23 octubre 2015

'Victoria', la cámara enamorada

Crítica publicada en NoSóloGeeks


La cámara de Sebastian Schipper en Victoria (Alemania, 2015) vive enamorada de Laia Costa. Quizás por ello no se separa de ella durante los 140 minutos del plano secuencia que compone la película, salvo en determinados momentos muy precisos, como el soberbio final en el que la deja alejarse tras una serie de circunstancias. La actriz da vida a una joven emigrante para quien la noche berlinesa se convierte en la mayor aventura de su vida en un abrir y cerrar de ojos.

El cineasta se sirve de la solución de continuidad que le ofrece el plano secuencia para narrar el espacio de cerca de tres horas que pasa entre el prólogo, una secuencia de discoteca brillante, y el final. El dispositivo se revela como un mapa de géneros en el que la mutación es constante. Victoria se puede leer como un puzle con piezas de romance, thriller, acción o cine de gánster. Pero al rompecabezas le faltan fragmentos.


El guión se estructura en dos partes claramente diferenciadas por un pivote algo forzado. La primera hora del film se constituye como una suerte de misterio sobre la propia Victoria (¿por qué está sola?, ¿qué pasa con el personaje de Frederick Lau?, ¿por qué está en Alemania?). La presentación de los personajes resulta lúcida y pausada, lo que sirve al director para ofrecer algunos espacios propios de construcción a los mismos (la escena del piano como presentación del origen y la situación, clase y tendencias de la protagonista). Sin embargo, a partir de la introducción del giro central, la propuesta es un baile continuo entre la brillantez técnica y el problema de credibilidad que se adueña de la obra. Victoria alberga varias secuencias en las que se revela cierta impostura (todo el tramo de la plaza y la torpeza de la policía, por ejemplo) y en el que los movimientos de Victoria y su entorno resultan ciertamente difíciles de creer. Aunque, entre medias de todo, se cuela Laia Costa, como la balsa de aire que termina por sacar a flote el film y evitar que se hunda.

La actriz española brilla con luz propia y se carga la propuesta a los hombros de principio a fin. La cámara de Schipper nunca la abandona y siempre pone el foco sobre su rostro, su mirada, su sonrisa. Ella, ajena a ello, trasluce naturalidad en mitad de una propuesta en la que, precisamente, parece que ésta se viene abajo por su propio peso. Esta inconsistencia del panorama provoca que el film pierda fuelle y caiga adormecida en los brazos de su propia exquisitez técnica e interpretativa. Con eso le vale para salir medianamente airosa. Laia es la que termina por sacar lustro a Victoria. Quizás por eso, incluso en el último plano, en el que ella se aleja de la mirada que la ha seguido durante horas, la cámara parece no querer dejarla marchar. Porque es difícil dejar marchar a las personas a las que amamos.

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