Crítica publicada en Esencia Cine
Lo primero en lo que puede fijarse uno al acercarse a Walking on sunshine es en el sorprendente parecido que guarda cada intérprete con otros actores del starsystem. Buscado o no, tenemos un clon de Philip Seymour Hoffman, otro de Keri Rusell, una mujer cuyo perfil resuena y mucho al de la actriz Gywneth Paltrow y un hombre que, en ciertos momentos, recuerda vagamente a Robert Pattinson. Más allá de la anécdota, podríamos concluir que a la película de Max Giva y Dania Pasquini le ocurre lo mismo. En ella resuena, entre otras, la última obra musical sobre bodas Mamma Mia! (Phyllida Lloyd, 2008).
Con un guion descuidado y bastante obvio, Walking on Sunshine es una de esas películas en las que la historia queda telegrafiada desde la primera secuencia. Uno de esos filmes en los que una hermana-amiga va a casarse con un hombre que esconde un secreto del pasado junto a otra hermana-amiga. Nada nuevo bajo el sol. Quizás por eso, la directora decide jugarse un all in sustentando el peso de su apuesta sobre las canciones. Y lo cierto es que su pista musical es magnífica, repleta de canciones de los ochenta que llenan de vitalidad la pantalla. Pero no es suficiente.
La cantidad de situaciones completamente inverosímiles, algunas de comedia involuntaria, se antojan como un lastre demasiado pesado para el film. La plantilla es muy evidente, por lo que incluso la utilización de las canciones puede resultar demasiado translúcida en determinados momentos (hay situaciones en los que, antes de anunciarla, ya puede esperarse una canción determinada).
Por otra parte, y esto es algo que no solo engloba a Walking on Sunshine, aunque también, sorprende la creciente tendencia de los musicales a convertirse en una gigante flash-mob. Si ya hace tiempo parece no existir el musical que se resista a concluir con una de estas, ahora parece que los números vertebrales del fin –y no solo la fiesta final– también deban serlo. Así, en Walking on Sunshine al espectador le puede costar encontrar una sola canción en la que no haya un numeroso cuerpo de bailarines coreografiados por detrás de los actores. El peso narrativo del género pierde su poder en favor de una espectacularización de los números musicales.
Walking on Sunshine puede verse desde varios puntos de vista. Como película se antoja demasiado obvia y fácil, con no demasiado valor fílmico; pero desde el punto de vista estrictamente musical, puede mirarse con los ojos nostálgicos de aquella época de los ochenta, que verán pasar ante sus ojos un Greatest Hits en forma de continuo videoclip. No obstante, por desgracia para Max Giva y Dania Pasquini, y por extensión para su obra, nos ocupa aquí el interés de lo fílmico y no de lo musical. Y en ese sentido, todo se ha quedado en agua de borrajas.
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