Crítica publicada en Esencia Cine
Probablemente Dinamarca sea un lugar complicado para imaginar el calor de los afectos. El ambiente frío, la nieve, el vaho al suspirar… Sin embargo, Pernille Fischer Christensen vuelve a fabular con los apegos y la necesidad del cariño en su cuarta película, Alguien a quien amar, ambientada en el país nórdico.
Thomas Jacob, un cantautor de fama mundial afincado en Los Ángeles, vuelve a su tierra una temporada. Allí se encuentra, de repente, con la necesidad de su hija de que cuide a su hijo Noa, de once años, mientras ella está seis semanas en una clínica de rehabilitación. Lo que parece un vínculo imposible entre el abuelo y el nieto, que apenas se conocen, pronto empieza a fructificar gracias a la música.
El director danés estructura su obra a través de una serie de canciones, pero siempre dejando claro mediante cortes abruptos –sin dejar terminar nunca un tema– que su película no es un musical, sino un drama sobre un músico (que evidentemente no es lo mismo). El guión, centrado por completo en el protagonista, lo evidencia con una historia de valores humanos en la que entran en juego tanto el cariño y la responsabilidad como el dolor.
Con una fotografía dura que coloca al personaje en contraste con el entorno, situándolo en multitud de ocasiones vistiendo de negro sobre un fondo blanco impoluto de nieve, el director remarca el carácter de outsider que adquiere el protagonista en su propio entorno. Además, su desarrollo técnico complementa los estados de ánimo del personaje, destacando un fuera de campo en el que el protagonista se sitúa al mismo nivel de conocimiento que el espectador, o un momento en el que la cámara en mano tiembla justo cuando el protagonista atraviesa el momento de ánimo más quebradizo del film.
La interpretación principal de Mikael Persbrandt, lánguido, solitario y sombrío, transita el desmoronamiento con suma elegancia. Una persona se ve arrastrada por las situaciones que se dan en su vida hacia una espiral de desconocimiento y desconcierto de la cual no sabe salir. Persbrandt completa un trabajo resolutivo, pese a que la doble construcción del personaje pueda desafinar un poco en el caso del reverso tierno del protagonista.
Alguien a quien amar supone un acercamiento al drama humano a través de un film que emociona sin demandarlo constantemente. Christensen cuenta una historia de afectos, de necesidad de contacto y acercamientos entre personas, desde un punto de vista que se acerca y se aleja según la película lo precisa. Un film que corrobora las obsesiones de un director que ya ha hablado sobre las encrucijadas de los afectos en sus anteriores películas y que vuelve a hacerlo en este film desde un foco nuevo y a la vez reconocible.
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