23 abril 2015

'Nader y Simin'; los vacíos de la familia y el thriller emocional

Análisis publicado en Esencia Cine, dentro de la semana dedicada a Asghar Farhadi

Sinopsis

Nader y Simin son un matrimonio iraní que se va a separar. Ella quiere irse al extranjero para prosperar, pero él quiere quedarse en Irán y así cuidar de su padre, enfermo y senil. Cuando ella abandone la casa, Nader contratará a una mujer para que cuide a su padre cuando él o su hija estén fuera y para que se encargue de la casa. Sin embargo, un descuido de la mujer, abrirá una caja de Pandora de la que solo salen conflictos y problemas de difícil solución.


Los vacíos de la familia y el thriller emocional

El primer plano de Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, Irán, 2011), de ahora en adelante Nader y Simin, ya da muestras de lo que es el film y, yendo un poco más allá, la filmografía de Asghar Farhadi: una disección de las relaciones personales en todos sus ámbitos. La cámara se sitúa en plano fijo y pone en foco a los dos personajes centrales, Nader y Simin, que dialogan sobre las condiciones del divorcio que da pie a la historia. No se ve nada más que sus rostros, sus interlocuciones, sus gestos… De esta forma, con solo una breve pincelada (igual que haría en su película posterior, El pasado, con esa mampara con la que inicia el film), desliza el tema principal de la película y presenta a los personajes con una economía de recursos que le caracteriza.

El cineasta iraní, que bebe de los grandes maestros de la cinematografía persa de los últimos años (laten bajo su estilo propio Jafar Panahi o Abbas Kiarostami, por hablar solo de los nombres más ilustres), introduce su bisturí en la anatomía relacional que rige la vida de sus personajes. La mirada del director siempre deambula sobre las personas, con una importancia primordial para las mujeres, que siempre, y aquí también, cobran una relevancia importante dentro de su engranaje. En Nader y Simin no es menos; Farhadi sitúa la cámara en el centro del hogar, en el punto de apoyo de todas las rutinas, y desde ahí traza una panorámica hacia fuera con gran solidez narrativa. 

De esta forma, desde la confortabilidad (o no) del hogar, Asghar Farhadi reflexiona no solo sobre la familia y la crisis que atraviesan los protagonistas, sino también sobre lo que hay más allá de la frontera de la vivienda. El personaje de la mujer que llega para cuidar la casa y al abuelo enfermo sirve al cineasta como termómetro que calibre la situación social de Irán en el momento de filmarse la obra. El país natal del autor es analizado desde varias perspectivas, pero para ello siempre utiliza la cuña que le ofrece ese personaje de la cuidadora (que llama a un imán para que le diga si cambiar a un anciano enfermo y verlo desnudo es pecado; o desde la que desliza la controversia del velo, cuando hablan sobre si debajo del chador se puede o no apreciar un embarazo).

El panorama social que realiza Farhadi es tan considerable como íntimo, el cineasta va siempre de lo particular a lo general, pero todos los pensamientos que desliza a través de sus personajes quedan en la burbuja de lo más cercano. Como si al hablar de ellos no estuviese haciéndolo del resto de habitantes que mantiene fuera de campo (aunque, en el fondo, sí lo haga). Entre tanto, la familia y el hogar completamente rotos por el conflicto. Un conflicto que va en dos direcciones: de dentro a fuera (con la separación de Nader y Simin) y de fuera a dentro (con el problema que ocasiona la cuidadora cuando tras abandonar la casa y dejar al abuelo solo, Nader la empuja y sufre un aborto). No obstante, Farhadi no abandona nunca el conflicto central, el que da pie al film, que no es otro que la separación, y no deja nunca de indagar en la herida abierta entre los tres protagonistas (magníficamente interpretados, por cierto). 

Por otra parte, aunque tenga mucho que ver con el hogar y más aun con la familia, Farhadi establece una serie de tratado y elogio de las madres. El autor de Nader y Simin siempre permanece atento al gesto, a la réplica de ellas, a las que pone a conversar entre sí con el fin de establecer una mirada latente que ponga en valor su figura. No existe en la obra de Farhadi, que le valió el Oscar a mejor película de habla no inglesa, un solo plano que aparte la mirada de lo que acontece entre las personas (ya no personajes) de su historia. Ni siquiera cuando se pone más cercano al thriller consigue apartarse de esas emociones generadas por la interpretación más que creíble de sus actores. En Nader y Simin podemos hablar de thriller judicial emocional sin que nadie se sienta extrañado. Y es que, más allá de toda etiqueta, lo que sí late bajo la filmografía del iraní es la consecución de un estilo narrativo propio.

La mirada hacia las personas

Como escribía en el apartado precedente, la filmografía de Asghar Farhadi es un tratado sobre las personas y sus relaciones, tanto personales como comunicativas. En Nader y Simin el director pone como “excusa” la separación de los dos protagonistas para establecer una tela de araña entre dos matrimonios con dos hijas, que se enfrentan vía legal. 

Todo el cine del cineasta, ilustre en el festival de Berlín, entre otros, es un compendio de miradas hacia esas personas que pueblan las calles de su país. Ni siquiera cuando sale de sus fronteras, como en su último film, la excelente El pasado (Francia, 2013), aparta su mirada de la de los personajes. La resonancia entre estas dos películas son más que evidentes en cuanto a la temática (una familia desestructurada que trata de salir adelante de alguna forma), pero también en determinadas decisiones de puesta en escena (las dos escenas en las que Farhadi sitúa a sus protagonistas uno a cada lado de una mampara transparente para remarcar lo cerca y a la vez lo lejos que están el uno del otro, la inaccesibilidad de ambos matrimonios).

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