Crítica publicada en NoSóloGeeks
Si tratas de hacer una fotografía abriendo el obturador para que entre más luz, tienes que tener cuidado de no pasarte en la apertura; de lo contrario, la imagen saldrá sobreexpuesta y perderá, si el movimiento no es buscado, el efecto artístico. Lo mismo ocurre con las bromas. Y concretamente en Mi gran noche es lo que le ocurre a la parodia sobre el starsystem y el famousystem: que pese a estar bien urdida en un principio, se agota a los pocos minutos.
Nunca ha sido Alex de la Iglesia un cineasta que se haya caracterizado por la sutileza y la economía de medios. Más bien por todo lo contrario. El exceso y lo bizarro gobiernan todas sus películas que, generalmente, comienzan mejor de lo que acaban. La tendencia no se invierte en Mi gran noche, último film del cineasta que, tras una primera mitad en la que se defiende con cierta solvencia, termina por quemarse a fuerza de estirar el chicle. El primer tramo también supera aquí con creces al segundo, en el que el guión se disfraza de tormenta sacudida por un ciclón que trae tras de sí el más salvaje de los huracanes.
De la mano de un Raphael que se interpreta a sí mismo bajo el seudónimo de Alphonso, Alex de la Iglesia aporrea el sistema de famoseo televisivo a través de la representación de una gala de fin de año, grabada a finales de verano y con un clima de hostilidad en el exterior del plató debido a los recortes de personal de la dirección de la empresa productora. Ese panorama, casi feroz, permite al director fantasear con el tipo de relaciones que se establecen en las entrañas del citado starsystem y, además, deja una puerta abierta para el posterior festival de fuegos de artificio que el cineasta vuelve a llevar a la función.
El duelo de divas central, entre el propio Raphael y un Mario Casas interpretando a un nuevo ídolo del electro-latino, se constituye como una de las tramas centrales. Los dos quieren actuar en la apertura de la gala, tras las campanadas, algo que les aseguraría el punto álgido del share. Pero no es la única pelea existente a lo largo del metraje. La trenza central que une a todos los personajes es, prácticamente, una pelea de unos con otros: las realizadoras con el director, el regidor con la figuración, y los dos presentadores (Hugo Silva y Carolina Bang, que repiten con el director). Sin embargo, los momentos más divertidos los proporciona, como no podía ser de otra manera, el dueto central; sobre todo la magnífica y referencial primera aparición de Raphael en escena, y el Bombero, tema cantado por Mario Casas que quien esto firma duda si hará las delicias de Chayanne o lo llevará a plantearse que una retirada a tiempo pueda ser la mejor de las victorias.
Sin embargo, el gran problema de Mi gran noche radica, precisamente, en que todo se quema. Toda broma termina por perder su efecto a fuerza de repetirla y repetirla. Le ocurre a los guiños galácticos de Raphael, al exaltado gafe del personaje de Blanca Suárez e incluso a un divertidísimo Jaime Ordóñez, cuya tendencia a hablar con frases del cantante acaba dinamitada por un guión que se empeña en que casi cada una de sus apariciones sea un chiste en sí misma. Por suerte, su estelar performance en el tramo final consigue eclipsar esta sobreexposición de la broma y lo mantiene como lo mejor –de largo, larguísimo– de una comedia que termina con la pólvora algo mojada y que se pierde en su propia reiteración y estiramiento del chicle. En su propia sobreexposición. De no ser, claro, porque esta sea la técnica perseguida por el artista.
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