09 abril 2015

'La dama de oro', panorámica desde la restitución

Crítica publicada en Esencia Cine


Quizás sea la restitución uno de los ejercicios judiciales más complicados para ejercer con justicia. En ella entran en juego tanto el derecho propio del propietario del cuadro como lo recomendable de que este sea expuesto para el disfrute del público. En 1998 Maria Altmann empezó su carrera por recuperar la posesión del cuadro, robado por los nazis durante la II Guerra Mundial, en el que Gustav Klimt retrató a su tía Adéle Bloch-Bauer, que culminaría en 2006 con el traslado y exposición del mismo en la Neue Gallery de Nueva York.


Simon Curtis se embarca en la historia real del proceso judicial que Altmann atravesó junto al abogado Randy Schoenberg para recuperar la obra. Sin embargo, el director de Mi semana con Marilyn (2011) transgrede la historia real para ofrecer un interesante panorama por los resquicios más oscuros del pueblo austriaco. Curtis se adhiere constantemente a las idas y venidas del proceso judicial, pero la estructuración de su relato atiende también a flashbacks que narran la historia desde el pasado. Es ahí donde reside el punto focal más interesante del film. La colaboración de buena parte del pueblo con el ascenso y causa del nazismo queda retratada a través de algunos esbozos secundarios, que pese a su sutileza no ofrecen dudas. No hay alardes, pero tampoco medias tintas en la mirada que Curtis lanza desde el presente al pasado.

No obstante, no es la restitución la única temática que se dibuja en La dama de oro. Además de ese colaboracionismo austriaco (o de buena parte de su sociedad), también se detiene Curtis en determinados momentos en reflejar el interés de las partes. En definitiva, la bandada de buitres que vigilaban desde los cielos el retrato de Klimt, deseosos de aumentar su patrimonio con esta obra. Nuevamente, en este sentido, el director plantea una perspectiva sin ademanes técnicos. El problema está en que toda esa gesticulación de más proviene de la música de Hans Zimmer, que vuelve con su acolchada base, cada vez más reconocible y menos variante, y que, en este caso, llega incluso a incomodar en el desarrollo del momento más climático, un bonito final, al que su irrupción desluce por completo y resta potencia.

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