10 abril 2015

'La casa del tejado rojo', la pasión invisible

Crítica publicada en Esencia Cine


En La casa del tejado rojo Yoji Yamada hace que convivan tres tiempos en una sola película. El presente, que aparece en contadas ocasiones con vocación de situación, da paso a un pasado cercano, que sirve como sostén de la historia principal, arraigada en el pasado más profundo. La estructuración, si se quisiera, se podría asemejar a la mecánica de las muñecas matrioskas, en las que la más grande va conteniendo a su vez a las más pequeñas. En este caso, la más grande correspondería con el tiempo más presente, desde el que partiría toda la edificación narrativa central de la película.

La cámara de Yamada se sitúa a la altura, emocional y física, de sus personajes para narrar una historia de enredos amorosos en lo que supone un nuevo estudio por parte del cineasta de la familia japonesa. Como si mirase desde el tatami, los personajes del director deambulan ante la mirada del espectador, que tiene siempre la sensación de encerramiento que le producen los espacios cerrados en los que se desarrolla siempre el film y que son subrayados por el uso de los propios marcos naturales que ofrecen las puertas, ventanas y muros de la casa.


No se le puede negar al autor la corrección de sus formas; es innegable que La casa del tejado rojo es una película correcta. Pero sí se puede colegir de ellas una cierta falta de fuerza en sus personajes. El drama romántico es palpable en cada una de las secuencias que rueda Yamada, pero es tan frío, tan intangible y tan dilatado que es difícil llegar a emocionarse. La excesiva duración y el aletargamiento propio de un ritmo demasiado pausado pueden ser una combinación letal junto a lo anterior.

La casa del tejado rojo no es otra cosa que un melodrama, de cierta intensidad oculta y contado con una asombrosa, a veces no necesariamente para bien, corrección. Pero no es más que eso. La sensación de asistir a un culebrón melodramático planea durante los 136 minutos que dura la película, y se acrecienta en la recta final, cuyos previsibles giros de guión van a confluir en un innecesario y nimio deux ex machina que da lugar a un epílogo a todas luces prescindible. Yamada ha completado otra obra más sobre la familia burguesa de Japón, un nuevo estudio sobre el amor a cuyos personajes les falta, precisamente, la pasión propia de este sentimiento, por mucho que el cineasta nos quiera hablar de la ruina que provoca a lo largo del tiempo la contención de esa emoción.

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