Crítica publicada en Esencia Cine
Como si de un reverso buen rollista y más cínico de Aki Kaurismaki se tratase, Xavier Beauvois se acerca en El precio de la fama a los perdedores. Como anuncia uno de los protagonistas, el anonimato de los desafortunados pasa a la primera línea en este film, que tiene la figura de Charles Chaplin como efigie siempre al fondo del relato. La historia se acomoda a los años 70 suizos, en una pequeña localidad tranquila en la que vive un hombre en una modestísima casa (por momentos parece una de esas chabolas que el cineasta finlandés filmó en El hombre sin pasado) con su hija de nueve años. Allí llega, tras salir de prisión, el amigo que le salvó la vida, al que acoge con el fin de que pase tiempo con la pequeña mientras su mujer está ingresada en el hospital.
La víspera de Navidad la televisión anuncia la muerte del cómico; y entonces, ante la precariedad de su situación, todos ven la luz en forma de secuestro y rescate del cadáver. La trama, ya por sí misma, recuerda al genio del cine mudo. Beauvois filma de forma algo convencional los vaivenes de la pareja, que trata de conseguir su objetivo con, como se podía esperar, pésimos resultados. Sin embargo, hay algo de conmovedor en la manera en la que el director mira a sus personajes. Con ternura, inocencia y un gesto íntimo, la cámara se fija con mimo en la relación del padre con su hija y de cómo él trata de hacer la ausencia de la madre más y más pequeña.
Entre tanto, en los huecos que deja la mirada social hacia los más desamparados, los olvidados de la Historia, se filtra el homenaje a Charles Chaplin a través de varios juegos de puesta en escena. Concretamente dos secuencias en las que el director elimina el rastro de la voz para convertir la imagen en cine mudo al estilo del gran autor francés al que referencia. El fantasma de Chaplin recorre transversalmente la historia, que termina convertida en un alegato de los cómicos y su trabajo con un último plano –no en vano, en el circo– que refuerza la idea de su valor y valía a lo largo de la Historia (también la cinematográfica, como parece remarcar ese 1:1 forzado al que pasa por un momento el formato).
El precio de la fama se acerca también, en cierta forma, al realismo poético de principios de siglo, corriente a la que también se aproxima, aunque de una forma mucho más severa y autoral, el cine del citado Aki Kaurismaki. No es la única relación que se puede encontrar aquí con el autor finés, ya que Xavier Beauvois parece trasladar la característica utilización de la música y la banda sonora que hace el director nórdico a su película en determinadas secuencias. Sin embargo, en el resto de situaciones, la música puede llegar a convertirse en un perezoso acompañante. Por otra parte, el dominio de la luz para la generación de atmósferas contribuye a que los vaivenes entre drama y comedia queden perfectamente contrastados sin perder fuelle en ninguno de los dos casos. Algo que no consigue, en cambio, el recosido final feliz con el que el director pone el broche a su historia. Entre otras cosas porque, a pesar del mismo, El precio de la fama sigue siendo una comedia rematadamente triste.
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