28 mayo 2015

‘Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia’, el inmovilismo existencial

Crítica publicada en Esencia Cine


Aunque en su título la paloma no haya empezado a hacerlo hasta ahora, lo cierto es que Roy Andersson ya lleva catorce años reflexionando sobre la humanidad y su compleja existencia a través de su trilogía del absurdo. Una paloma se posó sobre una rama a reflexionar sobre la existencia es la culminación del tríptico surrealista que inició con Canciones del segundo piso (2000) y continuó con La comedia de la vida (2007). Durante este tiempo, el cineasta ha explorado el lado más irracional del ser humano desde una visión ciertamente pesimista pese a los toques de humor y comedia negra que se permite en su cine.

En Una paloma se posó… Roy Andersson radicaliza su estilo narrativo y formal. Si en sus anteriores películas todavía hacía uso de algunos movimientos de cámara en determinados momentos: un travelling en Canciones del segundo piso y dos, acompañados de varios zooms prácticamente imperceptibles, en La comedia de la vida; en el cierre de su trilogía el autor opta por el plano estático durante todo su metraje. La cámara nunca se mueve. De esta forma, los encuadres de Andersson caminan entre el inmovilismo de la pintura y la rotundez de la escenificación teatral. Si fuera teatro, la obra reciente del sueco se podría englobar en la tradición dramatúrgica del absurdo, emparentando con nombres como Samuel Beckett, Eugene Ionesco o Jean Genet. 

Andersson vuelve a otorgar, como ya hiciese en las anteriores obras de este tríptico, una importancia primordial a lo que ocurre en el segundo plano. Para ello el cineasta se sirve de una amplia profundidad de campo, dentro de su encuadre, y de un inteligente uso del fuera de campo. Muchas veces la importancia de la acción reside fuera del marco de la imagen. Es interesante a este respecto la decisión del cineasta de situar casi la totalidad de su acción en interiores, dejando a los ventanales (y a la imaginación del espectador) la tarea de completar aquello que está ocurriendo fuera. De nuevo, vuelta a la tradición del absurdo de una forma muy similar a la que presentaba Tiempo de caníbales (Johannes Naber, Alemania, 2013), con entornos difuminados y prácticamente neutros en los que el tono grisáceo no revela más que un leve esbozo del contexto.


El cineasta filtra su visión certera del mundo a través de su surrealismo, aumentando la distancia de su objetivo, más alejado de la acción que en Canciones del segundo piso y La comedia de la vida. La ausencia del primer plano es una constante en el film y puede interpretarse como un distanciamiento del autor respecto a la muerte que vertebra como un espíritu ineludible toda la obra. Desde el principio hasta el final, la expiración es la gran protagonista latente. No es casualidad que, desde el humor negro que caracteriza al autor, la frase que le sirva como leitmotiv sea el “Me alegro de que estés bien” que unos personajes se dicen a otros constantemente. Tampoco es casual, por supuesto, que la música elegida como hilo conductor en el cierre a su trilogía sea una marcha militar (ni que su momento cumbre sea la escena en la que el cineasta metaforiza, siempre en segundo plano, la derrota del rey Carlos XII en la batalla de Poltava, que simbolizó, precisamente, el fin de Suecia como gran potencia europea). Todo es muerte en Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia. Lo es hasta la eliminación voluntaria de la expresividad de los personajes, a veces, incluso, pálidos y de aspecto cadavérico. Por su parte, la muerte es narrada desde el distanciamiento que produce el humor (y el punto de vista de la cámara), pero también desde la incomodidad que generan alguno de los sketches en los que el director pone en escena de una forma muy simbólica el imperialismo sueco en África, igual que en sus anteriores películas hiciese con la incidencia histórica del nazismo.

No es Roy Andersson un director que se caracterice por su mesura; debajo de su puesta en escena estilizada y de la potencia visual de sus imágenes, late siempre un conjunto de mensajes controvertidos que ponen en evidencia el absurdo de la existencia humana. O al menos la extrañeza desde la que él nos mira desde siempre. Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia es el culmen de esa visión existencialista; el ejercicio de estilo de un esteta que, como la paloma de su título –esa a la que mira el primer humano que vemos en la primera escena en el museo–, lleva años paralizado, reflexionando sobre qué somos, de dónde venimos y hacia qué lugar estamos yendo. Y, como todos, sigue sin obtener respuesta; aunque el camino sea apasionante.

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