28 mayo 2015

'It Follows', un macabro "tú la llevas"

Crítica publicada en Esencia Cine


Alguien te persigue. Tú, corres. A pesar de ello, te consigue tocar. Ahora, tú la llevas. ¿Quién no ha jugado a ese juego, verdad? It follows parte de esa premisa, de esas normas del juego; sin embargo, en la película de David Robert Mitchell el testigo se pasa de una persona a otra a través del sexo, lo que te persigue es una especie de “cosa” que toma la forma que quiere y, si consigue llegar a ti, mueres y vuelve a perseguir al contendiente anterior. Fácil, devastador y circular, y no por ello menos terrorífico; así es el ejercicio del terror en la obra, algo a lo que remite, precisamente, la circularidad que gobierna los movimientos de cámara durante varios momentos del metraje.

La obra de D. R. Mitchell se adhiere voluntariamente a los tópicos del cine de género, pero consigue llevarlos a su terreno de “lo desconocido”. En esa no-necesidad de dar una explicación a cada fenómeno radica su gran acierto. Desde el prólogo, un plano secuencia a través del que presenta a una joven que huye despavorida de algo que el espectador no logra ver, Mitchell encaja su película en una especie de atmósfera pesadillesca, pero a la vez de una innegable hermosura, que se apoya en el misterio y la bruta sencillez de su propuesta. El trabajo fotográfico –la simetría de los encuadres y el inteligente uso de luces y sombras– de James Laxton se antoja primordial en la creación de atmósfera llevada a cabo en el film. It Follows inquieta desde la belleza de sus imágenes y desde la incomodidad de su banda sonora. Todo el aparataje técnico utilizado por el cineasta (cuya anterior película, El mito de la adolescencia, 2010, también se acercaba a la este periodo, pero desde la ligereza del entramado de relaciones de esa etapa) remite al terror. Los movimientos de cámara son lentos, pausados; existe una dilatación premeditada del clímax en cada escena; el uso de los primeros planos permite la activación de la imaginación en torno al fuera de campo; los zooms largos y parsimoniosos parecen estar anunciando siempre un golpe de terror que no termina de llegar; y la música y el sonido siempre ofrecen una variación de la lectura en la que resuenan ecos del grito futuro, que ni siquiera sabemos si va a llegar o no. La película a veces anuncia, pero no llega a golpear. Todo remite al terror más clásico, pero a la vez al slasher más comercial. Sin duda, esa es otra de las grandes virtudes de Mitchell en su segunda película: la capacidad de transitar dos terrenos muy complejos de engranar en el mismo artefacto, sin perder originalidad ni frescura en su propuesta.


En otro orden de cosas, se puede leer It Follows de varias formas. Tras el macabro juego de persecuciones, transición del mal de unos a otros y, sobre todo, en esa posibilidad de mutación que adquiere “la cosa” que persigue a los protagonistas, que puede tomar tantas apariencias como guste, reside una inteligente metáfora de los mecanismos del terror. Por encima del relato central sobrevuela la paranoia instalada en Estados Unidos (y las sociedades occidentales) en torno a la seguridad frente a la “invisibilidad” del terrorismo (en una escena se hace explícito ese miedo que genera la duda). Mitchell sitúa a sus personajes ante el mal que ataca desde dentro, indetectable a primera vista; y enlazando con esta idea de lo indetectable, y con la transmisión del testigo a través del sexo, la otra lectura del film del cineasta se puede hacer en torno al sida y sus consecuencias. La idea de la enfermedad está en la obra de manera simbólica. La ETS se transmite a través del sexo, es difícilmente detectable, y, desde entonces, puede llegar a perseguirte toda la vida de una u otra forma. Evidentemente, la idea del monstruo venéreo está en el epicentro de It Follows.

De esta forma, Mitchell, que dirige, pero también escribe su película, nos acerca poco a poco, muy lentamente, como “eso” que persigue a sus adolescentes, a una recta final en la que la propuesta se diluye peligrosamente al pasar de una entidad misteriosa y casi intangible a una corporalidad del mal que no se termina de comprender dada la base de la propuesta que vertebra el film desde su primera secuencia. No obstante, pese al lapsus que supone toda la secuencia previa al epílogo (la piscina), la última escena consigue atenuar de manera muy lúcida todo lo anterior y retornar a la sugerencia, la incertidumbre y un magistral uso de la profundidad de campo como vía principal para generar desconfianza. 

¿Continúa “eso” siguiéndolos?

0 comentarios :

Publicar un comentario