23 octubre 2015

'Victoria' o el deseo de la cámara

Crítica publicada en Esencia Cine


Laia Costa es Victoria. Y Victoria es Laia Costa. En este sencillo juego de palabras se podría resumir el último film de Sebastian Schipper, que tiene en la actriz barcelonesa su principal atractivo. Tal vez ese sea el motivo de que la cámara la persiga, evitando separarse de ella, como el enamorado que mira y persigue a la mujer que desea, a veces incluso desde la distancia. 

Situando el film en la noche del barrio berlinés de Kreuzberg, Schipper se sirve del prodigio técnico del plano secuencia para ofrecer en pantalla la solución de continuidad de una sola noche (o más bien, algo menos de tres horas de la misma). Desde el prólogo, una soberbia secuencia de discoteca, Laia Costa se convierte en el eje vertebral de la propuesta. Sobre ella oscila todo, en ella reposa el peso de la obra, y es ella la que, finalmente, sostiene una película cuyo problema de credibilidad provoca un tambaleo constante sobre la red.


Tras una interesante presentación de los personajes (fundamentalmente de ella y el interpretado por Frederick Lau), en la que con pequeñas píldoras el cineasta nos da una ligera idea de sus porqués, su situación y sus orígenes, el pivote central de la propuesta inicia una serie de mutaciones genéricas que tan pronto van del romance al thriller como del cine de acción al de gangsters. Sin embargo, es precisamente en el momento de introducción de ese giro central en el que el dispositivo llega a una especie de punto de no retorno. Las pequeñas grietas de credibilidad de las que había adolecido hasta entonces empiezan a dejar pasar demasiada agua y se convierten en lagunas difícilmente eludibles. A partir de entonces, basta con disfrutar de la belleza técnica de esta Victoria. Y de la propia Victoria, esa Laia Costa que va y viene enamorando a la cámara de Schipper casi al mismo tiempo que al personaje que se sitúa como su contraplano. Hasta el soberbio plano final en el que, tras cerrar la historia, por fin la cámara queda quieta y es Victoria la que se aleja de ella, y de nosotros, para perderse en el inicio de una nueva mañana. La mañana posterior al baile. Esa en la que recuerdas a la chica de ayer.

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