Crítica publicada en Esencia Cine
El universo que Alonso Ruizpalacios despliega en Güeros se podría establecer como una suerte de punto intermedio entre alguna de las corrientes del realismo mágico y la nouvelle vague francesa. Del primero recoge la invención de un músico, Epigmenio Cruz (inexistente en la realidad), cuyas letras hicieron derramar sus lágrimas al mismo Bob Dylan. Del segundo, casi todo lo demás.
El cineasta estructura su relato a la forma de un viaje que va de Sur a Oriente, pasando por los puntos de anclaje que son para la película Poniente, Ciudad Universitaria y Centro. Güeros es, por tanto, una variación de la road movie; el punto de partida, la ciudad, el destino, el citado músico, de aura cortazariana, como punto de fuga y ancla del recuerdo paterno de dos hermanos a los que se suman varios jóvenes mejicanos.
De esta forma, a través del recorrido, el director se excusa para mostrar una realidad más completa, y quizás compleja, que la de sus protagonistas. La situación de Méjico es hábilmente retratada a través de un formato académico, empeñado en aprisionar a los personajes en el encuadre, como si quisiese dar muestra del cautiverio al que son sometidos en la realidad que representa el film. El Méjico de Güeros no es otro que el Méjico actual. Y Alonso Ruizpalacios decide mostrarlo a través de los usos que otorga a su artefacto fílmico: la convulsión se vive a través de un relato con cierta deconstrucción intencionada, buscada por momentos con un montaje algo roto (al estilo godardiano), y los contrastes generacionales gracias al duro blanco y negro con el que filma el cineasta.
Las influencias de Güeros son tan claras y evidentes como innegables y bien entendidas por su autor. Ruizpalacios juega al despiste con ellas en varias secuencias en las que pone a sus personajes a debatir sobre el propio cine y la película. En una de ellas, por si fuera poco, denuncia a los cineastas mejicanos, en boca de su personaje, como unos estafadores que sólo filman películas para “críticos franceses”. La expresión se podría leer como una suerte de actualización del “epatar a la burguesía” para la crítica cinematográfica: “Graban a unos actores, lo ponen en blanco y negro y dicen que es arte”, exclama el protagonista en un juego de referencias que puede establecer un diálogo con el cortometraje De hacer películas para cítricos europeos (Rubén Mendoza). No obstante, las intenciones de este lapso son tan impermeables que es difícil discernir si el chiste es solo eso o si al final el director termina por perpetuar en la imagen exactamente aquello mismo que pone en duda a través de la ironía.
¿Qué esconde, pues, Güeros? ¿Un viaje multirreferencial? ¿Un complejo cruce de vertientes artísticas? ¿Una nueva voz autoral? Lo cierto es que, exceptuando la adaptación de ciertos mecanismos a la realidad socioeconómica en la que se circunscribe, es complicado extraer de ella una voz rotunda y propia de la obra.
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