Crítica publicada en Esencia Cine
Tal vez el mayor mérito de El gran vuelo sea el de ofrecer una salida a la memoria histórica cuando ni siquiera existe un sustento para la misma. De una forma similar a la utilizada por Rithy Panh en su film La imagen perdida (L’image manquante; Camboya, 2013), Carolina Astudillo Muñoz persigue la recomposición del retrato de una mujer que no ha dejado apenas imágenes. Se trata de Clara Pueyo Jornet, una militante del PCE que consiguió escapar de la prisión barcelonesa de Les Corts por la puerta principal y cuya última imagen, justo antes de perderse su huella en el mundo para siempre, es una inquietante foto en el patio de la prisión en la que una monja la mira con sigilosa atención.
A partir de esta historia y de la total ausencia de imágenes, datos o pistas de su paradero, la cineasta esboza una imagen de la luchadora a través de los años. La vida de Clara Pueyo Jornet desfila a través de la pantalla, puesta en escena con imágenes que no corresponden con las suyas. La maniobra es, por lo tanto, parecida a la ya citada de Panh: recomponer las imágenes de una vida de la que no existe archivo. Para ello, la documentación es una de las grandes bazas que maneja Carolina Astudillo Muñoz. Las cartas enviadas, recibidas y escritas por la mujer ayudan a ilustrar y cercar el mapa de sus posibles movimientos. No obstante, más allá del simulacro, otro de los hallazgos de El gran vuelo es su capacidad para ir de lo particular a lo general y cuestionar con inteligencia y haciendo gala de una vasta sutileza el rol desempeñado por la mujer en los tiempos de la guerra en ambas orillas de la contienda.
Mediante una potente voz en off (masculina), la directora narra y acerca la historia de vacíos, silencios y huidas de una mujer luchadora y libre en tiempos no demasiado propicios. Podemos asegurar que este dispositivo está destinado a completar y dar voz a unas imágenes que ofrecen el que podría haber sido el testimonio. Sin embargo, lejos de subrayar, en este caso ayudan a ensamblar la historia de Clara sobre las múltiples imágenes de archivo en las que son otras mujeres las que aparecen. En este sentido, el trabajo de montaje es primordial, ya que consigue dar coherencia y sentido a un artefacto que, de cualquier manera, se antojaba complicado cohesionar. En cierto modo, El gran vuelo puede leerse como una traslación de La imagen perdida de Rithy Panh, como un intento de acercamiento a la historia de los perdedores, los que nunca tienen voz a la hora de dar forma a los libros, los que no solo pierden la guerra, sino también el derecho de figurar (y casi de existir) en los años posteriores.
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