Análisis publicado en Esencia Cine, dentro de la semana dedicada a James Gray
Sinopsis
Leonard vuelve a casa de sus padres tras sufrir el abandono de su prometida justo antes de casarse. Su inestabilidad mental y el hermetismo de su familia hacen su retorno muy difícil. De pronto, aparecerán dos mujeres en su vida: Sandra, la hija de una familia amiga; y Michelle, una misteriosa vecina. Su rutina cambiará entonces por completo.
El amor y la derrota, las rosas y las espinas
Si Two Lovers fuese una cita literaria, las comillas de apertura y cierre serían dos derrotas. Y la frase, ese lapso que va desde una decepción amorosa a la siguiente. La película comienza con el personaje de Leonard (Joaquin Phoenix en su tercera colaboración con Gray; después, en The Inmigrant [2013], llegaría la cuarta) lanzándose al río tras la ruptura con su prometida unos meses atrás. Curiosamente, la decepción amorosa final se consumará también en un entorno húmedo, esta vez la playa neoyorquina.
Como en todo el cine de James Gray, en Two Lovers hay dos mundos que chocan frontalmente. Si en las anteriores películas (y en la posterior) esos mundos fundamentalmente tenían que ver con las mafias, la prostitución e incluso la extranjería de sus personajes principales; en este film colisionan de forma interna a través del personaje de Leonard y son las dos mujeres que aparecen en la vida del protagonista; las dos amantes que dan título a la obra.
Sandra y Michelle son para Leonard una especie de yin yang. Dos antítesis que pelean entre sí en la cabeza del protagonista, con distintas promesas de futuro. Sandra (Vinessa Shaw) supone para él es el prototipo clásico, una mujer que lo ama, con la que podría vivir una vida tranquila. La imagen más parecida a esa antigua novia que se marchó en el momento más crucial de sus vidas. Por otra parte, Michelle (Gywneth Paltrow) es el anhelo rebelde, la promesa de lo desconocido. Desde el momento en el que la conoce, en medio de una discusión con quien ella dice que es su padre, aunque más adelante se puede intuir que era su novio. Michelle es el equivalente a la aventura, a lo inseguro y lo irracional. Todo se tambalea cuando ella está cerca, ¿pero a quién no le gusta un poco el riesgo de no tocar pie?
Gray representa a las dos mujeres siempre desde el punto de vista de Leonard. Sandra aparece generalmente filmada desde la altura de sus propios ojos; el cineasta la sitúa en el terreno que pisa el mismo Leonard. Nunca sus conversaciones con ella reparan en promesas de amores eternos ni grandilocuentes. La relación con ella es errática, sobria, pero a la vez segura y completamente real. Sin embargo, con Michelle ocurre justo lo contrario; su relación es tan errática como la anterior, pero siempre discurre envuelta en cierto halo de incógnita. James Gray muestra cómo influye la irrupción de esta mujer en el personaje situándola siempre un peldaño por encima. Leonard la idealiza constantemente. Por eso, cada vez que la mira lo hace desde un lugar más bajo (él en el segundo, ella en el tercero) y cuando hablan solos (e incluso cuando hacen el amor) están en la azotea. Todo es idealizado en torno a su personaje. Es la ilusión del amor platónico, ese amor imposible que todos guardamos en secreto. En el único momento en el que tienen una conversación seria a pie de suelo, en el amargo final del film, es para terminar su aventura.
En Two Lovers James Gray aporta siempre la sensación de elección, como si el personaje protagonista –y con ello los que miran– hubiese llegado a uno de esos cruces de caminos que aparecen en los dibujos animados en los que uno parece de rosas y el otro de espinas. ¿Qué escoger: la seguridad o la incertidumbre? El cineasta maneja constantemente la disyuntiva del drama romántico clásico y lo lleva a su terreno a través de un guión lleno de elementos propios (familia, vuelta al entorno, choque de mundos en conflicto), de una dirección en la que los marcos naturales juegan un papel muy importante a la hora de “encerrar” a sus personajes en sus propias decisiones, y de una fotografía muy personal (repite Joaquín Baca-Asay (La noche es nuestra, 2007), aunque en las películas del autor, independientemente del director de fotografía, el aspecto es reconocible).
Entre tanto, la tragedia romántica llega a su final y Gray regala uno de los cierres más desoladores del cine contemporáneo. La conversación entre Leonard y Michelle lo es. La mirada de él cuando se acerca a la playa lo es. Pero todo lo que viene después lo es todavía más. Pudiendo concluir con esa decepción, el director decide ir más allá y hace volver a su personaje a la casa que iba a abandonar para partir con Michelle. Allí se encuentra Sandra, con la que se había prometido. Es entonces, tras haber saboreado la derrota y reconocido que su idilio con Michelle eran solo esos fuegos artificiales que ahora resuenan en la noche de fin de año, cuando recoge del suelo el guante que Sandra le había regalado y el anillo que había comprado para Michelle y regresa a casa con su familia y con Sandra. Al llegar, con los ojos vidriosos, mira a través de una lágrima a Sandra, que le sonríe; ella es la constatación de su derrota, del mundo al que pertenece irremediablemente. “Estoy feliz”, dice mientras la abraza, y seguidamente mira a cámara (como antes Michelle); quizás buscando la comprensión del espectador, o tal vez recordando el dispositivo para que no olvidemos que todo es una representación. No hay posibilidad de revertirlo, ni siquiera de paliarlo; el efecto devastador de la derrota es total.
El regreso a los orígenes y los mundos en conflicto
Two Lovers se integra en la filmografía de James Gray de forma natural. Incluso siendo su película más diferente al resto. La obra del cineasta norteamericano dispone de unos elementos comunes a todas sus propuestas. El regreso a los orígenes y el choque de dos mundos en perpetuo conflicto siempre coexisten en los guiones filmados por Gray (incluso en el que escribió junto a Guillaume Canet y rodó este último). La fotografía y la textura coppoliana también son dos de los sellos de identidad del director, que repite esa condición a lo largo de sus cinco obras. Los claroscuros y el uso de marcos naturales juegan un papel importante en Two Lovers, de la misma forma que lo hacen en Little Odessa (1994), The Yards (2000), We Own the Night (2007), e igual que lo jugarán en su película posterior a esta: The Inmigrant (2013).
El punto diferencial se establece en torno a cómo representa Gray esos mundos en conflicto y ese retorno a los orígenes. Si en sus obras anteriores, el regreso al barrio de toda la vida, a la casa familiar, era tras un periodo traumático en la cárcel (The Yards) o “exiliado” por motivos de “trabajo” (Little Odessa), en esta tiene lugar tras la ruptura amorosa. Todo en Two Lovers tiene que ver con la cuestión amorosa. Si el resto de filmes del cineasta tenían que ver con la mafia y el crimen, esta obra se cierne en torno al amor como metáfora y adquiere la forma de un drama romántico arquetípico. Hasta esos dos mundos en conflicto que en We Own the Night representaban la familia policía y el entorno criminal del protagonista (también aparece en ese mismo estado en el guión que escribe para Blood Ties [2012, Guillaume Canet]), aquí los representa la irrupción de dos mujeres de diferentes entornos en el mundo del personaje principal (two lovers).
La película tiene mucho que ver con el resto de la filmografía de Gray, pero lo tiene que ver desde una perspectiva nueva, quizás más íntima. Dentro de la obra del autor, es el verso más libre en cuanto al tratamiento de las temáticas comunes. Posteriormente, en The Inmigrant, James Gray fusionaría estas dos vías y hará rimar en un mismo lienzo la problemática mafiosa y el conflicto romántico de forma consonante.
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