03 octubre 2014

'Los tontos y los estúpidos', teatral metacine

Crítica publicada en NoSóloGeeks


Cuando se habla de cine, lo habitual es hacerlo del resultado final (la dirección, las interpretaciones, el desarrollo de la historia, etc.), pocas veces la charla se detiene –salvo para dar cuenta de anécdotas, flirteos y demás chismes– en el proceso de gestación. El cine como arte no deja lugar para pensar demasiado en ese trabajo previo y sí en el producto acabado. El teatro, en cambio, sí es más propicio para lo primero. Normalmente cuando el público se sienta en el patio de butacas, ya intuye –igual que durante la representación– el trabajo previo de ensayos, lecturas y grupo.

Quizás sea este el motivo de que la segunda obra de Roberto Castón (tras Ander [2009]) produzca, de entrada, una especie de extrañeza en aquellos que se acerquen a ella. La sensación, por otra parte, es conscientemente alimentada por esos enigmáticos planos en los que vemos a un grupo de actores, en escala de grises, sin escuchar absolutamente nada de lo que se habla, que además vertebran el film. Los tontos y los estúpidos se adentra en un plató, durante un día de ensayo de un rodaje, para narrar una historia a través de otra. 

Con un guión que parece imitar la mecánica de las muñecas rusas (relatos que se desarrollan dentro de uno mayor), Castón sitúa la cámara en el centro de las escenas que ensayan sus personajes. El cineasta se apoya en las indicaciones del director –un Roberto Álamo muy sereno, comedido, cuya voz resuena en la pantalla como la del dios omnipresente– para dar continuidad a la historia “interior”, la que están representando los personajes, no los actores, a través de un libreto dentro del suyo. Se puede hablar, esta vez sí, y en este caso sería muy pertinente hacerlo, de metacine.


Roberto Castón avanza poco a poco en la historia interna, introduciendo a Roberto Álamo en determinadas escenas, como si quisiese recordar que realmente su relato no se centra en la propia película sino el proceso de rodaje –o ensayo– que están viviendo los actores. Estructurando su obra en actos, lo que junto al constante fondo negro y la ausencia de decorados acentúa aún más su cercanía con el teatro, el cineasta complementa las dos historias con elegancia. 

Los tontos y los estúpidos es un valioso ejercicio cinematográfico que navega entre la lucidez de alguno de sus planteamientos y el tedio de otras de sus situaciones. En el apartado interpretativo destaca lo teatral de la propuesta, que a veces camina por la línea del teatro del absurdo; y en el que destacan una Nausicaa Bonnin tan electrizante como acostumbra y una Cuca Escribano que deambula con elegante soltura entre lo cómico, lo grotesco y lo dramático.

0 comentarios :

Publicar un comentario