Crítica publicada en NoSóloGeeks
En un momento de la película, Wim Wenders justifica con sus palabras el título de la obra. “Las personas son la sal de la tierra”, explica sobre lo que significa el trabajo fotográfico de Sebastião Salgado, el protagonista del documental. Y así es, ya que durante más de cuatro décadas el brasileño ha dedicado su vida a fotografiar para inmortalizar al ser humano por encima de todas las cosas.
Ahora, cuando ya se reconoce su trabajo en todo el mundo, se estrena esta película que entrecruza su historia personal con su carrera profesional. Quizás la presencia de su hijo, Juliano Ribeiro Salgado, como coguionista y codirector del film, haya resultado crucial para que se pueda ver ese lado más íntimo y recóndito del artista junto a su obra.
La sal de la tierra supone un acercamiento al fotógrafo y su labor, desde un punto de vista único, el del propio artista. La cámara se sitúa al lado de Salgado en algunos de sus viajes. De esta forma podemos ver todo, tanto la manera de trabajar como las reflexiones y comentarios del mismo durante los días de escapada. Por si fuera poco, Wenders y Ribeiro Salgado deciden otorgar la mayoría del metraje al propio artista, que se explica, reflexiona sobre su trabajo mientras éste aparece en pantalla (multitud de fotografías ilustran este documental) y vierte sus opiniones sobre todo lo que el espectador está viendo. Tal vez ese sea el mayor acierto del film y su punto diferencial: el espacio concedido al artista objeto del mismo y la no superposición de los cineastas por encima de él.
Estructurado a través de los distintos trabajos, series y obras de Salgado, La sal de la tierra supone una suerte de video retrospectiva sobre el autor. Asistimos a la carrera del fotógrafo envueltos en una familiaridad extraña, gracias a la calidez de un blanco y negro elegantísimo, así como a la rasgada voz del artista que nos acompaña y nos guía en todo momento a través del montaje de imágenes.
El documental regala grandes frases y perpetúa el pensamiento de Sebastião Salgado con naturalidad. “Morir aquí es como una continuidad de la vida. La gente se acostumbra a morir”, nos asegura en un momento del film en el que habla sobre su impresionante trabajo en África. La sensación que nos queda es una ida y vuelta entre el malestar, por la inevitabilidad con la que efectivamente ocurre todo, y el agradecimiento profundo, por poder ser testigos de ello, primero gracias a la fotografía del autor, después gracias a este documento audiovisual.
En La sal de la tierra se articula un mensaje de amor profundo por la raza humana. A pesar de todo y por encima de todo, eso es lo que se descubre en las palabras de Salgado, un hombre que ama la vida aun más después de haber visto tanto horror. Por eso, quizás, la película –igual que su carrera fotográfica hasta el momento– concluya con su serie “Génesis”, en la que se aprecia como la naturaleza siempre tiene algo que decir y, siempre, siempre, ganará la batalla contra todo.
Hay quienes hablan de una teoría que asegura que con cada fotografía que dispara un fotógrafo le roba un fragmento del alma al retratado. De ser verdad, y teniendo en cuenta la afirmación que abre esta crítica, ¿cuánta sal guardará Sebastião Salgado en su mochila?
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