02 octubre 2015

'Lejos de los hombres', Sísifo y el desierto

Crítica publicada en Esencia Cine


El desierto parece perseguir a Viggo Mortensen a través de sus personajes. Tras Jauja (Lisandro Alonso, Argentina, 2014), el actor norteamericano de origen danés vuelve a la tierra más desasosegante, esta vez en la Argelia de 1954, en la que se desarrolla su último film, Lejos de los hombres (Loin des hommes, David Oelhoffen, Francia, 2014). Lejos de aquel padre que buscaba a su hija por los agrestes paisajes de La Pampa, el intérprete se mete aquí en la piel de un profesor que tiene que escoltar a un hombre local que es acusado de asesinato mientras son perseguidos por aquellos que reclaman la pena de muerte para el hombre.

Envuelta en una fotografía de exteriores cargada de matices y hondura, y un notable esfuerzo preciosista, en el que destaca el dominio de la luz y la fenomenología meteorológica, la película de David Oelhoffen indaga en el interior del ser humano para hablar de su capacidad de perdonar, así como de su maldad inherente. Sin embargo, lejos de acercarse a la majestuosidad de esos exteriores, y al magnífico trabajo de localización y de fotografía posterior, el guión del autor no consigue dotar a sus personajes de ese mismo fondo.


Lejos de los hombres se revela como una película de grandes intenciones. Su esfuerzo por tocar temas de gran profundidad no se traduce en el resultado final, que suena tan indeterminado como el cruce de caminos que sirve como metáfora conclusiva. La guerra de Argelia e, inherente a ella y simbolizada en el personaje de Mortensen, la posibilidad imposible de la neutralidad alimentan una trama que adapta libremente el relato de Albert Camus El invitado. Para ello, Oelhoffen adopta los códigos del western (el hombre solitario, la amenaza de la venganza, la justicia y sus acepciones, etc.) y dota a su historia de cierto aire crepuscular, aderezado además con la música de Warren Ellis y Nick Cave. Y de cierto refuerzo en el mensaje sobre el ser humano que desliza, como demuestra la repetición en varias ocasiones de un plano que recoge la imagen de los hombres ascendiendo una ladera, con el sol de fondo, como si de Sísifo se tratasen. Si sirve también esta negrura y este eterno ascenso al absurdo del desierto como imagen del propio ser humano es cuestión de con qué ojo se mire.

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