Crítica publicada en NoSóloGeeks
“Ésta es la noche más triste, porque me marcho y no volveré. Mañana por la mañana, cuando la mujer con la que he convivido durante seis años se haya ido a trabajar en bicicleta y nuestros hijos estén en el parque jugando con su pelota, meteré unas cuantas cosas en una maleta, saldré discretamente de casa […] No pienso volver a esta vida. Me resulta imposible. Tal vez debería dejar una nota para decírselo: «Querida Susan: No voy a volver…» Tal vez sería mejor telefonear mañana por la tarde.”
El párrafo es el inicio de la novela Intimidad del escritor Hanif Kureishi (Patrice Chéreau la llevó a la gran pantalla en 2001). En ella, el protagonista decide un buen día que tiene que abandonar su vida, y con ella su pasado, y empezar de cero. En La desaparición de Eleanor Rigby, película perpetrada, escrita y dirigida por Ned Benson, el espectador se encuentra con la misma propuesta: un matrimonio se resquebraja poco a poco y Eleanor decide poner fin a todo.
La particularidad del film respecto a la novela reside en que en la cinta ofrece el punto de vista de los dos personajes. La idea original, de hecho, consistía en dos largos de 90 minutos, uno con cada punto de vista. Sin embargo, las exigencias comerciales han llevado a los hermanos Weinstein a elaborar un remontaje de 120 minutos en el que se incluyan ambas perspectivas de cara al estreno. Y la verdad es que se añora, sin ni siquiera haberla visto, la idea original. Y no por demérito de la película resultante, a todas luces muy lograda, sino porque en ciertos momentos el trabajo de montaje se deja notar en exceso y se intuye que fuera se han quedado minutos valiosos para la cinta.
Ned Benson juega con el pasado de la misma forma que sus protagonistas: sorteando en todo momento el tema que originó la debacle. El cineasta rodea el evento traumático de la misma forma en la que sus personajes nunca lo mencionan en sus conversaciones. A través de ellas, por otra parte, conocemos el desarrollo psicológico y personal de los dos protagonistas, así como somos cómplices (o quizás sería más conveniente hablar de testigos) de la reflexión sobre la pérdida, el duelo y el amor en las adversidades que propone el film.
Con un guión elaborado y muy eficaz, basado fundamentalmente en sus potentes diálogos (con grandes frases apuntalando la historia), Ned Benson consigue tocar la fibra sensible con un par de escenas muy poderosas (el llanto desconsolado de Eleanor en el momento cumbre, la preciosa escena final o los encuentros entre el matrimonio tras su “ruptura”, entre otros). Por otra parte, el cineasta se permite filtrar alguna metáfora visual sobre el amor y el duelo entre sus líneas. Si uno de los personajes parafrasea a Pat Benatar (“El amor es un campo de batalla”), el cineasta parece apuntar que también puede ser, por ejemplo, el hueco vacío de una foto en la pared (imagen extensible a la propia pérdida). No es la única frase de ese calado que cuela en su metraje; en un momento de la película se lee, tras la espalda de Jessica Chastain, una pintada en la pared: “El amor no se añora en segundos, se añora en kilómetros”. El director elabora un entretejido juego de citas que, además de servir como refuerzo a su narración, le sirven para incluir las opiniones o metarreferencias que considera necesarias.
De esta forma, La desaparición de Eleanor Rigby se convierte en un oscuro, delicado y penetrante ejercicio cinematográfico en el que el dolor y el desasosiego se erigen como protagonistas centrales a través de los vaivenes de una relación que se tambalea debido al pasado. La pareja interpretativa formada por James McAvoy y Jessica Chastain consigue dar entidad a sus respectivos caracteres, brillando por encima del resto de elementos la actriz, que soporta como pocas todo tipo de géneros, papeles y el propio peso de la cámara. Ned Benson estrena una obra incompleta, no por no dar la talla, sino porque tras ver el montaje de dos horas nos quedamos con ganas de ver su díptico original para poder apreciar todo su calado.
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