Crítica publicada en Esencia Cine
En su gran película Enemigo a las puertas (Enemy at the gates, 2001), Jean-Jacques Annaud encerraba la historia del francotirador soviético Vassili Zaitsev con unas secuencias en las que un lobo aparecía y tomaba un cierto halo místico. Esa condición espiritual es recuperada por el cineasta en El último lobo (Le dernier loup, 2015), en la que narra la historia de un estudiante chino que tratará de criar uno de estos animales en un pueblo mongol, que libra una guerra constante contra ellos para proteger a su ganado.
Envuelta en un naturalismo sobrio y fundamentalmente observacional, Annaud se limita a situar la cámara para contemplar los vastos territorios salvajes en los que se desenvuelven sus personajes. De esta forma, a través de la mirada del foráneo que llega al pueblo, sitúa al espectador en un punto de vista interno y a la vez como un outsider. El trabajo fotográfico de Jean-Marie Dreyjou es absolutamente apabullante, con unas imágenes que adquieren una profundidad enorme y retratan la belleza natural del entorno (a las que, por cierto, no les hace ninguna falta para impresionar el 3D en el que Annaud ha rodado el film; lo hacen por sí mismas).
En un uso inteligente del guión, Annaud, junto a John Collee y Lu Wei (y basándose como material de origen en la novela de Jiang Rong), establecen una analogía entre la sociedad y la historia de la nación mongola y la organización tribal que llevan a cabo los lobos de su comunidad. El símil político que se establece durante la primera parte de la obra adquiere textura según avanza esta; sin embargo, con los primeros giros de la película, se diluirá para siempre en un exceso de épica que se adueña de la segunda mitad del film.
De esta manera, asistimos a una lucha más entre el hombre y la bestia. Y entre el hombre que intenta salvar la vida de un lobezno y el resto, que quieren aniquilarlo como al resto de su familia. El último lobo se desarrolla en estas dos tesituras, con la imposibilidad del ser humano para convivir con la naturaleza como temática común. Los dominios del lobo son continuamente pervertidos por los humanos, que a su vez sienten la inseguridad de la cercanía y el ataque de los lobos a su comunidad. No obstante, lo que escrito parece un juego casi psicológico y espiritual, cae en saco roto en favor de ese exceso épico, al que acompaña una música muy “emocional” de James Horner.
El último lobo supone la derrota de la mística (esa que acompaña tanto al primer tramo de este film como a algunas escenas de Enemigo a las puertas) a manos de la épica.
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