Crítica publicada en Esencia Cine
El eterno retorno. Probablemente nunca dejemos de volver una y otra vez a nuestros orígenes. Yendo un poco más allá, seguramente nunca dejemos de tambalearnos. Cuando Miguel recibe el encargo de localizar espacios para una película en su ciudad natal ya sabe que su viaje será mucho más que una tarea de trabajo. Las altas presiones retrata ese recorrido a lo más interno de nuestros fueros, un tránsito por un estado de ánimo lluvioso, que más allá de ser el de una única persona, se intuye como perteneciente a toda una generación.
La cámara de Ángel Santos persigue constantemente los movimientos titubeantes de Andrés Gertrúdix, principal protagonista del film, a través de unos espacios y encuadres en los que los silencios tienen muchas palabras amargas que decir. El actor deambula por las calles de Pontevedra, por las rías, por las fábricas… y por las ruinas, que representan el estado de las cosas para él y los de su quinta en un país tan plomizo y gris como esas nubes que continuamente descargan su amargura contra el pavimento ya excesivamente mojado.
El cineasta adopta una iluminación naturalista, muy propia de la nouvelle vague, en la que las luces irradiadas de los escaparates, las farolas y la luminosidad exterior cobran una importancia primordial para su estilo. Además, Santos deja su pequeño sello de personalidad con el paneo circular, utilizado en varios momentos puntuales del film, casi como una firma de autoría estilística. Entre tanto, las conversaciones entre treintañeros que no terminan de encontrar su lugar en el mundo. Si bien algunas de estas conversaciones se antojan algo forzadas, como esas piezas que terminan de engranar en la maquinaria a base de rozamiento continuo, lo cierto es que el espíritu de la obra queda perfectamente claro a lo largo del metraje.
Las altas presiones es un retrato, por momentos, de altas pretensiones y tan plúmbeo como esa lluvia incesante, de una generación cuyos contornos borrosos se mueven a placer entre las ruinas que han dejado para ellos. Las imágenes de Ángel Santos parecen siempre al borde del desvanecimiento, pero en cambio poseen la difícil cualidad de la permanencia. Algo así le ocurre a las vidas de sus protagonistas, siempre en la frontera, en la constante incertidumbre del desmoronamiento. La generación perdida, dicen. La generación olvidada en las ruinas de un bienestar anterior. La del eterno e infructuoso retorno.
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