Crítica publicada en NoSóloGeeks
Conviven en Truman una mezcla de sobriedad, ternura y confortabilidad que pueden interpretarse o leerse como una suerte de barrera emocional ante un tema tan delicado como el que muestra Cesc Gay en su film. Sin embargo, lejos de distanciarse, el cineasta ofrece el lado más íntimo de una montaña tan agreste y rocosa como la de la propia muerte. Y lo hace a través del retrato de una amistad, una relación que se termina por el peso de las circunstancias, la interpretada por la brillante pareja formada por Javier Cámara y Ricardo Darín.
En los dos personajes centrales, a los que se une una solvente Dolores Fonzi, se fundamenta todo el éxito (o no) de la propuesta. Truman es una película de guión, que centra su foco en la historia y penetra en la memoria del espectador a través de la composición de sus personajes centrales. No hay en la dirección demasiados alardes, sino todo lo contrario, una puesta en escena sobria, casi invisible (en algún momento puede que, incluso, algo plana), que solo se hace notar en el inteligente movimiento de clímax con el que, por fin, el director consigue que dos de sus personajes se quiebren por completo ante la inminente pérdida en el momento de mayor intimidad compartida. A veces necesitamos el contacto, aunque sea a base de golpetazos, para sentir que estamos vivos, para romper la barrera del dolor que nos lo asegura.
La amistad vertebra, por lo tanto, el film de principio a fin. Truman es una historia de amigos que se despiden: la pareja central, el enfermo personaje interpretado Darín y su perro, que da nombre a la película, la prima y el propio personaje del argentino, etc. Todo son despedidas en el film de Cesc Gay, a pesar de que una y otra vez los personajes clamen en contra de las mismas. Quizás porque no hay peor despedida que la que se evita, tal vez porque nos persigue cada mañana desde la partida.
El nuevo trabajo de Gay pone en pantalla un tema espinoso, delicado, cargado de derivaciones temáticas aún más crudas (eutanasia, muerte asistida, etc.), que aparecen en las conversaciones de sus protagonistas. Sin embargo, no hay en ella ni un ápice de tristeza impostada, de lágrima fácil, y quizás por eso la película consigue doler más en sus momentos más duros. Pese a lo atropellado de su tramo final, con una resolución algo forzada, como el destino final del propio Truman, la cinta de Gay es un acercamiento sigiloso, lleno de tacto, aunque algo edulcorado por momentos, a la pérdida y el dolor. Y al duelo posterior, que ya no vemos, de sus personajes. Al último abrazo, el que precede al de la propia muerte.
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