonista y una oculista lisboeta resulta forzada e inverosímil. A pesar de ello, el final, que envuelve a los dos, deja una incógnita con buen sabor de boca.
Tren de noche a Lisboa termina por transitar tierra de nadie a pesar de un reparto con nombres de la talla del citado Jeremy Irons, Christopher Lee, Bruno Ganz, Charlotte Rampling o Melanie Laurent. Es una película que entretiene, pero no trasciende. Sólo la hermosura alicaída de Lisboa, con vanidosas referencias a Fernando Pessoa, compensa la balanza. Al final, la película se convierte en una gran pintura de una de las ciudades con más encanto del mundo, nada más que eso.
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