02 abril 2015

'A todo gas 7'; más allá de la acción, una despedida

Crítica publicada en Esencia Cine


En el cine coexisten la acción ligera, la excesiva, la desproporcionada… y después tenemos Fast and Furious 7. La película de James Wan no escatima en explosiones, acelerones, coches saltando por los aires e incluso drones, aviones o lo que cada lector se pueda imaginar. Da igual las barbaridades que se le ocurran a uno, todo tiene cabida en las más de dos horas de metraje que tienen lugar en la séptima entrega, que podría ser la última de la saga. 

El director de Insidious (2010 y 2013), Expediente Warren (2013) y la primera Saw (2004), entre otros blockbusters, comprende a la perfección los códigos del cine de acción popular y los utiliza en favor de la espectacularidad de su propuesta. El problema es que el exceso es tal que no deja lugar a ningún otro tipo de apertura narrativa. La venganza sobre la que se cierne la historia principal –el hermano de Ian (Jason Statham) contra el equipo de Toretto– ahoga cualquier otro atisbo de subtrama que apunte la película. De esta forma, James Wan desaprovecha cierto aspecto sociológico que podría haber tenido la principal “arma” tecnológica que desvela el film. El denominado Ojo de Dios es un mecanismo que permite interconectar todos los dispositivos que emitan imágenes (cámaras, móviles, vigilancia, etc.) para proporcionar una especie de pana imagen de cada resquicio de la ciudad y de cada ciudadano, algo que conecta con aquel dispositivo que apuntaba la serie Person of Interest (Jonathan Nolan, CBS, 2011-?). El mal uso de esa herramienta de vigilancia la convierte en el arma principal del grupo de antagonistas al que se une Owen Shaw, pero lo cierto es que, a efectos prácticos, apenas se esboza una ligera relación comparativa entre esta y la sobre seguridad a la que las sociedades modernas llevan tiempo vendiéndose a cambio de una supuesta paz.


Todo se encauza hacia la espectacularidad de la acción. A Fast and Furious 7 no hay quien se la crea, ni siquiera habrá quien se la pueda tomar en serio; no es su juego, ni le interesa que así sea, por otra parte. La propuesta se sostiene por la química de los personajes del equipo de Toretto (Paul Walker, Michelle Rodríguez, Tyrese Gybson, Dwayne “The Rock” Johnson y Chris Bridges “Ludacris”, a los que se suma en esta entrega Nathalie Emmanuel, conocida por su papel como Missandei en Juego de tronos) y apoya buena parte de su peso en los toques de humor y los chistes a través de los que consigue reírse incluso de sí misma. 

Poco más se le puede añadir a la película que presagia el cierre de la saga; hasta que llega el epílogo final. Los protagonistas se reúnen en la playa tras completar, con mejor o peor suerte, su misión. Lo que viene a partir de entonces es lo más destacable, quizás, de toda la saga. La despedida, dedicatoria incluida, a Paul Walker. Emociona y toca la fibra sensible. “Estés donde estés, sea a medio kilómetro o en el otro lado del mundo, siempre serás mi hermano”, dice la voz en off de Vin Diesel justo antes de que su coche y el que conduce Walker se separen y este último tome una salida de la carretera que ambos transitan. Su destino, la playa, el paraíso, un cielo inmenso y azul al que sus compañeros de saga lo han querido alzar, como no, al volante de su coche. Un bellísimo recuerdo.

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