Crítica publicada en Esencia Cine
Probablemente nunca vuelva a existir un dispositivo comunicativo tan lánguido y melancólico como la correspondencia. El envío de una carta implica en el propio acto una distancia. Una lejanía, por lo general, insalvable. En Cartas a María, la directora Maite García Ribot sitúa esa distancia en la pantalla y trata de reducirla mediante el testimonio y la huella. Las cartas que estructuran la cinta, escritas por su abuelo Pedro, exiliado republicano, y enviadas a su mujer e hijos desde Burdeos, el canal de la Mancha y, casi siempre, desde lo más profundo de las entrañas, son una muestra de lo profunda que puede llegar a ser la brecha de los kilómetros.
La historia que narra Cartas a María no es nada más que el fragmento de una época. La intrahistoria de la Historia. A raíz de lo particular, lo latente, la película nos lleva a reflexionar sobre lo general. Las historias tantas veces relatadas sobre familias rotas, padres separados forzosamente de sus hijos y recuerdos que persiguieron a los exiliados durante toda su vida retornan aquí a la primera línea de fuego. El amor, la tristeza, el desengaño y el dolor que transmiten las palabras de Pedro, así como las miradas de su hijo, ya anciano, es tan personal e íntimo que puede llegar a punzar como si fuera el nuestro.
Sobre todo porque el origen de esta historia tiene lugar en ese territorio tan difuso y tan inherente a lo común de las personas que es el Alzheimer. Maite García Ribot, empujada por la creciente enfermedad de su padre, decide investigar sobre la figura de sus abuelos, siempre esquiva durante su vida. Para ello, la cineasta opta por intercalar un impresionante material de archivo (tanto por la calidad como por la cantidad) con las confesiones escritas de su abuelo Pedro. Sorprende –y se agradece– la no dramatización en la lectura de las misivas, cuyas palabras y confesiones aparecen sobreimpresionadas en la pantalla, dejando en lugar de la interpretación, tonalidad y todo lo relacionado con la emoción al espectador (en este caso lector), excepto en un único caso.
Cartas a María se percibe como una indagación sobre el pasado destinada a comprender mejor el presente. Quizás una sutura tardía para una cicatriz que, pese a todo, seguramente permanezca para siempre infranqueable. Tal vez por eso se aprecia una cierta improvisación del camino sobre los propios pasos. Ya lo escribió Machado: se hace camino al andar. Y Maite García Ribot parece dar forma a su historia según la descubre, a veces dando palos de ciego como su propia narración reconoce, otras teniendo una idea clara de cuál debería ser el siguiente escalón. Exactamente igual que aquellos emigrantes de la posguerra, siempre en busca de un lugar donde estar a salvo, de un espacio donde poder recordar a su familia, donde poder escribir e imaginar cómo podría ser un reencuentro que, en muchas ocasiones, no se llegó a dar. Un reencuentro que llega, de forma virtual, en este trabajo de investigación, una memoria del pasado desde lo inseguro del presente. Una recomposición de la historia a través de las huellas cada vez más borrosas de una generación perdida, la de los españoles errantes.
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