Crítica publicada en Esencia Cine
Cuando termina el bellísimo epílogo de 3 corazones, en el que Benoît Jacquot juega al “¿y si todo hubiera ido bien?”, comprende el espectador que el desenlace de lo que acaba de ver no podía haber sido otro que el que ha visto. Desde los primeros compases del film, en los que el propio cineasta y sus actores, Charlotte Gainsbourg y Benoît Poelvoorde, rinden homenaje a la trilogía Before de Linklater con un encuentro inesperado, conversaciones alargadas y planos frontales de seguimiento sin cortes, hay algo en la imagen que hace intuir un desenlace trágico. Quizás sea la oscuridad que gobierna la propia fotografía de la película de forma constante, tal vez la tristeza que desprenden los ojos de Gainsbourg (una de las actrices que mejor aguantan el primer plano), que expresan flaqueza, derrota o una cierta infelicidad. Lo cierto es que, sea lo que sea, la tragedia se deja ver desde los primeros minutos de la obra.
Y efectivamente, llega. La inesperada pareja se cita para volver a verse en la ciudad, pero un problema impide llegar a Marc al encuentro y Sylvie se pierde para siempre en la bruma del “qué hubiese podido pasar”. Hasta que, tiempo más tarde, ya con su nueva mujer (Chiara Mastroianni), Marc descubra que ambas son hermanas. A partir de entonces, los movimientos bruscos y desacompasados de la cámara, muy inteligentes, y la doliente música de Bruno Coulais se alinean con el nervio, la inquietud y el presagio que impera en cada uno de los personajes. Lo que hasta entonces para Marc y Sophie era un matrimonio feliz pasa a ser un triángulo en el que es costoso encontrar una salida; algo que, por el contrario y respecto al artefacto fílmico, el director consigue con notable coherencia en el inevitable giro final con el que se cierra el círculo.
El cineasta conduce el avance de la historia cambiando de ritmo a su antojo. Ya sea con encadenados temporales rápidos o dilatando los encuentros, Jacquot se apodera por completo del dispositivo para utilizarlo, malearlo y disponerlo en favor de su historia, que gana enteros con cada gesto. Entre tanto, las decisiones de puesta en escena del cineasta dejan entrever una firma pendiente de todo lo que les ocurre a sus personajes, esbozados con gran mimo, como demuestran la representación de la obsesión mediante planos de punto de vista, la filmación del primer encuentro a tres con un cierto halo de penumbra fantasmal (incluso Deneuve exclama: “Parece que habéis visto un fantasma”) o la escena en la que Sylvie acude a buscar a Marc a la oficina y este la mira marcharse a través de un cristal opaco, cada vez más difuminada.
La mano del cineasta en 3 corazones es delicada en la composición de la historia y salvaje en las consecuencias de la misma. Uno podría mirar durante horas el proceso de enamoramiento de esos personajes maduros, aun consciente de que el final no puede ser sino trágico. Así lo atestigua un desarrollo de guión que entrelaza la insensatez propia del enamoramiento/encaprichamiento con la madurez en la toma de otras decisiones, más ajustada a la edad que transitan los personajes. Benoît Jacquot firma un thriller romántico con el que mantendrá en vilo a cualquiera que se acerque a la pantalla. Una narración de bruscos movimientos que vuelve a incidir en la sinrazón del enamoramiento como retrato de una obsesión, como una apuesta ciega en la que una frágil intuición del corazón a veces vence por knock out a la perenne razón de la mente.