Una pareja que no pasa por su mejor momento trata de arreglar su situación. Ante lo incierto de su futuro la pareja propone una escapada a un hotel desde el que recordar su pasado para así encauzar el presente.
Atrapados en azul
Aunque la canción de Ismael Serrano tenga poco (o nada) que ver con Blue Valentine, lo cierto es que su título encaja perfectamente en el análisis de la propuesta. Los personajes de la película de Derek Cianfrance también viven “atrapados en azul”. En el azul de ese futuro desde el que miran un pasado mejor. En el azul a través del que el trabajo fotográfico de Andrij Parekh los encierra. En ese cromatismo de colores fríos a través del que representa el presente, contrastado con un pasado expuesto en otros tonos mucho más vivaces (pese a que muchos de esos recuerdos no sean precisamente alegres).
Ryan Gosling y Michelle Williams cargan todo el peso del film en su interpretación de una pareja a través del inicio y el final del amor. El montaje de Cianfrance adquiere una relevancia única, ya que constantemente contrapone esa idea de inicio y fin, esa idea de pasado y presente sin futuro (a pesar de que en el hotel al que se escapan su habitación sea la de temática futurista). La historia central del film no es otra que la de una relación que se resquebraja, y que ya hemos visto innumerables veces (y seguiremos haciéndolo) en el cine independiente estadounidense. Sin embargo, la puesta en escena de Blue Valentine alcanza sus méritos propios a través de la sustentación de la historia en esos juegos de contrarios.
De esta forma, el pasado se enfrenta al futuro, quizás en la más evidente de las dicotomías, pero también el nacimiento a la vejez y la muerte o el amor al desencuentro. Cianfrance se centra en sus dos personajes para ofrecer una visión, que va de lo particular a lo general, del desamor. El deterioro del amor y la relación como un hogar común dañino, un constante avance hacia las ruinas. Mientras tanto los recuerdos de tiempos mejores se intercalan con la debacle. Y quizás sea en ese punto en el que radique la peor de las valoraciones para la película. La descompensación con la que filma el pasado y el presente Derek Cianfrance es absoluta, llegando a un nivel de desazón mucho mayor en el caso del desenamoramiento y la muerte del amor que de ilusión en su nacimiento.
Blue Valentine basa todo su potencial en el desconcierto que pueda generar en sus espectadores, que se sentirán arrastrados por las primeras contraposiciones temporales, en las que reina ese desconocimiento. Después lo que encontramos es una de tantas películas sobre la fatalidad del amor, sobre los perdedores y sobre el destino cruel para los que aman. Como si Cianfrance quisiese dejarnos claro algo: el amor es tan agridulce como esos fuegos artificiales que vemos en el final del film.
Ryan Gosling en dos tiempos
La interpretación de Gosling en Blue Valentine queda absolutamente enmarcada por su doble papel. El actor se mete en la piel de Dean en el pasado y en el presente. El cambio que sufre entre ambos lapsos de tiempo es evidente, no sólo en lo físico, que también, sino en lo emocional. El trabajo de Ryan Gosling se centra en interpretar y hacer creíble a un personaje que, en realidad, parecen dos. En el pasado, en los lapsos de tiempo que muestran el enamoramiento de la pareja, es un chico encantador, atento, apuesto, el nuero perfecto. Sin embargo, en las incursiones en el presente, se muestra desencantado, pasota, dejado y con un aspecto bastante más hostil que su versión “buena”. No hay duda de la notabilidad interpretativa del actor, que a la hora de determinar ambos caracteres consigue cierta mesura para mostrarse diferente, pero crear ciertos rasgos comunes en los que se reconoce al personaje único.
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