Crítica publicada en NoSóloGeeks
Cada vez es más común conocer a alguna persona que se marcha de España a buscarse la vida en otros lugares. ¿Quién no tiene alguien cercano que lo ha hecho? En un momento de En tierra extraña, mediometraje documental firmado por Icíar Bollaín, una chica sentencia: “Ya no tengo a dos amigos en el mismo país”. De esta forma, la cineasta se asoma al precipicio de la realidad que atravesamos, una realidad que a menudo nos saca fuera, nos obliga a salir.
Vertebrando su discurso a través de un monólogo cómico de Alberto San Juán, con mucho acierto, la directora se enfrenta a la problemática actual de cara. Para ello se sirve de los testimonios y las experiencias de una serie de emigrantes españoles en Edimburgo. Con la percha del movimiento The Blender Collective, Bollaín filma un fresco sobre la inmigración forzada.
“Nosotros no hemos crecido en un país sin sueños, como mi abuelo, que emigró; nosotros teníamos sueños y nos los han quitado”, comenta una de las protagonistas que hablan sobre su situación frente a la cámara de Bollaín. “Me siento más valorada aquí de camarera, que allí de profesora”, concluye otra. Y así, a través de los discursos, con los que la directora ofrece todo el protagonismo a sus interlocutores, se completa el mapa de la emigración española en la capital escocesa.
En tierra extraña ofrece además un paralelismo muy interesante entre las dos generaciones de emigrantes españolas más recientes: aquellos que marcharon al centro de Europa en la posguerra y la generación actual que se marcha en vista de las pocas oportunidades de prosperar que se le conceden en España. El documental establece un juego de espejos entre el humor, a través de contraposición de declaraciones políticas, música y otros elementos, y el drama inherente a la situación que atraviesan sus protagonistas.
Pese a todo, la sensación que queda tras ver En tierra extraña es de cierta esperanza en que la situación se voltee y mejore. Esperanza que recae o se deposita no en los políticos, sino en las personas y su organización colectiva (para lo que sirve el símil con The Blender Collective que cose todo el film) en favor de avanzar. Se puede hablar de la película de Bollaín como un toque de atención que precede a un acto de fe en las personas, únicos baluartes capaces de prosperar en un mundo tan hostil, en una tierra tan extraña.
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