Crítica publicada en NoSóloGeeks
Personas. Gente en encrucijadas, a la espera de una decisión de continuidad en su vida. Esta podría ser una de las temáticas fundacionales del cine de Pernille Fischer Christensen, director danés que estrena Alguien a quien amar, una película que vuelve a situar a un hombre en el momento exacto de decidir qué hacer. Si en sus anteriores filmes se había podido ver a personas que tienen que escoger entre marcharse o quedarse a dirigir el negocio familiar o someterse al cambio de sexo que han esperado durante toda la vida o permanecer como están por amor; en esta obra el cineasta hace lo propio con un cantante folk-rock que tiene que decidir qué hacer con su nieto, al que apenas conoce, cuando la vida se lo deja en casa y golpea su estabilidad huraña.
Mikael Persbrandt da vida a Thomas Jacob –una suerte de JJ Cale danés–, un tipo lánguido y poco amigable que, al volver de Los Ángeles a Dinamarca, se encuentra con que su hija, adicta, necesita que cuide de su hijo Noa durante seis semanas. Lo que en principio parecía una relación imposible de fructificar, pronto se revierte y entre los dos comienza a existir un vínculo a través de la música.
El cineasta danés reflexiona sobre el desmoronamiento personal con una buena dirección de actores, que se patenta sobre todo en las apariciones –casi todo el metraje– de Persbrandt. Es cierto que, en torno al protagonista, patina la construcción de esa doble “identidad” o del reverso del cantautor. Thomas es siempre demasiado frío, cierto que el personaje lo exige, pero por momentos la (no) emotividad del personaje se antoja un ligero problema. Sin embargo, la buena interpretación de Persbrandt arregla el pequeño desliz con voluntariedad.
En el aspecto técnico, sorprende una fotografía muy dura, que resalta en multitud de ocasiones el negro sobre el fondo blanco (en el caso del protagonista para dar fuerza a esa languidez y ese elemento de inadaptación que supone sobre el ecosistema que le rodea). Además, el director hace un buen uso tanto del fuera de campo en un par de ocasiones como de la cámara en mano, que traslada a la imagen la inestabilidad del personaje en su momento de ánimo más bajo.
La música, por su parte, vertebra la acción en cierto modo. No obstante, Pernille Fischer Christensen corta abruptamente las canciones, no las deja continuar, como si quisiese remarcar que su película no es un musical, sino un drama sobre un músico. En este sentido, no termina de encajar el tema final, una suerte de subrayado sobre todo lo que la película nos ha ofrecido que, por innecesario, resulta repetitivo.
Alguien a quien amar es, en definitiva, un drama sobre personas en el que estas son el centro de atención, el vehículo y la finalidad. Christensen traslada perfectamente la vocación de emocionar sin llegar a la lágrima fácil con una historia de afectos y desencuentros entre hombres y mujeres. Un film sobrio, pero intenso; frío y distante, pero a la vez cálido y suave.
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